miércoles, 2 de octubre de 2019

La banda de lunares de Arthur Conan Doyle: aventura de Sherlock Holmes

Muy pocos personajes literarios despiertan tantas simpatías como Don Quijote de La Mancha. Otro personaje simpatiquísimo, sin duda, es Sherlock Holmes, creación, por cierto, de notable influencia quijotesca. Uno y otro son personajes admirables, de coraje ilimitado, consagrados a cruzadas tan necesarias como singulares. Al primero, como sabemos, lo inmortalizó Cervantes enfrentándose a toda clase de entuertos, injusticias y agravios. Al segundo Arthur Conan Doyle, que hizo que el suyo se opusiera a criminales de la peor condición. Cometido que los vuelve a nuestros ojos acreedores de los mayores elogios. Y no sólo por los fines perseguidos, sino también por los medios empleados para lograrlos. Para admirar a Sherlock Holmes, en concreto, basta uno de sus más breves y populares relatos: La banda de lunares. Y es que las escasas páginas de esta trepidante aventura son un concentrado esencial de lo que cabe esperar del más genial detective privado que se ha plasmado en un libro.

Con todo y con eso, quien más admira a tan pintoresco detective es su amigo y compañero de piso en Baker Street, John Watson. En el comienzo de esta obra nos informa el doctor Watson, que a su vez es narrador de las historias de Sherlock, de la altura del protagonista y de su admiración creciente por el mismo: «Al repasar mis notas sobre los setenta y tantos casos en los que, durante los ocho últimos años, he estudiado los métodos de mi amigo Sherlock Holmes, he encontrado muchos trágicos, algunos cómicos, un buen número de ellos que eran simplemente extraños, pero ninguno vulgar»...


Desde luego, La banda de lunares no es en efecto un caso vulgar. La aventura fue publicada en The Strand Magazine en febrero de 1882, cuando Holmes cuenta veintinueve años y Watson treinta y seis. Se trata de un clásico caso de recinto cerrado, motivado por una herencia en juego, que resulta vivaz y cautivador, incluso rocambolesco. 

La acción arranca con la señorita Helen Stoner buscando el consejo y la ayuda del genial detective inglés. Su padrastro, el peligroso doctor Grimesby Roylott, causa en ella un pavor irremediable y justificado. No en vano, tras la exposición de la joven, Holmes acaba convencido de que la vida de la señorita Stoner está ciertamente amenazada por su padrastro. 

Lo que sigue, en definitiva, es una brevísima e irresistible aventura diseñada para leer de principio a fin en la que se concatenan escenas donde Holmes siempre va por delante del lector, aumentando en él, paso a paso, y gracias a su pericia o inteligencia sin par, su capacidad de asombro. Sin dejar de ofrecer entre tanto, a modo de exquisito broche o guinda del pastel, alguna sentencia para el recuerdo, que además siempre resulta perfectamente actual: «¡Qué gran verdad es que la violencia se vuelve contra el violento y que el intrigante acaba por caer en la fosa que cava para otro!».

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