martes, 15 de octubre de 2019

Homeland y Carrie Mathison

Desde hace unos cuantos meses estoy dedicando parte mi tiempo libre a ver de nuevo, de forma un tanto antojadiza y caprichosa si se quiere, la magnífica serie Homeland. A la espera del estreno de su octava y última temporada, que a los entusiastas de Saúl y Carrie Mathison se nos está haciendo larguísima, he leído el único libro publicado sobre la formidable agente de inteligencia y su atractivo serial de espías. Y aunque voy a resumir brevemente más abajo el argumento de la citada novela, que tiene por título La huida de Carrie, lo que me ha impulsado a escribir estas líneas ha sido, principalmente, una escena de la quinta temporada que me ha hecho, más si cabe, adorar a la inestable y brillante agente de la CIA.

Respecto al libro, La huida de Carrie se remonta al pasado profesional de los personajes, al momento en que Carrie opera en Beirut y logra salir indemne de una emboscada cuando trataba de verse con un contacto conocido como Ruiseñor, relacionado con Abu Nazir, líder de al-Qaeda en Iraq. Entonces regresará a casa convencida de que la encerrona ha puesto en marcha un ataque terrorista a gran escala, embarcándose en una carrera obsesiva, llena de suspense y giros argumentales, en los que corre serio peligro su vida misma.

Lo cierto es que, casualmente o no, la quinta temporada de Homeland comienza con una celada contra Carrie y su equipo que recuerda mucho al argumento del libro. Pero es en concreto en el segundo episodio cuando Carrie Mathison, que está encarnada por una actriz soberbia (Claire Danes), ha logrado traspasarme con sus palabras y su lamentable coyuntura. La quinta temporada comienza, por ponernos en situación, con Carrie en Berlín trabajando como jefa de seguridad de un millonario y filántropo, Otto Düring, dueño al mismo tiempo de un importante medio de comunicación. Cuando Otto comunica a Carrie que desea ir a Líbano para llevar en persona un cheque a un campo de refugiados, ésta acepta a regañadientes, consciente de lo arriesgado del viaje. Allí estarán a punto de perder la vida en un atentado que desencadenará una espiral de asesinatos y destapará una trama de espionaje extraordinaria, con agentes dobles y los mejores recursos vistos en pantalla del mundo de la contrainteligencia. Para hallar al responsable, Carrie decide quedarse sola y tratar de averiguar así quién ha querido acabar con Otto y su equipo. Y es justo en ese momento, con Otto y el resto del equipo de la seguridad privada subidos a un avión con destino a casa, cuando Carrie se derrumba y toma conciencia, no sólo de su crítica situación, sino de su soledad. Entonces, profundamente deprimida y con los ojos arrasados de lágrimas, exclama por dos veces: «Oh, Dios, ayúdame». Y, claro está, esta exclamación pronunciada desde la verdad más íntima del personaje, logró alcanzarme los resortes del alma.

Cuestión, por cierto, en la que nadie se ha fijado. El de las creencias de la protagonista absoluta de Homeland, junto a Saúl, por supuesto. Y es que Carrie Mathison es católica. O al menos simpatizante. Católico es el culto escogido para el funeral de su padre, en la cuarta temporada, y en cuya ceremonia la propia Carrie habla. Y católica es la iglesia en la que vemos comulgar una temporada más tarde, de rodillas y según el rito tradicional, a la misma Carrie, ni más ni menos que en la luterana Berlín. Lo cual, naturalmente, es mucho decir. Allí se la volverá a ver, sentada en la bancada, seguramente luchando en su interior, sin duda trasladando el inmenso peso de su problemas personales al hombre que llevó la cruz más pesada de todas. Esas escenas deliciosas, en definitiva, me movieron a sentir compasión hacia esa pobre chica. Chica, por otra parte, que más allá de padecer un trastorno bipolar, no duda en ordenar la eliminación física de los enemigos de su país o en mantener relaciones sexuales con objetivos con informaciones cruciales.

Ciertamente, si Carrie sirviera tan escrupulosamente a Dios como sirve a su nación, no sería espía sino monja clarisa. Pero entonces no tendríamos una serie de televisión tan excelente como ésta. Y a mí —por qué no decirlo— esa tensión entre su enloquecedora profesión y su, frágil o no, fe católica —que por cierto se oponen, pues sólo cabe la vida religiosa en Carrie cuando ésta abandona la Agencia Nacional de Inteligencia— me parece irresistible.


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