jueves, 12 de noviembre de 2020

Los Pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán

Emilia Pardo Bazán de la Rúa-Figueroa (1851-1921) fue una mujer extraordinaria nacida en La Coruña a mediados del siglo XIX. De joven leía vorazmente a Cervantes y Homero, la Sagrada Biblia y Víctor Hugo. Poseyó un hambre intelectual fuera de serie y fue católica por la gracia de Dios a pesar de ser muy abierta de mente. Pronto se alejó de las ideas liberales de su familia, reconociendo el error inherente a las mismas, acercándose después al tradicionalismo carlista. Por esa razón desaprobó el parlamentarismo, que derivaba siempre en caciquismo, denunciado por la escritora gallega en tantas de sus obras. Los Pazos de Ulloa es su gran obra maestra. Escrita en un estilo que oscila entre el naturalismo y el realismo, la gran novela de la condesa refleja su enorme cultura, su gran intelecto y su admirable destreza para ejecutar tamaño ingenio.

Además, doña Emilia se consideró feminista radical, pero hubiera aborrecido hasta las túnicas manchadas con sus cuerpos de las hembristas de nuestro siglo, auténticas analfabetas y verdaderas liendres del presupuesto público. Y, por supuesto, se declaró patriota y enemiga de provincianismos separatistas, escogiendo para su carrera literaria el castellano, «debido a su carácter más universal que la lengua gallega».

ARGUMENTO

Los Pazos de Ulloa es una novela naturalista, cuya acción se desarrolla en la Galicia decimonónica. Su argumento es sencillo, pero hay una enorme riqueza en la manera de abordarlo, y ricos o sustanciosos son también los temas planteados por doña Emilia. La sucesión de peripecias y acontecimientos que constituyen el argumento comienza con la llegada de Julián Álvarez al pazo del marqués de Ulloa. Julián es un joven sacerdote criado en casa del señor de la Lage, tío de don Pedro Moscoso, el marqués, que ha sido enviado al pazo del señor de Ulloa para administrar sus caudales. 

En la casa solariega viven don Pedro y su mayordomo, Primitivo, la hija de éste, Sabel, y el pequeño Perucho, hijo no reconocido de don Pedro y Sabel, que mantienen una relación íntima en secreto. El sacerdote, que en mi opinión es el personaje más interesante del relato, aunque no el único, descubre con gran pesar la depravación en la que se hallan los habitantes de la casa solariega, y en consecuencia decide animar a don Pedro a que busque una buena esposa. La encuentra entre las hijas del señor de la Lage, en Santiago de Compostela, hasta donde se desplazan el clérigo y el aristócrata. Aconsejado por Julián, don Pedro escoge a Nucha, cuya bondad interior es manifiesta para el capellán. 

Al regresar al pazo Nucha queda embarazada enseguida. Sin embargo, no da a luz al esperado varón, sino a una niña preciosa. Despechado, el señor de Ulloa vuelve a los brazos de Sabel y le da la espalda a su esposa, que apenas encuentra consuelo en la compañía del sacerdote.

Por entonces don Pedro entra en política por vanidad, presentándose como candidato a las elecciones. Pero Primitivo, que es un personaje siniestro, traiciona a su amo e impide su segura victoria, acabando con las esperanzas de Nucha, que ansía mudarse a Madrid con su marido y su niña y alejarse así de la gente inicua que convive con ella en el pazo. Dicha decepción y el descubrimiento de que Perucho es hijo bastardo del marqués precipitan los acontecimientos y desembocan en una secuencia de escenas terribles, deplorables y odiosas.

TEMAS Y ESTILO

Tres son los asuntos principales que se plantean en Los Pazos de Ulloa. El primero de ellos es la mirada desfavorable que dirige la autora al mundo rural gallego. Sus pobladores parecen vivir en una esfera ajena a la moral. Es un mundo feroz, de costumbres rústicas o directamente opuestas a las buenas costumbres, indómito, áspero, abierto a los mayores desafueros e iniquidades, donde impera la lógica de la barbarie. 

