jueves, 29 de agosto de 2019

Las Confesiones de San Agustín

Las Confesiones de San Agustín, o Agustín de Hipona, inauguraron sin lugar a dudas el género de la introspección espiritual, mostrando al lector curioso lo más íntimo de la evolución de un alma. En este sentido, el escrito más íntimo de San Agustín supera en mucho las memorias de personajes que le antecedieron, como Jenofonte o Julio César, así como al emperador Marco Aurelio, que en sus Meditaciones abrió solo parcialmente su propio espíritu.

En el caso de San Agustín contemplamos en seguida a alguien que desde joven buscó afanosamente la verdad. Ciertamente se perdió en diversos vericuetos, pero a la postre, Agustín consiguió alcanzar su meta al descubrir a Jesucristo, del cual recibió el don de la paz y el reposo eterno. 

Para ello tuvo que reconocerse «polvo y ceniza». «Estrecha es la casa de mi alma para que vengas a ella», reconoció ante la Verdad misma, de la que se descubrió absolutamente dependiente: «¿Hay alguien artífice de sí mismo?» (...) «No quiero contender en juicio contigo, porque, si llevas cuenta de las iniquidades, Señor, Señor, ¿quién podrá subsistir?». Y solo hace falta estar cuerdo para saber que tenía razón.

Las Confesiones son por tanto la primera autobiografía real de la historia de la literatura. Y sin duda la mejor de todas. Pero en ella no hallamos solamente la vida de un hombre y su ardor por la verdad, sus tropiezos, miserias y errores, su alma desnuda y humilde expuesta a los ojos del lector; lo que hallamos en Las Confesiones, sobre todo, es un pensamiento profundo y perspicaz que revela una de las mentes más elevadas de todos los tiempos. Así pues, todas las deliberaciones filosóficas, acerca de Dios, de la Providencia, o de la misma naturaleza del tiempo, recogidas en esta obra o en otras como La Ciudad de Dios, Sobre la sana doctrina o La trinidad, hacen de San Agustín uno de los grandes filósofos y teólogos de la historia.

Con todo y con eso, no hay dudas de que el pensamiento de San Agustín encuentra su más encumbrada tribuna en Las Confesiones, monumento indiscutible del pensamiento religioso y filosófico de su tiempo, que de modo sorprendente mantiene su vigencia en pleno siglo XXI.


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