martes, 25 de agosto de 2020

Cuatro perros verdes de Pío Moa

Tras Sonaron gritos y golpes a la puerta (2012), Pío Moa ha continuado explorando el campo de la narrativa en su reciente novela de tesis o filosófica Cuatro perros verdes (2020). A veces, al encasillar una obra solo conseguimos empobrecerla, pero lo que buscamos al catalogarla es precisar y hacer más comprensible su argumento o entraña, a fin de avanzar algo en su conocimiento. En este sentido, y por un lado, Cuatro perros verdes es una novela de tesis porque plantea y desarrolla las opiniones e ideas del autor. Por otro, es una novela filosófica o meditativa porque el contenido del relato lo constituyen los pensamientos y consideraciones que un grupo de jóvenes universitarios dedican a una amplia variedad de asuntos, desde los más elevados a los más ordinarios.

Aunque la obra no presenta una división clásica y por tanto no se aprecia en ella ni verdadero planteamiento, ni verdadero nudo ni verdadero desenlace, la acción transcurre en una sola jornada, en Madrid, en el mes de noviembre de 1967.

El armazón que sostiene el relato son los cuatro amigos que a partir de sus relaciones, disertaciones e introspecciones sobre el sentido de la vida, la existencia de Dios, ideologías como el feminismo o el marxismo, la felicidad, el sexo, la muerte, las drogas, el misterio del tiempo, las reglas básicas de la economía, la homosexualidad, la ciencia, las democracias y el franquismo..., a partir de todos estos coloquios y reflexiones, como decía, van rellenando las páginas de la novela, ofreciendo un vívido cuadro saturado de enredos teóricos, bullicio universitario e inquietudes profanas y divinas. 

De hecho, y aunque pueda parecer que algunas de estas cuestiones preocupan más a personas de edad adulta o provecta, las sucesivas generaciones de universitarios han discutido sobre ellas, con menos fundamento que pasión, en sus botellones y tertulias. Y por supuesto sin la seriedad con la que se ocupan de estos asuntos los protagonistas, lo cual queda justificado por su especial inclinación a estos temas, como anuncia el título de la novela. Lo que no resulta tan verosímil, sin embargo, es la profundidad de sus ideas y la soltura que manifiestan a la hora de expresarlas, pero el recurso es legítimo y apenas desentona.

Entrando ya en materia, lo que más define a los personajes son sus ideas existenciales o religiosas y sus ideas políticas, por un lado, y las circunstancias vitales que marcan sus vidas, por otro. Estos condicionantes son tan interesantes o más que sus divagaciones u opiniones teóricas, pues éstas se ven afectadas por dichas vivencias. A Moncho (Ramón) le cambia la vida la muerte de su novia Mariana. A Santiago, que es el personaje que más nos deja ver su alma con sus introspecciones y pensamientos, le angustia el asesinato de un sarasa conocido de su Cádiz natal. Javier aprovecha la fortuna familiar, sobrelleva la permanente contienda de sus padres y cuenta con la experiencia de haber vivido en otros países. Finalmente, a Chano (Potenciano) le atormentan su nombre y su físico.

Respecto a las discusiones, hay dos intenciones claras. Una, la de conocer el fondo de las cosas y su significado. Y dos, la de descubrir cuál es la actitud que se debe tomar ante la vida para ser feliz. Pero no hay respuesta inequívoca y universal para casi ninguna pregunta seria, y todo el esfuerzo de los chicos se pierde en un océano de opiniones y controversias.

Aunque dice Séneca en sus Epístolas morales a Lucilio que «en toda actividad el sabio atiende a la intención, no al resultado».

En resumen, destacan gran cantidad de juicios y valoraciones, de las cuales me gustaría comentar alguna antes de hacer varias observaciones finales.

