domingo, 26 de abril de 2020

Los Santos Evangelios (II): Composición

Cuenta Platón que cuando el dios Horus llevó al faraón de Egipto el invento de la escritura, éste le dijo desencantado: "Este invento va a destruir en los hombres la memoria". 

El mundo de Jesús es en muchos aspectos un mundo muy alejado del nuestro. Así han querido los hombres que sea. De entrada, era un medio rural fundado sobre el valor o la importancia de la palabra hablada. Por tanto en dicho ámbito, la escritura tenía un peso muy reducido. Para conservar y transmitir la tradición espiritual y moral del pueblo o de la raza, existían recitadores profesionales de portentosa memoria. Fue precisamente en ese marco y en ese ambiente de estilo oral donde se derrama por vez primera la simiente del Evangelio.

La enseñanza religiosa de Cristo transmitida por los Apóstoles constituye en definitiva el contenido de los Evangelios. Esta enseñanza en primer lugar permaneció durante algún tiempo en la memoria de los recitadores (los nabís o meturgemanes hebreos) antes de ser fijada por escrito. Como ya se ha dicho, la memoria de estos recitadores era un prodigio, y su fidelidad constituía un deber profesional. En realidad su oficio era fundamental para la comunidad, porque en la cultura de Jesús no regía la escritura, y el libro no existía o era raro. De esta manera, en los recitadores recaía la obligación de conservar el tesoro de la tradición, siendo estos hombres como una especie de imprenta viva. Cristo fue uno de ellos.

No era éste ni mucho menos un fenómeno excepcional del pueblo hebreo, sino común a todos los pueblos del mundo antiguo. El más famoso recitador de todos los tiempos es Homero. Pero además de los rapsodas griegos, son conocidos por idéntico motivo los brahmanes hindúes, los poetas árabes, los guslares rusos, los ritmadores tuaregs, los juglares medievales, etc. Estos narradores o poetas recitaban los monumentos religiosos, épicos o jurídicos de su pueblo, que tenían en su memoria, y a su vez improvisaban nuevos recitados, que los oyentes memorizaban con una facilidad y exactitud admirables. Tenían, en definitiva, una especie de imprenta natural montada en el cerebro.

En definitiva, de este modo se compusieron los Evangelios, los cuales fueron fijados por escrito varios años después de ser proferidos; cuando había ya muchísimas gentes que los repetían de memoria y podían controlar su exactitud. Jesús fue por su oficio un gran recitador de estilo oral; por eso el mandato de sus discípulos consistió en retener y repetir sus enseñanzas, componiendo a su vez recitados narrativos de sus milagros, hechos y andanzas. Y en el fondo en eso consistía el discipulado: en retener y conservar el tesoro, la doctrina, la buena noticia encarnada en Jesucristo. Para, así, poder divulgarla.

De modo que al haber ignorando los estudiosos las leyes de la recitación en los ambientes de estilo oral, no sólo han confundido a las almas sencillas, sino que han perdido varios siglos enzarzados en cuestiones insolubles propias de la critica textual, encontrando discrepancias en los Evangelios que no han sabido armonizar, y que además no afectan al sentido de las palabras dichas, sino a las expresiones utilizadas; porque la "oscuridad" de la Escritura no es oscuridad del original, sino de las traducciones más o menos ajustadas.


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Nota: Para elaborar este artículo he seguido El evangelio de Jesucristo del Padre Leonardo Castellani.



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