martes, 28 de abril de 2020

Helena de Troya y su culpabilidad en el desencadenamiento de la guerra

Si seguimos a Homero al pie de la letra, la causa de la guerra de Troya sólo está insinuada. En la Ilíada, en concreto, Homero da a entender que la guerra es consecuencia de la conducta de la hermosa Helena y de su nuevo y mujeriego esposo, el "deiforme" Alejandro, esto es, Paris. 

Pero Helena sólo es consciente de su error cuando observa los males que se suceden de su unión con Paris, ilegítima o no. De hecho, en todo momento Homero la presenta arrepentida, e incluso parece que se compadece de ella. Hay sinceridad en sus gestos y nobleza en su carácter. Y por eso es bien acogida por su cuñado y su suegro.

Helena admira al gran Héctor, su cuñado, y lo quiere castamente. Presumiendo que va a morir a manos de Aquiles, le dice: "¡Héctor, el cuñado más querido de mi corazón! Mi marido, el deiforme Alejandro, me trajo a Troya, ¡ojalá me hubiera muerto antes! [...] Con el corazón afligido lloro a la vez por ti y por mí, desgraciada; que ya no habrá en la vasta Troya quien me sea benévolo y amigo, pues todos me detestan".

También aprecia a su suegro, el rey Príamo: "Me inspiras, suegro amado, respeto y temor. ¡Ojalá la muerte me hubiese sido grata cuando vine con tu hijo, dejando, a la vez que el tálamo, a mis hermanos, mi hija querida y mis amables compañeras!"

Como he escrito en ocasiones anteriores, la Ilíada es el vademécum del mundo griego, y en él están recogidos los principios fundamentales de la sociedad arcaica griega, entre los cuales el honor, la gloria, la reputación, son pilares fundamentales, ligados, por cierto, a la propiedad individual y al libre ejercicio de la misma, dentro de los cauces, eso sí, de las leyes naturales instauradas por los dioses.

Pero las acciones tienen consecuencias, cuyos ecos y resonancias últimas desconocemos. Por un lado, podemos preguntarnos, si Helena amaba a Paris y no al rey de Esparta, ¿qué mal hizo al abandonar a este último? Por otro, ¿no podría haberse sentido traicionado Menelao? Desde luego, no es baladí la desconfianza que genera un traición y el daño que hace. ¿Y cómo justificar seriamente una acción a partir de un capricho, de una pasión?

En el mundo heroico de Homero, Helena es culpable de la guerra de Troya y no lo es. Es responsable de no haberse dominado, cayendo en las redes del seductor troyano, propiciando una reacción violenta. Pero no es responsable de que la diosa Afrodita le prometiera a Paris la mujer más hermosa de todas. La tragedia griega, insoluble, lo es precisamente porque los hombres están sometidos al arbitrio de los dioses y nacen con una determinada estrella. En consecuencia, la grandeza de los humanos procede de su actitud gallarda frente a ese destino prefijado, que algunos incluso conocen de antemano y lo aceptan. Pero Helena siente un gran desasosiego y se detesta a sí misma. Quizá más por haber sido escogida como juguete del destino -por haber nacido con un hado tan aciago-, que por no haber sido ser prudente y casta.

A fin de cuentas, a simple vista los motivos de la Guerra de Troya pueden parecer desdeñables. Seguramente el casus belli de la guerra histórica fuera económico, y puede que el poeta griego, al transmitir el mito, lo idealizara con una causa que ennobleciera los motivos por los cuales los hombres deciden matarse unos a otros, sin que ello justificara la guerra ni la hiciera menos pavorosa. O puede, incluso, que al presentar esa excusa, el vate griego nos quisiera mostrar la cara más absurda de la guerra.

¿Guerra justa a pesar de todo o frivolidad?

Ni siquiera es seguro que Homero lo tuviese claro. En el mundo de la Ilíada que describe, el honor es un valor sagrado. Pero su poema es una batalla campal y un lamento por los héroes caídos. Nosotros, más de dos mil quinientos años después, vemos ahí una contradicción, pero para el poeta probablemente no la había, sin duda porque contemplaba la vida como un callejón sin salida; un callejón o escenario donde únicamente cabe representar mejor o peor el papel que a cada uno se nos ha asignado. Es ésta una visión trágica, sin duda; pero lo trágico es horrible y a la vez esplendoroso.



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