lunes, 20 de abril de 2020

Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes (I): La gitanilla

Las Novelas ejemplares son una colección de doce novelas cortas escritas por el máximo representante de la literatura española, Miguel de Cervantes, entre los años 1590 y 1612. Estos relatos variados, a veces intrincados, vieron la luz en un único volumen en 1613, gracias a la entusiasta acogida que obtuvo la publicación de la primera parte del Quijote, en 1605.

La principal pretensión del autor con esta serie de novelas fue la de entretener a sus lectores, ofreciendo al mismo tiempo una enseñanza útil para la vida; de ahí el calificativo de ejemplares que posee su título, y que no obstante puede llevar al equívoco de creer que los relatos tienen una finalidad moralizante. En realidad las Novelas ejemplares encierran aventuras o peripecias poco verosímiles en las que sus personajes se proponen como modelos a ser imitados, por lo elevado de sus aspiraciones y por la nobleza de sus actos.

La primera de las Novelas ejemplares es sumamente agradable. Y tiene por rótulo el risueño nombre de La gitanilla. La novela es una hermosa historia de amor casto entre un apuesto mozo de ilustre cuna (don Juan de Cárcamo) que se hace gitano, pasando a llamarse Andrés Caballero -para avenirse a las condiciones de una linda gitana, a la que pretende-, y la gitanilla, la cual no quiere juramentos, dádivas ni promesas, sino la experiencia directa del noviciado para cerciorarse de si interesa o no interesa el pretendiente.

Desde luego la chiquilla es una alhaja. Criada como una gitana de pura cepa en diversas partes de Castilla, baila y canta romances con especial donaire, enamorando los ojos de cuantos la miran, especialmente en Madrid, asiento definitivo de la Corte. Pero la niña no enamora simplemente por su arte, sino sobre todo por su conducta limpia y su escrupuloso decoro; sentimientos poco comunes entre los de su raza nómada, y aun entre el pueblo payo. Además, la gitanilla, de nombre Preciosa, esconde un misterio que se resuelve al final de la trama. Lo que se descubre entonces es que la joven es hija de un matrimonio noble que fue hurtada por una gitana vieja a sus padres cuando era un bebé.

La misma vieja gitana que la cría bajo su protección, instruyéndola en las mañas del gitaneo, y la acompaña en todas sus giras, cobrando los cuartos del agosto y la vendimia de su nieta "adoptiva", aliviando, y de qué manera, la esterilidad de la casa. La vieja, así pues, hace de maravilloso contrapunto satírico, y consigue realzar el señorío de la protagonista, que, a pesar de la enseñanza recibida, no rebaja nunca la gravedad y mesura de sus acciones.

Dicho esto, me satisface pensar que por sí sola, esta grata narración podría ser motivo de placenteras tertulias entre personas cultivadas y serias. Sin embargo la obra de Cervantes, y especialmente la primera de sus Novelas ejemplares, puede resultar indigerible y embarazosa para el lector actual de espíritu sensiblero, porque la mentalidad de Cervantes, y sus contemporáneos, dista sideralmente de la nuestra. Cervantes vierte en La gitanilla la opinión común de sus paisanos acerca de los gitanos, que es -justificada o no- la fama que siempre ha acompañado a estas gentes a lo largo de su ambulante historia.

Por ejemplo, la propia Preciosa, casi al final del relato, admite que debe ser agradecida con quien "se había querido humillar a ser gitano por ella". En otro pasaje, el narrador, al observar que Andrés es acompañado por otro gitano "caritativo", aclara que "aun entre los demonios hay unos peores que otros, y entre muchos malos hombres suele haber alguno bueno"). Por último, basta citar el alegato del viejo gitano que le entrega la mano de Preciosa a Andrés y le explica a éste, resumidamente, en qué consiste la cultura que va a profesar:

"Nosotros guardamos inviolablemente la ley de la amistad; ninguno solicita la prenda del otro; libres vivimos de la pestilencia amarga de los celos. Entre nosotros, aunque hay muchos incestos, no hay ningún adulterio, y, cuando le hay en la mujer propia o alguna bellaquería en la amiga, no vamos a la justicia a pedir castigo; nosotros somos los jueces y los verdugos de nuestras esposas o amigas; con la misma facilidad las matamos y las enterramos por las montañas y desiertos, como si fueran animales nocivos; no hay pariente que las vengue, ni padres que nos pidan su muerte. Con este temor y miedo, ellas procuran ser castas, y nosotros, como ya he dicho, vivimos seguros. [...] Con éstas y con otras leyes y estatutos, nos conservamos y vivimos alegres; somos señores de los campos, de los sembrados, de las selvas, de los montes, de las fuentes y de los ríos. [...] Del sí al no no hacemos diferencia cuando nos conviene; siempre nos preciamos más de mártires que de confesores. [...] En conclusión, somos gente que vivimos por nuestra industria y pico, y sin entremeternos con el antiguo refrán iglesia o mar, o casa real, tenemos lo que queremos, pues nos contentamos con lo que tenemos".

Sin duda, en La gitanilla Cervantes describe a los gitanos con trazos muy negativos, logrando a veces un efecto cómico, y otras únicamente mostrando -su más que probable- sincero rechazo por estas personas.

Al final, sobre determinados impedimentos que surgen y tensan la acción dramática, triunfa el amor honesto de los dos amantes, siendo el uno para el otro la mejor recompensa de su proceder irreprochable.

Y ésa es en definitiva la moraleja de esta magnífica y breve novela: quien conduce siempre sus pasos por el camino de la honradez, obtiene, antes o después, el fruto de sus buenas obras.


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