miércoles, 1 de abril de 2020

Don Quijote y su Discurso de la Edad Dorada

Siguiendo los pasos de Hesíodo y San Pablo, Cervantes desarrolla en su inmortal obra maestra un discurso acerca de la Edad Dorada, comparando a los hombres de entonces con los de su época. Los tres coinciden en que la humanidad se va degradando progresivamente, en contra de la opinión actual que considera que el hombre progresa hacia las mejores y más acabadas evoluciones de la especie.

Los escritores antiguos de Grecia y Roma dividían la historia en cuatro edades: la de oro, la de plata, la de bronce y la de hierro. En cada uno de esos períodos la vida era peor que en el anterior: así, mientras que en la edad dorada reinaba la felicidad, en la de hierro dominaba la crueldad, la violencia y el egoísmo. 

Lo maravilloso del capítulo XI del Quijote, en el que se recoge el discurso citado, ya no es el discurso en sí, sino el cuadro en el que lo recita Don Quijote; pues después de comerse unos tasajos de carne "del tamaño de un puño" junto a su escudero Sancho Panza y unos cabreros con los que se habían topado, toma un puñado de bellotas en la mano y, mirándolas atentamente, pronuncia el lunático estas sabias palabras:

"Dichosa edad y siglos dichosos aquellos que los antiguos llamaban dorados, y no porque en ellos el oro se alcanzase sin fatiga alguna, sino porque los que entonces vivían ignoraban las palabras tuyo y mío, pues todas las cosas eran comunes. Para el sustento ordinario no había más trabajo que alzar la mano y recoger los dulces frutos de las robustas encinas. Las fuentes eran claras, y los ríos, de aguas sabrosas y transparentes, y las solícitas abejas daban a cualquiera la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia. No había engaños, y la malicia no se mezclaba con la verdad. La justicia triunfaba sin que nadie la degradara por los favores e intereses que hoy tanto la dañan. Entonces las hermosas pastoras andaban solas por donde querían, con el cabello suelo y sin más vestidos que algunas hojas verdes entretejidas para cubrir lo que la honestidad requiere. Pero ahora, en estos detestables siglos, no está segura ninguna mujer honrada, aunque se oculte en un laberinto como el de Creta, y por eso se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender a las doncellas, amparar a las viudas y socorrer a los huérfanos y a los necesitados. De esta orden soy yo, hermanos cabreros, a quienes les agradezco el agasajo y la buena acogida que me hacéis a mí y a mi escudero".

Pues bien, aunque Don Quijote se remonta aquí a un mundo idílico, cuyo modelo en parte es el Edén primitivo, hay una enorme verdad en sus palabras. Y creo que a nadie se le escapan los paralelos con el mundo presente.

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