Dante Alighieri (1265-1321) forma junto a Homero, Cervantes y Shakespeare el póquer de los nombres más importantes de la literatura universal. La razón del nombre de su obra maestra dice bastante de la fama que alcanzaría ésta en su época y en los siglos venideros. La Divina Comedia, obra que encumbró tan arriba al florentino, había sido titulada originalmente Comedia, pues en realidad el peregrinaje espiritual del protagonista acababa felizmente, habiendo disfrutado éste las mieles del Paraíso reunido con el amor de su vida, Beatriz. El apelativo de Divina fue posterior: Los hombres que leían con asombro la Comedia se daban cuenta de que su perfección era tan increíble que no resultaba arriesgado considerar que Dante había contado con la colaboración de Dios para escribir su gran obra. Y lo cierto es que quien haya leído con apasionada atención las tres partes de esta maravilla sabrá que el anterior supuesto es perfectamente verosímil.
La Divina Comedia es una obra puramente medieval. Todo el saber teológico que encierran sus páginas, sus símbolos y alegorías son propiamente los del ambiente del medievo. Y si una de las máximas cimas literarias de la historia se gesta en estos años, ¿cómo hablar entonces de siglos oscuros sin hacer el ridículo? De hecho, la luminosidad de esta obra es tan inaccesible al común de los mortales actuales, que la lectura de uno sólo de sus cantos supone para la mayoría de éstos un ejercicio incomprensible. Quizá porque es difícil asumir hoy en día —al contrario de lo que ocurría en la sociedad florentina del siglo XIV— que la vida es un éxodo que conduce a Dios.
Sea como fuere, se trata de una obra incomparable. La obra magna de Dante Alighieri está compuesta en terza rima y se divide en tres partes claramente diferenciadas: Infierno, Purgatorio y Paraíso. Cada parte a su vez se compone de 33 cantos, más uno de introducción, haciendo un total de 100 cantos (número redondo que alude a la perfección). La obra está tan llena de símbolos y figuras alegóricas que resulta imprescindible contar con una edición anotada. Además, su riqueza es tan inmensa, aparte de recursos literarios, por los personajes históricos y mitológicos que la pueblan, que a un lector poco cultivado la Divina Comedia le parecerá a primera vista un bastión inexpugnable y de inútil provecho, dirigida a paladares más delicados: Y lo peor es que estará en lo cierto.
Pero mi intención es que en La cueva de los libros éstos encuentren remedio. Así pues, tras el necesario preludio, entro en materia.
La figura principal del poema es el propio Dante que, «a mitad del camino de la vida» se encuentra, sin saber cómo, en una selva oscura, «con la senda derecha ya perdida». Cuenta en primera persona el aclamado poeta que apenas inició su camino le salió a su encuentro un leopardo, al poco un león, y por último una loba: «así la bestia que hacia mí venía, me empujaba sin tregua, lentamente, al lugar en que al sol no se le oía». Pero en el momento más crítico surge una sombra que, poniendo a raya a las fieras, se presenta a Dante y le asegura que él será su guía: «y he de llevarte hasta el lugar eterno donde oirás espantosa griterías, verás almas antiguas dolorosas: segunda muerte lloran a porfía; verás gentes también que son dichosas en el fuego, que esperan convivir un día con las almas venturosas. A las cuales, si aspiras a subir, más que la mía existe un alma pura: con ella, al irme yo, te veré ir; que aquel emperador que hay en la altura, puesto que fui rebelde a su doctrina, que yo no llegue a su ciudad procura. A todo desde allí rige y domina; allá están su ciudad y su alta sede; ¡feliz aquel a quien allí destina!». Se trata de Virgilio, admirado maestro para Dante, al que llama «fuente de quien brota el caudal de la elocuencia». Virgilio es por tanto quien en el canto inaugural revela al poeta dónde se encuentra y cuál será su itinerario. Esa enigmática invitación dará pie a una de las aventuras más fascinantes de la literatura mundial.
La figura principal del poema es el propio Dante que, «a mitad del camino de la vida» se encuentra, sin saber cómo, en una selva oscura, «con la senda derecha ya perdida». Cuenta en primera persona el aclamado poeta que apenas inició su camino le salió a su encuentro un leopardo, al poco un león, y por último una loba: «así la bestia que hacia mí venía, me empujaba sin tregua, lentamente, al lugar en que al sol no se le oía». Pero en el momento más crítico surge una sombra que, poniendo a raya a las fieras, se presenta a Dante y le asegura que él será su guía: «y he de llevarte hasta el lugar eterno donde oirás espantosa griterías, verás almas antiguas dolorosas: segunda muerte lloran a porfía; verás gentes también que son dichosas en el fuego, que esperan convivir un día con las almas venturosas. A las cuales, si aspiras a subir, más que la mía existe un alma pura: con ella, al irme yo, te veré ir; que aquel emperador que hay en la altura, puesto que fui rebelde a su doctrina, que yo no llegue a su ciudad procura. A todo desde allí rige y domina; allá están su ciudad y su alta sede; ¡feliz aquel a quien allí destina!». Se trata de Virgilio, admirado maestro para Dante, al que llama «fuente de quien brota el caudal de la elocuencia». