domingo, 2 de agosto de 2020

El conde de Chanteleine de Julio Verne

Es sabido que la vida de Julio Verne da un giro de 180 grados con la publicación de Cinco semanas en globo (1863) y el nacimiento de su vínculo con el célebre editor Pierre-Jules Hetzel. A partir de entonces el novelista bretón, nacido en Nantes, vive con holgura y se aficiona a los viajes, recorriendo Europa, Norteamérica y África. En sus populares escritos hace gala de vastos conocimientos geográficos y científicos. Se le considera el padre de la ciencia ficción, y sus aventuras poseen una elevada dosis de acción al tiempo que muestran una gran fe en el progreso técnico; fe que sin embargo se atenúa e incluso desaparece en su último período creativo. Menos sabido es que Verne fue católico romano, y que una de sus obras más interesantes y personales fue vetada precisamente por su editor. Ésta es El conde de Chanteleine (1864), obra inédita en un sólo volumen durante más de un siglo por motivos ideológicos. 

El conde de Chanteleine es una extraordinaria novela de acción, que traza con maestría los rasgos históricos de la época del terror republicano en plena Revolución Francesa. Verne novela aquí un episodio de la revolución, y titula su primer capítulo «Diez meses de guerra heroica». Se refiere a la Guerra de la Vendée, un conflicto que reveló la impronta satánica de una revolución urdida por las élites de París para imponer su única visión del mundo, pero a la que se opuso en todo momento, sobre todo en los ámbitos rurales, el pueblo francés, sustancialmente realista y católico.

Frente a los decretos de la Convención, las municipalidades inhumanas, la ley de sospechosos, los curas juramentados, los salvajes miembros del Comité de Salvación Pública, en definitiva, frente a la maquinaria diabólica y homicida de la revolución se alzó en armas el campo francés y la aristocracia. Los disidentes contrarrevolucionarios tomaban partido por Dios y por el Rey, por el trono y el altar, es decir, por sus libertades y su vida tradicional, garantizada y pautada por sus principios y costumbres religiosas. Esta bandera, considerada una auténtica cruzada, era para sus integrantes una «causa santa». Sin embargo, los esforzados resistentes fueron masacrados por las tropas de la república, cuyos metódicos dirigentes pusieron en marcha el primer genocidio regular de la historia moderna, a pesar de prometer un mundo más libre, más igualitario y más fraterno.

El protagonista de este delicioso relato es el conde Humberto de Chanteleine que, unido a las filas del ejército católico y realista, deja el frente y la retaguardia para hallar 一junto a su fiel servidor, el fornido labriego Kernan一 a su mujer y a su hija María. La narración es en buena medida un relato de acción, una aventura en la que se debe ejecutar una venganza, y en la que no faltan hechos providenciales, como el que protagoniza el caballero Henry de Trégolan. Así que precipitándose por medio de pantanos llenos de lodo y de agua, lejos del camino real y de las columnas de azules, los dos hombres recorren la húmeda y gris región atlántica de Bretaña.

La principal amenaza para el conde y su leal servidor es el malvado Karval, un personaje odioso y resentido que simboliza y condensa el horror revolucionario:

«Karval era un hombre de mediana estatura y desproporcionados miembros, que mostraba en toda su persona esa fealdad que generalmente revela un mal corazón; en su fisonomía se veía el sello del odio, de la bajeza y de todas las malas pasiones.

No carecía aquel hombre de inteligencia; pero al mirarle se adivinaba fácilmente a un ser cobarde y degradado que, como muchos de los héroes de aquella revolución, era sanguinario por miedo; pero si el miedo le hacía sanguinario y feroz, le hacía también tenaz e inflexible hasta el extremo de que nada era capaz de conmoverle en el mundo».

En la descripción de Verne se indican dos rasgos típicos de los revolucionarios: Eran hombres sanguinarios y fanáticos.

En este sentido, avanzado el relato leemos: «El tribunal revolucionario funcionaba sin descansar un solo instante, llevando la crueldad hasta el extremo de obligar a los niños a que guillotinasen algunas víctimas, para enseñarles, según se decía, a leer en las almas de los enemigos de la república.

La locura se unía a la embriaguez, y una sed insaciable de sangre devoraba a aquellos hombres fanáticos». En el capítulo quinto, Verne asegura que los individuos de las municipalidades republicanas «obraron siempre con la más irritante arbitrariedad», distinguiéndose en todo momento por «sus exageraciones demagógicas».

En oposición a todo ello, a la sinrazón y al desprecio por la vida humana que representaban aquellos adalides del progreso, y supuestos amantes de la humanidad, encomia el escritor francés las bellezas de la verdadera religión, como el santo sacrificio de la misa, «el sublime papel que hace el sacerdote» y la importancia de los lazos de la caridad cristiana.

Al final, la piedad vence a la cólera, y como describe Julio Verne, Dios concede al conde y sus amigos «un desenlace que no hubieran podido esperar jamás de parte de los hombres».

Sin duda El conde de Chanteleine concluye con un final exquisito y es una novela de un valor incalculable, por su calidad literaria, por el episodio histórico que noveliza y por suponer un antídoto contra el atemporal fanatismo ideológico, cuyas consecuencias siempre son horripilantes.


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