En segundo lugar, Pardo Bazán contrasta las herméticas vidas aldeaniegas con las vidas cosmopolitas, abiertas a otras culturas y costumbres. En el segundo capítulo se encuentra una de las tesis de la autora, puesta en boca del señor de la Lage: «La aldea, cuando se cría uno en ella y no sale de allí jamás, envilece, empobrece y embrutece». Se plantea por tanto la lucha de la religión, la cultura y la educación contra el medio y la naturaleza.

La tercera materia en cuestión es la corruptela de los sistemas electorales y por extensión de los dañinos principios liberales, impugnados por doña Emilia en sus escritos. La política se percibe como un cúmulo de intrigas y cabildeos, intereses espurios y despilfarros.

Por otro lado, el estilo a partir del cual la coruñesa plantea dichos temas o narra las peripecias de Julián y los parroquianos de Ulloa es ágil, efusivo, detallista y a veces puntilloso. Predominan los criterios puramente narrativos sobre los estéticos. Pero la historia, que goza de una gran fuerza, está adornada por una verdadera opulencia expresiva. Tanto, que cuando la narración va tomando vuelos, no concede un segundo de respiro.

PERSONAJES

Julián es el protagonista. Es un bonachón y en el fondo merece ser compadecido, aunque sea el principal responsable de que lo conviertan en objeto de chacota. El narrador ya lo avisa en el tercer capítulo, diciendo del capellán que «pertenecía a la falange de los pacatos, que tienen la virtud espantadiza, con repulgos de monja y pudores de doncella intacta». En efecto, el clérigo es un hombre sencillo, además de devoto, pero es irresoluto; le falta valor, agallas e iniciativa.

Él mismo lo reconoce en distintas ocasiones: «hay cosas más fáciles de pensar que de hacer en este mundo». «No se ha hecho para mí esta vida, ni esta casa». «Señor, Señor, ¿por qué ha de haber tanta maldad y tanta estupidez en la tierra?»

Don Julián siente veneración por Nucha y por la niña. Ve el mundo interior de la muchacha, que desde el parto está triste, y le conmueve la bondad natural de su corazón. Él se siente culpable por haber concertado ese matrimonio tan desgraciado para ella. La joven, cuyo final es aciago, profiere quizá la sentencia de mayores repercusiones: «¿Por qué serán tan malos cristianos los hombres?»

Don Pedro, marqués de Ulloa, es un individuo bronco y a veces brutal. Representa la decadente aristocracia de aquellos tiempos, y es presentado con las manos en los bolsillos en una cacería sin saber qué hacer con el tiempo. Otra señal de decadencia es que Primitivo lo domina aunque él cree controlarlo de cerca. Es un hombre libidinoso, como pone de manifiesto su adulterio con Sabel, y como deja patente el narrador en tercera persona: «Entendía don Pedro el honor conyugal a la manera calderoniana, española neta, indulgentísima para el esposo e implacable para la esposa». Además, el marqués siente profundamente el aguijón de la envidia en su visita a la monumental Compostela, de la que por cierto hace un retrato negativo y misérrimo. Allí, en la ciudad universitaria, donde «nadie quiere pasar por ignorante», descubre don Pedro su inferioridad, sofocándole su ambiente intelectual y poniendo, en cuanto puede, los pies en polvorosa, volviendo así a su vieja madriguera de los Ulloas.

En tercer lugar, Primitivo merece una mención aparte. Su nombre indica la bajeza del personaje y su bestialidad. Su amo, que lo conoce perfectamente, dice que «no es un bárbaro... Pero es un bribón redomado y taimadísimo, que no se para en barras con tal de lograr sus fines». Y poco después el narrador, sentencia: «En cuatro leguas a la redonda no se movía una paja sin intervención y aquiescencia de Primitivo». En definitiva, su presencia en la obra proyecta una sombra de inquietud, espesando la trama y dotándola de mayor gravedad. Primitivo encarna todo peligro indefinido y al mismo tiempo los peligros que representan los amigos disfrazados.

De otros personajes como Máximo Juncal, el médico, don Eugenio, el abad de Naya, Barbacana y Trampeta, la Sibila, el Tuerto de Castrodorna, etc., se podrían decir algunas palabras interesantes, pero esta glosa o reseña más o menos esmerada no es una monografía de la novela, sino, eso, un examen y un aperitivo. 