Ideas de mayor enjundia

Sobre a la cuestión de Dios hay consideraciones muy sensatas, sobre todo las que manifiesta Santiago, que justifica sus asertos señalando la necesidad de un creador (la criatura no se crea a sí misma), la esperanza que aporta la creencia y los efectos de ésta en los creyentes, y el orden que se aprecia en el universo, en la naturaleza y aun en el organismo humano. En este sentido, las disertaciones mantenidas por los jóvenes me han evocado en algunos momentos la obra maestra de Mijaíl Bulgákov, El maestro y Margarita, donde el desconocido que aviva el entendimiento de Berlioz se pregunta quién mantiene el orden en la tierra y dirige la vida humana sino Dios, pues el hombre por sí mismo ni siquiera está seguro de su propio día de mañana. Al hilo de esto, razona el extraño: «un hombre se dispone a ir a Kislovodsk [...] puede parecer una tontería, pero ni siquiera eso está en sus manos, porque repentinamente y sin saber por qué, resbala y le atropella un tranvía. No me dirá que ha sido él mismo quien lo ha dispuesto así». Al fin y al cabo, la fe del ateo, que carece de verdadera trascendencia, conduce a la desesperación. En cambio, como afirma uno de los personajes de Moa, «creer en la justicia divina nos permite vivir con bastante alegría, disfrutar de los muchos bienes de la vida y soportar sus desdichas con buen temple».

Por otro lado la ciencia, que, erigida casi en religión, pretende ilusionar al hombre al otorgarle un gran poder, en realidad «nos desconsuela hasta el fondo del alma. ¿Por qué? Porque su método excluye la finalidad, y por tanto excluye el sentido. Y así destroza la confianza en el sentido de la vida, la confianza más elemental que necesita el ser humano, aunque no lo comprenda. Por eso la ciencia no calma la angustia, la hace insoportable». 

Otra idea que está muy bien encajada en la larga controversia de los chicos es que el marxismo es también una fe, un cristianismo invertido, siendo su particular mesías la clase proletaria liberada de sus opresores y por fin dominadora. Pero lo cierto es que no ha habido proletariado más oprimido y degradado que el de los supuestos paraísos comunistas. Y además ese paraíso prometido por los marxistas se funda siempre sobre los cadáveres de quienes se resisten a su instauración.

Entre los muchos destellos de ingenio y agudeza que resplandecen a lo largo de las 359 páginas de la novela, deslumbra especialmente la observación de uno de los personajes más patéticos del relato, Chano, relativa a los cantantes y a los actores. Para el chico, «un actor representa papeles que no tienen nada que ver con él. Cuando lo paran por la calle, le piden autógrafos, sale en las revistas o en la televisión por esta o la otra película, ¿es él mismo? La gente no los aprecia por lo que son, sino por lo que fingen en el cine. Yo creo que ellos mismos terminan por no saber quiénes son. Los imagino mirándose al espejo y viéndose con un casco de romano o sombrero vaquero o pinta de delincuente o... lo que sea que hayan interpretado. Tienen que terminar medio tarados. Y las actrices lo mismo. He leído que todos esos de Hollywood no paran de drogarse y tomar pastillas para dormir. Porque, además, claro, la gente los admira por sus papeles, pero si supiera cómo son en realidad, igual los despreciaba. En realidad, son tipos corrientes y molientes. Y lo mismo los cantantes. Yo creo que todos ellos viven una vida que no es la suya. Sí, se forran y tienen multitudes que los adoran y a lo mejor no los dejan en paz, y dependen de ellos. Su vida particular tiene que ser muy fastidiada, porque saben que todo es una farsa...»

