jueves, 12 de diciembre de 2019

Gustavo Adolfo Bécquer, distinguido escritor e inspirado poeta

Una tarde muy fría de la segunda mitad de diciembre de 1870, Julio Nombela se encontraba por sorpresa con su buen amigo Gustavo Adolfo Bécquer en la céntrica Puerta del Sol. Éste se sentía enfermo y cansado; y muy triste, por la reciente muerte de su hermano Valeriano. Los dos amigos decidieron en seguida regresar juntos a sus respectivas casas, que estaban cerca, en el hermoso barrio de Salamanca. Y aunque al principio pensaron coger el ómnibus, finalmente volvieron caminando. Sin embargo, el frío era tan grande en esa tarde gélida de diciembre que ninguno de los dos pudo hablar, envolviéndose cada uno en su abrigo. Tanto frío hacía que cuando se separaron, tiritaban ambos. Como consecuencia de ello, los dos tuvieron que guardar cama. Por desgracia, de ésta el inspirado poeta ya no se levantaría. Moría prematuramente, así pues, en el crudo preludio invernal del Madrid decimonónico, Gustavo Adolfo Bécquer. Pero comenzaba entonces su fama póstuma y su increíble leyenda, situándolo como la figura más representativa de la poesía romántica, no sólo de España, sino del mundo.

Gustavo Adolfo Bécquer nació en Sevilla en 1836. Y tomaría el segundo apellido de su padre, Bécquer, para firmar sus obras. Pasó una infancia desgraciada, pues muy pronto quedó huérfano. Fue educado por su madrina, doña Manuela Monchay, una señora de gran corazón y elevada cultura. En su casa, el tranquilo muchacho, propenso a soñar, disponía de una pequeña biblioteca que se componía de las obras de Horacio, Zorrilla, Chateaubriand, Balzac, Lord Byron, Victor Hugo, Espronceda, E. T. A. Hoffmann, y otros. Dotado de una viva fantasía, el niño se sumió en esta biblioteca en perjuicio de su salud pero en beneficio de su amor por las letras. En un principio, por sugerencia de doña Manuela, quiso ser pintor, pero en seguida se despertó su vocación literaria y en 1854 se trasladó a Madrid, donde colaboró en varias revistas literarias. En 1857 contrajo la tuberculosis, enfermedad que le causó la muerte años más tarde. Se casó con Casta Esteban y tuvo dos hijos. De ideas políticas conservadoras, se le otorgó el cargo de censor de novelas. Por desgracia no conservamos ninguna de sus correcciones. Se separó de su mujer, pero poco antes de su muerte se reconcilió con ella.


Entre 1861 y 1865 escribió la mayor parte de sus obras. Algunas de sus Rimas las publicó en revistas, y lo consagraron como el más inspirado poeta del amor y del romanticismo español. De estilo sencillo y versos breves, sus poemas son delicados y musicales. Escribió asimismo unas Leyendas en prosa, también con un importante fondo lírico. Entre ellas destacan El rayo de luna, El monte de las ánimas, El Cristo de la calavera, El miserere y Maese Pérez. El poeta pasó en 1864 una temporada en el monasterio de Veruela, al pie del Moncayo, y allí escribió las conocidas Cartas desde mi celda, muy útiles para profundizar en sus idea poéticas.


Un año después de su muerte, un grupo de amigos publicó la primera edición de sus Obras, las cuales han ejercido una notable influencia en los poetas posteriores. Como su Sevilla natal, que junto con Madrid son los dos paisajes principales de su producción literaria. En Sevilla el poeta vivió sus primeros balbuceos literarios y recibió el primer beso de luz. Madrid es el paisaje donde transcurre la mayor parte de su biografía interior. Y donde Bécquer se consuma como poeta. Al principio no le gustó, alejándose la impresión que la Corte le produjo de la imagen concebida en sus sueños: «Sucio, negro y feo como un esqueleto descarnado tiritando bajo su inmenso sudario de nieve». Más tarde llegaría a entregarse a la gran urbe, cuando por fin había podido hacerse un hueco en la vida literaria madrileña.


Con todo, el ansia de gloria literaria mantenía siempre viva las esperanzas de Gustavo Adolfo. Su gran y desconocido proyecto literario apenas resultó un esbozo. Con él esperaba colmar sus sueños de gloria y de fortuna. Se trataba de una Historia de los templos de España que pretendía ser «un grandioso poema en el que la fe cristiana, sencilla y humilde, ofreciese el inconmensurable y espléndido cuadro de las bellezas del catolicismo. Cada catedral, cada basílica, cada monasterio sería un canto del poema». Sin embargo, el distinguido escritor apenas publicó unas pocas entregas.

Finalmente, Gustavo Adolfo Bécquer debería su inmortal renombre a su búsqueda incansable del ideal estético y de la belleza como esencia. Poeta rebosante de sensibilidad y asombros, cantó de un modo intimista acerca del amor y el dolor, la melancolía, la emoción lírica y la asfixia de lo cotidiano, con elevados valores estilísticos, pero también con una intensidad insólita. Semejante capacidad expresiva, preñada de emoción, sencillez y belleza, lo convierte, sin ninguna duda y definitivamente, en un artista completo e intemporal capaz de maravillar a los hombres de cualquier época.


4 comentarios:

  1. Disfruto muchísimo estos escritos tuyos, Luis. Los espero como agua de mayo. Es un lujo leerte.

    ResponderEliminar
  2. Bécquer fue un personaje con luces y sombras pero la valía de su obra poética es incalculable. Coincidiendo con el anterior comentarista, se agradecen y añoran estos temas, pues no es habitual encontrarse en los tiempos que corren con personas de tan buen gusto y que estén dispuestas a dedicar su tiempo a estos asuntos tan inactuales.
    Más allá de lo dicho, su prosa don Luis, por momentos es deslumbrante.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Octavio.
      Efectivamente, la obra de Bécquer, y fundamentalmente su creación en verso, es magnífica, soberbia.

      Eliminar