domingo, 1 de septiembre de 2019

Fechorías climáticas

Hace escasos días un temporal ha recorrido España descargando lluvias fuertes y granizo. En algunas regiones se han perdido el cien por cien de los cultivos, quedando arruinados olivos, vides y plantas de pimientos. Las tormentas han dejado a su paso miles de hectáreas asoladas, docenas de coches y viviendas dañadas, incluso las personas han corrido serio peligro. 

Indudablemente, las tormentas son tan viejas como el mundo y tan temidas por el hombre actual como por el antiguo. Pero hay agricultores que hablan de temporales dañinos como no han visto generaciones pasadas, y en plena era de la tecnología y de la ciencia surgen interrogantes que no cuadran.

Un organismo oficial, dependiente del actual Ministerio para la Transición Ecológica, la Agencia Estatal de Meteorología o AEMET, recoge en su página digital una entrada relativa a la «modificación artificial del tiempo». Dicho organismo oficial afirma, de forma clara y directa, que «en la actualidad más de 50 países llevan a cabo actividades sobre modificación artificial del tiempo, cuyo estado se recoge en los informes periódicos realizados por el Comité de Expertos de la Organización Meteorológica Mundial (OMM)». Según dicho portal, dichas actividades están encaminadas a incrementar modestamente las precipitaciones, reducir el tamaño del granizo y los daños ocasionados, y dispersar la niebla localmente. 

Semejante revelación, además de impactante resulta paradójica, porque ni dichas «actividades» han logrado que en España llueva más, sino todo lo contrario, ni han conseguido con eficacia reducir los daños ocasionados por el granizo, que ciertamente han ido en aumento. De hecho las recientes tormentas, cargadas de granizo, ya se avizoraban incluso en la telebajeza, que hacía saber a los numerosos necios que aún ingieren sus vomiteras televisivas, que casi toda la Península estaba en alerta por tormentas y granizo.


En relación con todo ello, la modificación artificial del clima es una actividad con décadas de antigüedad. Lo confirma la propia legislación española. El Reglamento del Dominio Público Hidráulico de 2001 asegura, en su artículo tercero, que «la fase atmosférica del ciclo hidrológico sólo podrá ser modificada artificialmente por la Administración del Estado o por aquellos a quien ésta autorice». Dicha Ley de Aguas suprime, sin embargo, lo más terrible y esclarecedor de la ley anterior, de 1986, que aseguraba que para la modificación artificial del régimen de lluvias se usan «productos o formas de energía con propiedades potencialmente adversas para la salud» (art. 3). Pues bien, todas estas actividades, y algunas otras, reciben hoy el nombre de Geoingeniería.

Pero ya se sabe que no hay más ciego que el que no quiere ver. El hombre común, además, suele despreciar aquello que ignora y amenaza su conjunto de creencias. Y, ciertamente, cuando el error no es combatido, acaba siendo aceptado; y del mismo modo, cuando la verdad no es defendida, termina siendo oprimida. Por eso en este mundo que ya agoniza, con la vieja civilización europea y cristiana decrépita y marchita, invadida por los bárbaros, desnaturalizada, pervertida, y con la cimitarra de Damocles —léase Mahoma— encima, hasta las nubes de nuestros cielos son de mentira.

Y es que era impensable un escenario menos sombrío con las execrables autoridades que en los distintos países europeos se han ido sucediendo. Marionetas todas ellas de siniestros individuos cuyas fechorías climáticas son el menor de los delitos por los que habríamos de imponerles un inolvidable castigo.




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