Un último destello que merece la pena destacar referente a las opiniones de los jóvenes es la reflexión que sobre la verdad comparte el personaje en mi opinión más interesante del relato, Javi. Para él, cuya superficialidad es solo una pose o más bien una actitud vital, la vida es para vivirla y no para pensarla, porque no somos más felices rompiéndonos los cuernos con estos enredos teóricos. Y además, la verdad no está oculta, sino a la vista de cualquiera, del mismo modo que al «buscar debajo de las piedras, solo salen bichos desagradables, escorpiones, lombrices y cosas así. La verdad se ve o no se ve, se quiere ver o no se quiere ver, eso es todo». Lo cierto es que la sabiduría de Javi, que manifiesta en sus juicios sobre el feminismo, las drogas o la España de Franco (en la que se vivía mejor que en muchos países democráticos), se debe a una afinada sensatez. Para Javier, acabar el día con la cabeza caliente y los píes fríos no ayuda precisamente a lograr esa felicidad que anhelamos, ni adelantar más o menos en las discusiones teóricas nos proporciona ese estado de grata satisfacción espiritual y física que llamamos felicidad. Y sin embargo, como apostilla Santiago, al dedicar un tiempo de reflexión a los asuntos elevados, es como si las experiencias vitales se enriqueciesen y se viviese por tanto en un nivel más elevado de conciencia. 

Y este es precisamente uno de los mayores lamentos del autor, el del empobrecimiento de la conciencia, al verificar que la mayoría de las personas viven vidas inconscientes, anodinas y triviales.

Existencias grises, superficiales, fútiles y contradictorias

El personaje más meditabundo de la novela, Santiago, destaca en varios momentos la pobreza de ánimo de sus semejantes, sus existencias grises, absortas en mil insignificancias banales, volcados «en sus pequeños afanes, en sus pequeños placeres y penas, odios y amores». Desde luego, esa pérdida de conciencia lesiona o mutila en el hombre la facultad de contemplar, dificultándole o impidiéndole recrearse en la realidad maravillosa y misteriosa que nos envuelve, y privándole de esta manera de las iluminaciones que la realidad en todo su esplendor ofrece, así como de sus derivaciones.

Uno de los rasgos propios de la condición humana en el que Pío Moa no profundiza es en el de los deseos trascendentes del hombre. No en vano, como señalaba Gustave Thibon, el hombre es una grieta sedienta de infinito, y, como señala C. S. Lewis, no hay duda de que el hombre desea una felicidad plena que en este mundo no pude satisfacer o cubrir y que necesariamente remite a su satisfacción en otro mundo. Otro rasgo distintivo de la condición humana que esta vez sí señala el autor es que el ser humano es muy contradictorio, lo cual es para Moa, con muy buen juicio, «una manifestación del bien y del mal, una prueba de la moral».

Observaciones finales

En fin, más allá de las alusiones literarias y musicales, también he encontrado especialmente gratas las pinceladas que Pío Moa emplea casi cicateramente para describir Madrid. El autor desliza ese pincel de forma muy comedida, mostrando apenas un reflejo de los cafés, calles y metros, de la Ciudad Universitaria, de la Gran Vía y la Puerta del Sol, emitiendo algún juicio estético que en líneas generales comparto.

Por ir ya acabando, debo decir con sincero pesar que Cuatro perros verdes no me ha causado la grata impresión que me causó Sonaron gritos y golpes a la puerta. En Cuatro perros verdes hay escenas ridículas, como la de la poetisa, las chicas no sirven más que de contrapunto, la acción (que es una sucesión de divagaciones algo confusa) pasa por momentos de enorme interés y otros de desconexión, la controversia en sí se convierte en una eterna porfía que a ratos satura, y el final resulta insatisfactorio (demasiado abierto, demasiado vago, demasiado obvio).

No hay duda de que el esfuerzo de Pío Moa, su amor por la sabiduría, es encomiable. Y desde luego las cuestiones que trata aquí no se pueden despachar a la ligera; sin embargo, al narrador le falta la elegancia que demuestra en su anterior novela, le falta también delicadeza, tratar con mayor cariño a sus tipos humanos, que quizá no lo merezcan por su falta de atractivo. A decir verdad ninguno conmueve. Así que tal vez sea ésta la mayor imperfección de la novela: la falta de encanto de sus personajes, así como la falta de tacto del autor con los mismos. Quizá hay mucho razonamiento y poco corazón en Cuatro perros verdes. Con todo, he de reconocer asimismo que el mundo interior de los jóvenes universitarios nunca me ha interesado. En la vida real se toman demasiado en serio. Se creen el ombligo del mundo. Apenas comienzan a leer a algún autor de cierta talla ya creen conocer los arcanos y aun los designios divinos. Y no saben nada. Ni de lo que hay en los libros ni de la vida cotidiana. Viven para ellos, y por eso en buena medida ni ellos ni sus ideas valen demasiado. Porque además no saben que la vida de muchas vueltas, ni que con el tiempo a menudo se mudan los gustos, los criterios y aun los principios que en origen se creyeron inamovibles.

