jueves, 13 de enero de 2022

El terror rojo de Wenceslao Fernández Flórez

La experiencia histórica ha demostrado suficientemente que a lo largo de los siglos algunos hombres se han convertido en las pesadillas de sus semejantes, en causa de graves angustias, en enemigos y amenazas para otros hombres. El terror rojo es la penúltima manifestación de la pleamar de sangre en la que ha convertido a la historia la corriente revolucionaria. En particular, en España aquella inundación de sangre se vivió sobre todo en los compases finales de la Segunda República y en los primeros de la guerra. Testimonios de aquella tragedia hay millares, aunque hoy innumerables canallas se empeñan en falsearlos, en no prestarles atención o en no darles importancia.

Pues bien, a partir de octubre de 2021 los españoles hemos tenido noticia de un nuevo testimonio de aquellos días aciagos y salvajes. En realidad, El terror rojo es un libro que apareció en 1938 en Portugal, y que por tanto ha permanecido sin publicar en España durante algo más de ochenta años. Se suma así a la larga lista de testimonios y memorias en los que se describe el horror causado por las hordas comunistas y anarquistas en la España roja, como el de Paloma en Madrid, o Matanzas en el Madrid republicano, del cónsul noruego Félix Schlayer.

En esta ocasión el famoso escritor coruñés Wenceslao Fernández Flórez, autor de El bosque animado, escribe sus impresiones, «vivas y clamorosas», del Madrid revolucionario durante el primer tramo de la guerra civil. Y a pesar de que el autor escribe con humanidad y altura literaria, y evita en sus crónicas las escenas excesivamente trágicas, así como las anécdotas salpicadas de sangre, centrándose en describir su terrible angustia y su desesperación por sobrevivir, quedan claramente reflejadas las animaladas de los rojos y su demoníaca capacidad para torturar, asesinar y destruir. Para el cronista, este escrito suyo de apenas 184 páginas es, ante todo, una obra moral, que tiene por finalidad servir al bien, dando a conocer a sus semejantes los horrores vividos, con la esperanza de que quede estrangulada en los espíritus toda tendencia de simpatía o de acercamiento al comunismo.

Wenceslao, conocido periodista del diario ABC por aquel entonces, sobrevivió y pudo finalmente huir de la España roja yendo de escondrijo en escondrijo, ora buscando la protección de amistades, ora recibiendo cobijo en residencias diplomáticas, como las de Argentina y Holanda. Su permanencia en la España roja hizo que enfermara su espíritu y que germinara en su alma un pesar profundo y una desconfianza casi incurable hacia la humanidad en su conjunto. Un coche que parase enfrente de casa, un ascensor que subía o el timbre de la puerta, eran tres motivos de terror para las personas de bien que vivían en Madrid durante los primeros meses de la guerra, porque se desvalijaban impunemente las viviendas y se buscaba a personas en sus domicilios para llevarlos a las checas, donde eran acto seguido torturados y fusilados. Y al amanecer, docenas de cadáveres aparecían en las calles de una capital muerta de espanto.

Lo cierto es que poco antes de que se desatara el infierno, se multiplicaban los síntomas y la tragedia se presentía ya como algo inevitable: «Nos rodea una atmósfera especial, poderosamente electrizada, que produce chispas en cualquier lugar y en todos los momentos. Hombres animados por un fervor sombrío llevan a todos los sitios el germen de las ideas corrosivas, encienden en cada alma la luz, pequeña y pálida, del odio y colocan en cada corazón un barril de pólvora». Para nuestro autor, «si cada pecado capital pudiese criar un régimen político, el de la envidia sería el comunismo». En verdad, los autodenominados rojos se apropiaban «de lo que había de cómodo y de agradable en la vida que decían odiar». Comían en los mejores restaurantes, por supuesto sin abonar la cuenta, y dormían en los hoteles más lujosos. Robaron joyas, obras de arte y dinero. Y eran capaces de denunciar a sus propios padres a los camaradas, por ser «unos beatos» de misa diaria.

Con todo, a pesar de aquel desangramiento inaudito, y de aquella capacidad para el mal, que ha dejado testimonios numerosos y personas convencidas de por vida de los horrores del comunismo y de la demoníaca crueldad de sus partidarios, Wenceslao presagió que las generaciones futuras olvidarían estos hechos desgraciados: «Las terribles furias de la Revolución francesa fueron superadas por estos monstruos. Tantos horrores hicieron que yo comprendo perfectamente que en el extranjero las personas que viven en un medio normal supongan que son invenciones. Cuando nosotros desaparezcamos, los que vivimos esta tremenda verdad, las generaciones que lleguen después reputarán estos hechos lamentablemente exactísimos como exageraciones de un partidismo inflamado».

Desgraciadamente la realidad actual es aún peor de lo que sospechaba Fernández Flórez, pues hoy aquellas cuadrillas de asesinos que aterrorizaron Madrid y media España son, para muchos individuos maleados, los abanderados de la libertad y de la democracia, así como de la lucha antifascista. Posteriormente, y gracias a Dios, algunos fueron juzgados sumarísimamente en consejos de guerra y pagaron con su vida los crímenes que habían cometido. Otros, en fin, escaparon sin recibir en esta vida el castigo merecido. Pero ya se sabe que «la justicia no siempre escoge por escenario el de los vivos».

2 comentarios:

  1. A pesar del horror de los hechos narrados, Fernández Flórez describe alguna anécdota desenfadada que muestra su humanidad y proporciona una alivio psicológico al lector. Me refiero al capítulo de la terrible lucha contra los huevos con arroz.

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  2. El final de sus crónicas es emotivo. En estas páginas el autor narra su llegada a España, que, como toda la obra, contiene reflexiones que no tienen desperdicio.

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