miércoles, 22 de abril de 2020

Isabel la Católica de José María Zavala

Hace hoy 569 años, un 22 de abril de 1451, nacía Isabel I de Castilla, en lugar sin relieve ni brillo cortesano, Madrigal de las Altas Torres. Entonces sólo Madrigal.

Ella y su esposo, el rey don Fernando de Aragón, fundaron, mediante la unión de sus respectivos reinos al unirse en matrimonio, la Monarquía Hispánica, pasando a la historia con el sobrenombre de los Reyes Católicos, por su sincera religiosidad cristiana y su incansable celo por difundir el Evangelio entre sus reinos y el Nuevo Mundo. La hazaña sin duda fue obra conjunta, pero la joya de la corona siempre fue la hermosa reina de rubios cabellos y ojos azules en los que brillaban verdosas luces con destellos de oro.

En España, el prestigioso académico Luis Suárez ha estudiado en profundidad la inmensa figura de la reina. Sus detallados libros sirven hoy de punto de partida a cuantos deciden iniciarse con seriedad en el conocimiento de Isabel I de Castilla. Sin embargo, en mi opinión el hispanista William Thomas Walsh es el que ha escrito las obras más armoniosas y palpitantes acerca de la reina, es decir, las obras más acordes con su grandeza; o dicho de otro modo: las páginas que mejor reflejan el lustre de su verdadero mito.

Más allá de su gesta política, que resulta asombrosa a la luz de la Historia y convirtió a Isabel en la soberana más poderosa de la Cristiandad, destacan sus cualidades personales y su inquebrantable fe católica. Tanto es así que la Sierva de Dios -como fue declarada por la Santa Sede Apostólica- fue postulada como posible santa, estando abierto hoy por hoy su proceso de beatificación. 

El periodista José María Zavala recoge en su libro Isabel la Católica. Por qué es santa, casi un centenar de testimonios y opiniones de distintos períodos históricos acerca de las virtudes de la gran reina. Entre ellos sobresalen algunos de los siguientes. Como el del ilustre Baltasar Gracián, que se refirió a la reina como "aquella Princesa que siendo mujer excedió los límites del varón". Para Cánovas del Castillo, Isabel fue "la mujer más grande y más respetable de la historia". Y para Washington Irving Isabel fue "uno de los más bellos y puros caracteres de la historia".

Pero de todos los juicios pronunciados, destacaría el que le dedicó Modesto Lafuente a la incomparable soberana de la Casa de Trastámara, como broche de oro de su dignísima aureola: "La magnanimidad y la virtud, la devoción y el espíritu caballeresco de la reina, descuellan sobre la política fría y calculadora, reservada y astuta del rey. Los altos pensamientos, las inspiraciones más elevadas vienen de la reina. El rey es grande, la reina eminente. Tendrá España príncipes que igualen o excedan a Fernando: vendrá su nieto rodeado de gloria y asombrando al mundo: pasarán generaciones, dinastías y siglos, antes que aparezca otra Isabel".



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