En conclusión, lo más importante de esta novela es que detrás de las ideas y pensamientos vertidos en ella hay una vida entera dedicada al estudio; la vida de un hombre que ha atravesado la madurez estudiando y reflexionando mucho, y que sabe además, gracias a su experiencia, lo dura, admirable y chocante que es la existencia del hombre.



4 comentarios:

  1. El autor de "Cuatro perros verdes" se ha hecho eco en su blog de mi reseña:

    "Al escritor Luis Segura la novela "Cuatro perros verdes" le ha parecido bastante inferior a Sonaron gritos y golpes a la puerta, y que las cuestiones allí planteadas se diluyen “en un océano de discusiones y controversias” con un final “demasiado abierto, demasiado vago, demasiado obvio”. Su reseña es muy interesante, amplia y concienzuda, con conclusión distinta de otras que ya he publicado aquí".

    http://www.piomoa.es/?p=14252#comments

    ResponderEliminar
  2. Algunas puntualizaciones acerca de Cuatro perros verdes, para aclarar y completar mi reseña.

    Sonaron gritos y golpes a la puerta me parece un libro más redondo que éste, y me causó una impresión final más grata. Podría justificar esa impresión, pero ya he comentado las dos obras y creo que hay asuntos más interesantes que seguir examinando de ambas.

    Respecto a la novela más reciente, y por tanto la que es objeto de mayor protagonismo por ser de actualidad, me da la sensación efectivamente de que el esfuerzo que hacen los jóvenes para desentrañar la verdad de las cuestiones que discuten se diluye en un océano de opiniones y controversias porque cada uno se mantiene en sus trece, con sus opiniones previamente fijadas, y ninguno evoluciona, muda de ideas o manifiesta estar dispuesto a sacrificarlas por llegar al fondo de cada interrogante. Y esto es algo que pasa mucho en la vida real. No se trata de un diálogo de sordos o de besugos, porque los amigos se prestan atención entre comillas y razonan perfectamente, pero lo que unos a otros se dicen no penetra, no les remueve. Por concluir con este asunto, y teniendo en cuenta que he podido leer con ligereza y quizá podido pasar por alto algunas situaciones importantes, creo que la obra, que es notable, hubiera sido más grande si hubiese abarcado más jornadas y hubiese mostrado una mayor evolución intelectual y emocional de los personajes. Estos no conmueven. Pero la ideal principal, que es exponer un conjunto de tesis, se hace con brillantez, tanto en la forma como en el fondo, pues en resumen Cuatro perros verdes es una formidable disertación sobre las principales cuestiones de la vida, mundanas y divinas. En este sentido, hay problemas, sobre todo los de carácter existencial, para los que no hay una solución clara, pero que quedan planteados y al menos nos invitan a reflexionar, y otros, sin embargo, que como los históricos o ideológicos, se ventilan con bastante solvencia y autoridad.

    En segundo lugar, respecto al final de Cuatro perros verdes, digo que me parece abierto, vago y obvio. En primer lugar, abierto para todos menos para Chano, claro está, pero abierto al fin y al cabo, y vago, porque unos y otros mantienen sus posiciones de manera imperturbable y a la conclusión de la acción no ha cambiado en ellos nada. Y obvio, porque es poco imaginativo el cierre, ya que la bola de nieve, es decir, los intrincados asuntos que han tratado los cuatro amigos, continúa rodando incesantemente, reforzándose en consecuencia la sensación de final abierto y vago. Con todo, este segundo punto, es más una descripción que un reproche. Desde luego, esperaba algo más del último tramo de la novela y del final, pero me parece obvio, esto es, sencillo pero también lógico.