OBSERVACIONES GENERALES

Los Pazos de Ulloa se publicó en dos tomos en 1886. Y tuvo una continuación formidable un año más tarde, La madre naturaleza, también dividida en dos partes o tomos. El contexto histórico y político de ambas novelas es el de la Restauración, una etapa marcada por las secuelas de las guerras carlistas y sus interminables luchas ideológicas entre tradicionalistas y progresistas. Doña Emilia señala sobre todo los peligros y desmanes del liberalismo, que termina ganando por la mano al carlismo.

Pero también da la impresión de que la autora acusa a los tradicionalistas mismos de hacer posible la penetración de las ideas revolucionarias en España, precisamente por la decadencia de sus costumbres, sirviendo de modelo el propio marqués, aislado y en evidente declive. En este sentido, la elección de la esposa del señor de Ulloa no es un episodio intrascendente. Se asegura entonces que «las señoritas de la Lage sólo pueden dar su mano a quien se les iguale en calidad». Pero más adelante se pone de manifiesto que la calidad de una persona, o su valor, no lo determina su alcurnia, ascendencia o linaje.

El mundo estaba cambiando, un mundo se derrumbaba y otro emergía, y la feliz escritora lo percibía. «La verdad era que el archivo había producido en el alma de Julián la misma impresión que toda la casa: la de una ruina, ruina vasta y amenazadora, que representaba algo grande en lo pasado, pero en la actualidad se desmoronaba a toda prisa».

En otro orden de cosas, es un hecho que en Los Pazos de Ulloa Emilia Pardo Bazán imita o emplea el estilo naturalista, que es una técnica que pretende representar fiel y descarnadamente la realidad. Se diría que es un paso más allá del realismo, que se caracteriza por la recreación fiel de la realidad observada, si se tiene en cuenta que la finalidad de la historia no es entretener al lector sino ofrecerle un minucioso estudio psicológico y social de todo el cuadro descrito.

Quizá tenía razón el sabio Menéndez Pelayo cuando tildó el naturalismo de vulgar moda francesa. Porque en nuestro siglo nadie lo usa, o al menos nadie lo usa al nivel de los maestros del mencionado estilo.

Sin embargo, lo que me interesa destacar ahora no es tanto dilucidar la veracidad de las tesis del determinismo ambiental o fisiológico propias del naturalismo, y si pesa más en nuestros actos y decisiones la instrucción o la naturaleza, sino si realmente se recrea fielmente la realidad observada. Ante todo hay que reparar en que la realidad es siempre observada por un sujeto, que la concibe o la adorna a su manera, independientemente de como es ella, que indudablemente tiene substancia propia al existir por sí misma y ser soporte de sus calidades o accidentes. Me pregunto por tanto si las prosopografías y etopeyas, es decir, si la realidad literaria, refleja lo esencial de la realidad enfocada. 

Desde luego, este problema es importante porque las palabras tienen efectos y dejan impresiones en el ánimo.

Por ejemplo, cuando Emilia Parzo Bazán describe de modo desagradable al Arcipreste, concentrando la atención del lector en un detalle como las «triples roscas de la papada», provoca un efecto y una emoción. ¿Pero es esencial ese detalle o carece de relevancia? ¿No es una deformación de esa realidad que se pretende representar fielmente señalar casi siempre los defectos de sus conejillos de Indias? 

En suma, lo menos atractivo de este estilo, en mi opinión, es que abundan las descripciones grotescas y negativas, pudiendo prescindirse de muchas de éstas e iluminarse en consecuencia no tanto los lunares, como las virtudes y las palabras admirables y modélicas. Con todo y con eso, la Bazán es muy correcta.

CONCLUSIÓN

Los Pazos de Ulloa es una novela elaborada con magistral arte. En ella su autora, Emilia Pardo Bazán, presenta un mundo envilecido y bárbaro al que no han conseguido domar ni pulir la religión ni la cultura, predominando la naturaleza indómita, anclada y oscurecida por el hábitat opaco en el que se desenvuelven sus pobres almas. 

Y tiene mucha razón la condesa gallega, como se comprueba actualmente, pues luchar contra el ambiente es una empresa titánica. Pues del mismo modo que la gracia no destruye la naturaleza sino que la perfecciona, la exposición de la naturaleza a un ambiente depravado como el actual, deteriora la especie, la condena y la esclaviza.

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