lunes, 2 de octubre de 2023

Laurus, de Evgueni Vodolazkin | Reseña y comentario crítico

Hay libros que subyugan de tal modo la atención del lector que parecen encerrar un hechizo. Tal es el encanto de Laurus, el libro de ficción más importante de lo que llevamos de siglo. Esa es mi convicción, la del gemólogo enamorado que ha encontrado la gema más pura y fina, dotada por la naturaleza de un irresistible magnetismo. Asimismo, las páginas de este libro, de un brillo inusual y deslumbrante, contienen un tesoro escondido, un mensaje redentor que acaba por ganar la voluntad y el agrado de quienes aspiran a encontrarse en los libros, aunque solo sea de cuando en cuando, historias verdaderamente solemnes y genuinas.

Laurus trasciende los géneros convencionales y resulta inclasificable, pero no por ello vamos a renunciar a resumir su argumento. En síntesis, esta maravillosa narración, historia de amor única, mezcla de aventura superabundante, relato de iniciación y libro sapiencial, cuenta la historia de un varón ruso, poseedor del don de la curación, que, en plena juventud, descubre con inmenso dolor la intrínseca malicia y gravedad del pecado, y empeña su vida para reparar un terrible error cometido en el pasado, por medio de la entrega total a Dios, la renuncia personal, la penitencia y el amor al prójimo.

El contenido de la obra se divide en cuatro partes. En la primera, denominada El libro del conocimiento, es presentado el protagonista, por entonces un simple niño de candidez angelical llamado Arsénij, al que su abuelo Xristofor enseña, entre otros saberes, el uso medicinal de las hierbas. El anciano es un eremita visionario que cuida e instruye al chiquillo, huérfano desde muy pequeño, estableciéndose entre ambos una relación tan entrañable que permanece viva en el recuerdo durante toda la historia.

Arsénij nace en 1440, el día de San Arsenio el Grande, del cual toma su nombre, en Rukina Slobodka, junto al monasterio de San Cirilo de Belozersk. Pero no es el único nombre por el que se le conoce. A lo largo de su periplo vital, según experimenta el sufrimiento y su corazón es transformado, Arsénij adopta sucesivamente los nombres de Ustín, Ambrosij y Laurus. Además, es conocido por los apodos de Rukínec (de su lugar natal) y Vrac (el médico). Desde muy temprana edad Xristofor ve en el chico dones extraordinarios, capacidades sanadoras insólitas, como si fuera un diamante en bruto, una persona de la que podrían esperarse grandes obras. Con el tiempo su fama llega a ser muy grande... «Su aparición reunía a grandes multitudes». «Había algo en él que les hacía más fácil su difícil vida. Y se lo agradecían». «Año tras año, sus artes médicas se fueron perfeccionando y en el cenit de su vida alcanzaron cimas que parecían inaccesibles para el ser humano». Era «como un músico que había recibido el don de tocar el más increíble de los instrumentos: el cuerpo humano». Sin embargo, mucho antes de desarrollar semejantes capacidades, pierde a su abuelo, y advierte la malignidad del pecado y los frutos malditos de éste, que son la muerte y el luto. Las desgraciadas muertes de Ustina y el niño, de las que se siente responsable, marcan toda su vida y lo empujan a convertirse en santo.

Encontrando refugio en los seguros brazos de los monjes ortodoxos, Arsénij, abandonándose por completo a la misericordia de Dios y demostrando finalmente unas virtudes heroicas, inicia un proceso de sanación, de purificación interior, por medio del cual centra todos sus esfuerzos en hacer el bien de forma desinteresada, renunciando de manera radical a todo lo superfluo o inconveniente.

En las partes segunda y tercera, convertido en loco por Cristo, en místico errante, Arsénij vaga sin objeto aparente por la Rusia occidental curando a los enfermos y topándose con personajes peregrinos y en general de buen corazón. El príncipe Michaíl de Belozersk trata de retenerlo en su corte sin éxito. Tampoco consiguen el pequeño y enternecedor Silvéstr y su madre Ksénija sujetarlo junto a ellos... Sabiéndose instrumento de Dios para ayudar a todos los hombres, Arsénij debe sin embargo cumplir un voto, viajando a Jerusalén para rezar en el Santo Sepulcro por el alma de una niña. De camino a Tierra Santa conoce a Ambrogio Flecchia, un iluminado italiano, otro hombre de Dios que, en lugar de haber recibido el don de la curación, posee la visión profética, accediendo misteriosamente a la contemplación de hechos futuros. La indescifrable naturaleza del tiempo, que es mucho más que la duración de las cosas sujetas a mudanza, se convierte en esta obra, de un impresionante temperamento artístico, en objeto de admiración y estudio.

Finalmente, cuando regresa a casa, Arsénij ya no es un niño, sino un anciano cuyo reflejo devuelve la imagen de un hombre que no reconoce. En su interior también es otro. Dentro de sí mismo ha ocurrido un milagro semejante al de nuestra apariencia cambiante a lo largo de los años: un llama incandescente, como el fuego sagrado del Santo Sepulcro en la víspera de la Pascua ortodoxa, ilumina su ser, e irradia su poder en forma de milagros, que regala a cuantos acuden a él, como los humildes de corazón acuden a Dios e imploran constantemente la limosna de su gracia.

La culminación de su obra, al final del libro, es descrita en una escena inesperada y sublime, cuando Arsénij ejerce de comadrón improvisado, siendo el parto al que asiste su nacimiento al mundo venidero, su paso a la gloria, después de una existencia de absoluto abandono a la providencia divina, hasta el extremo de despreciarse a sí mismo por amor a Dios. Siguiendo a Gómez Dávila podríamos decir que Arsénij demuestra que «el místico es el único ambicioso serio». De manera que cabría preguntarse seriamente si, como dijo en otra sentencia iluminada el maestro colombiano, «lo único que nos impide avergonzarnos de ser hombres es que hubo monjes».

No en vano, Laurus se inspira en El peregrino ruso, una de las joyas de la espiritualidad ortodoxa, que data del siglo XIX. Su protagonista, un asceta ruso que vive desprendido de las cosas de la tierra para poder ir más libremente al cielo, aspira a unirse íntimamente a Dios por medio de la oración del corazón; práctica que, en su itinerario físico y espiritual, consigue dominar y consiste en invocar de forma continua el santo nombre de Jesús.

En definitiva, Laurus irrumpió de repente en medio de la abrumadora galaxia editorial no como una estrella fugaz, sino como una lectura contracultural, revolucionaria, inspirada en la tradición cristiana europea, en la distinción entre lo sagrado y lo profano, en el poder de la oración y de la fe, en el amor entendido como sacrificio y entrega, pero también como tendencia a la unión íntima y sexual; en la vida como misterio que no tiene explicación sin apreciar las conexiones, en la lucha contra los miedos humanos, en la severidad de la muerte, en la preocupación por cómo llegar al cielo, en los límites del tiempo y su relación con la eternidad.

Por esa razón, a pesar de ser un libro particularmente magnífico, no gustará ni será entendido. Pero poco importa el número de los admiradores de esta perla fina de Evgueny Vodolazkin, que no puede encajar con los valores, modos de vida y cultura dominantes, guardando por eso mismo una belleza única entre tanta vacuidad.

Laurus será un libro igualmente leído y releído, aunque solo sea por los pocos que «llamamos respetables a las ideas de las cuales ya nadie se enamora».


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