    Finalmente, insisto una vez más. Cuatro perros verdes me ha gustado, pero no tanto como la novela de 2012. Lo cual para mí no le resta valor ni importancia a esta obra, que es muy recomendable, por ser una obra a contracorriente, por la altura de su contenido y por la amena manera de presentarlo.

    Continuará…

    ResponderEliminar
  3. Pío Moa ha dicho:

    "D Tulio y D. Luis me sugieren otras novelas en lugar de la ya escrita. Pero hay una evolución muy fuerte en Chano, hacia las mujeres y hacia los comunistas, aunque termine de manera un tanto desgraciada y muy abierta. Chano es el joven idealista e ingenuo, ansioso de aprender para cumplir sus sueños, dos amigas lo han encontrado el más interesante y entrañable, lamentando el final. Moncho y Santi no pueden evolucionar, simplemente expresan puntos de vista muy arraigados en ellos e implícitos en la sociedad de entonces y en definitiva en la de ahora. Si cambiaran, la tensión se disolvería y resultaría poco verosímil. Aunque no dejaría de ser posible jugar con la ironía: Moncho se vuelve católico y Santi escéptico y descreído. Eso tendría su gracia, aunque resultaría algo forzado. En cuanto a Javier, es más hombre de acción (“sereno, animoso y alegre”), es inteligente y bastante culto, y observa las discusiones con una mezcla de interés y escepticismo. Por otra parte el principio y el final con las reflexiones de Santi al nacer y ponerse el sol tienen un significado fundamental en la novela, o al menos yo he querido dárselo, quizá sin lograrlo, ya que nadie se extiende al respecto.
    La escena de la poetisa está sacada de la realidad, tiene muy poca imaginación, incluido el “me siento en off”. También la canción sobre el sexo. La referencia a Mac Namara se entiende en el contexto de la guerra de Vietnam".

    ResponderEliminar
  4. Al respecto de la evolución de Chano, más que evolucionar, tengo la sensación de que es el único que escucha atentamente, con intención sincera de instruirse, para lo cual también lee mucho. Pero es cierto que su relación con María Antonia inicia en él algo parecido a una transformación, que sin embargo no cuaja por su final abrupto. A mí, por el motivo que sea, el personaje de Chano me ha repelido más que atraído, aunque suyos son los agudos juicios sobre los actores y actrices, y suyo es el desprecio al penoso espectáculo de la poetisa.

    En cuanto a las reflexiones de Santi, iba a hacer mención a ellas en el siguiente comentario. He comentado que aprecio cierta falta de tacto y de delicadeza del autor con sus personajes. Sin embargo, no he hecho mención a la sensibilidad del mismo para atender a las realidades maravillosas de la vida y lo que de su contemplación extraemos. Y eso se nota especialmente en el comienzo y en el final de la novela. El hecho de que Cuatro perros verdes comience con uno de sus personajes levantándose temprano para contemplar el bello espectáculo de un amanecer es muy significativo. En primer lugar porque indica la especial sensibilidad del autor por las bellezas de la naturaleza, denotando la importancia de reparar en ellas. Y en segundo lugar, porque al concluir la novela con una puesta de sol, y las reflexiones que en Santi suscita ese espectáculo, se advierte que en una jornada cualquiera en realidad se encierra todo un mundo, una infinidad de historias, un sinfín de acontecimientos trascendentales, irrepetibles y únicos.

    En definitiva, creo que esto último es el propósito de Don Pío. Y me parece un propósito maravilloso. Muy por encima en mi opinión de los universitarios que campean por las página de esta novela, que siguen sin convencerme demasiado, en tanto son tipos humanos por los cuales no he conseguido sentir verdadera empatía.

    ResponderEliminar