miércoles, 6 de mayo de 2020

Misericordia de Benito Pérez Galdós

En 1897, año en que Benito Pérez Galdós leyó en la Real Academia su discurso de ingreso, se publicó una de sus novelas más apreciadas: Misericordia.  

Con ella el académico se había propuesto «descender a las capas ínfimas de la sociedad matritense, describiendo y presentando los tipos más humildes, la suma pobreza, la mendicidad profesional, la vagancia viciosa, la miseria, dolorosa casi siempre, en algunos casos picaresca o criminal y merecedora de corrección».

El tema de por sí ya resulta poco interesante. Pero Galdós tuvo siempre especial fijación por los más pobres, muy socorridos en sus obras para expresar sus inquietudes humanistas.

Comienza Misericordia con un escuadrón de mendigos y una descripción detallada de su arte de limosnear; entre los menesterosos destaca Benigna, protagonista casi absoluta de la obra. La narración gana enteros a partir del capítulo sexto, y sobre todo del octavo, cuando Galdós se centra en Benigna y cuenta los orígenes de su decadencia, ligados a los de la viuda Doña Frasquita; señora venida a menos que tiene a Benigna empleada a su servicio. Al final, la señora y sus hijos se mantienen gracias a las limosnas de Benigna, así como otras damas como Juliana, que después de un golpe de fortuna revelan una profunda ingratitud hacia su benefactora, cargando en última instancia con el peso, difícilmente soportable, de una mala conciencia. 

Dicho esto, en mi opinión hay aspectos que deslucen el conjunto demasiado. 

Por un lado está la consideración de los indigentes, objeto teórico de tantos filántropos de dudosa reputación y de las ideologías seudohumanitarias tan de moda. Todos estos falsos bienhechores suelen tener en común su abultado patrimonio y su desprecio a Dios, por considerarlo infame al permitir la pobreza en el mundo, cuando fue precisamente el Dios de los cristianos el que vivió de veras la pobreza material; además, todos los desvelos de estos falsos filántropos 一misántropos en realidad se han concretado siempre en multiplicar el número de pobres. Por eso el tema de la pobreza en la literatura corre el riesgo de llevar a muchos engaños si no está bien planteado. Y es que, ¿qué hacen los pobres para dejar de serlo? Uno de los personajes de la novela, Don Carlos, sentencia lo que cualquier persona sensata sabe: «con orden, los pobres se hacen ricos. Sin orden, los ricos...» (se hacen pobres). Aunque ciertas sean también las palabras de Benigna, pues en este mundo «todo anda trastornado y al revés, hasta los cielos benditos».

Otra falta que a mi entender puede hacerse a Galdós en esta novela en particular tacha más bien propia de la mayor parte de sus obras costumbristas, es que sus descripciones se enfoquen tanto en lo soez y despreciable de las escenas y sus personajes. Así, leemos por ejemplo que el parador de Santa Casilda era una «vasta colmena de viviendas baratas alineadas en corredores sobrepuestos. Entrase a ella por un patio o corralón largo y estrecho, lleno de montones de basura, residuos, despojos y desperdicios de todo lo humano».

Asimismo, se ha dicho de Galdós que es el pintor del Madrid decimonónico, que en sus obras está toda la sociedad madrileña retratada. Pero el Madrid fino y elegante, y sus gentes decentes, limpias y cultas, brillan por su ausencia o padecen algún vicio que las degrada. Galdós no es Tolstoi. No hay al fin esplendor en los cuadros de sus novelas; todo en su obra es más doméstico y pedestre.

Por último, al reproducirse con asiduidad la jerga del populacho, la narración se entrecorta y pierde en gran medida su gracia. Por lo tanto, si en Misericordia Galdós puede ser considerado el pintor de los bajos fondos madrileños, para mi gusto su dibujo es excesivamente turbio, y su paleta, demasiado apagada.

El único contrapeso que eleva el tono de la historia y la convierte por momentos en emocionante es la bondad de Benigna. Especialmente cálido y emotivo es el paralelismo que establece Galdós entre la realidad concreta y material que rodea a la protagonista y la realidad soñada o idealizada que crea en su imaginación para olvidar el hambre. Este punto, de hecho, sí puede ser considerado magistral por parte de don Benito. Finalmente, como decía, la bondad de Benigna es la que en última instancia conmueve al lector, salvando la obra. Pues la entrañable mendiga enseña una lección impresionante: pedir limosna no es una deshonra cuando se ha hecho lo posible para evitar llegar a esa situación. Robar es otra cosa.

«Robar, no. ¿Que no me ven? Pero Dios me verá. Dios ve los corazones de todos; el mío también lo ve... Véalo, Señor de los cielos y la tierra, véalo pronto».

En suma, esa cordialidad de Galdós con sus figuras preferidas es un rasgo loable del literato; un rasgo no menor que lo sitúa a la altura de los grandes.


3 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho su crítica. Un saludo.

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  2. Tengo una duda. ¿Por qué ese título? ¿Es por que Galdós tiene misericordia con la protagonista?

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  3. El título tiene un doble sentido. Por un lado, efectivamente, hace referencia al triunfo final de la justicia poética. Por otro, remite al asilo o Casa de Misericordia de Santa Isabel al que sugieren a Benigna que entre.

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