jueves, 17 de octubre de 2019

Franco un balance histórico de Pío Moa

La norma suprema del ordenamiento jurídico español, a la que en teoría están sujetos todos los poderes públicos y ciudadanos de España desde su entrada en vigor el 29 de diciembre de 1978, reconoce perfectamente en su artículo 20 el derecho «a expresar y difundir libremente pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción». 

No se entiende entonces cómo puede conciliarse la imposición de un determinado relato histórico por medio de una ley totalitaria (Ley de Memoria Histórica) con la vilipendiada Constitución española, norma suprema, como se ha dicho, del ordenamiento jurídico del Reino de España.

Por supuesto, el debate civilizado acerca de cuestiones históricas no debería nunca conllevar sanciones penales. Pero en los tiempos que corren, cuando la única razón de ser del periodismo es la mentira y para las generaciones del siglo lo blanco es negro y lo negro blanco, ha llegado el momento de la coacción, del ordo ab chaos y de la locura. Situación sofocante que han ido urdiendo, precisamente, las sectas que están detrás de la iniciativa sacrílega de remover los restos del general victorioso Francisco Franco, y que están prohibidas, como se consigna de hecho en el artículo 22, por la suprema norma jurídica que mancillan a diario los infames representantes políticos que en mala hora nos han tocado.

Según el autor que mejor ha sintetizado el alcance político de la obra de Franco, Pío Moa, caído del caballo (fue militante comunista) hace bastantes años, Franco no se rebeló contra la democracia, sino contra un proceso revolucionario. La democracia, de acuerdo a Moa, no fue destruida por Franco, sino por la izquierda, que dio un golpe de estado en 1934 saldado con numerosas muertes y neutralizado por el mismo Franco, en beneficio de la República. Franco defendió por tanto la legalidad republicana y sólo se levantó al final en una situación de caos social y terror revolucionario, con pucherazo incluido. Con Franco y el final de la Guerra Civil, finalmente, se inauguró el periodo de paz más largo de los dos últimos siglos. Por no hablar de los sufrimientos que ahorró a los españoles al evitar la entrada del ejército español en el conflicto mundial, pudiendo haber sido decisivo (y fatal para los Aliados) de haberlo hecho.

Además Franco, más allá del balance histórico que pueda hacerse de su obra, fue un cristiano ejemplar, como recordé en otro tiempo y lugar*. Y aquella victoria, unida a su extraordinaria fe, lleva mucho tiempo mortificando a los hijos de la viuda, psicópatas que, reunidos en guaridas donde planchan leyes infames y acuerdan sentencias abyectas, buscan con ahínco perpetrar un ritual con las cenizas del hombre que les venció en la fratricida guerra que sólo ellos invocaron.

A fin de cuentas, como advirtió Orwell, quien controla el pasado controla el presente; y quien controla el presente, controla el futuro. Pero hace tiempo que se les ve el plumero a los cizañeros de este Occidente enfermo y de esta España agónica. Pues al parecer el cadáver de Franco hay que removerlo de su tumba con carácter urgente, décadas después de haber muerto. Contra la voluntad de la familia, por supuesto. Eludiendo rendir al cadáver los honores militares que su exhumación y traslado requieren de acuerdo a la legislación vigente y a su categoría como antiguo Jefe de Estado. Y negando a la familia, en definitiva, el lugar escogido por ésta para el reposo de los profanados restos. Una villanía propia de quienes tienen a Caín por padre y a Satanás por abuelo.

Así pues, ¿cabe esperar para estos villanos otra cosa que no sean tempestades, si a quienes han vendido sus almas les deben la siembra de todos estos vientos?



* Artículo en Adelante la Fe: ¿Debería ir Franco a los altares?

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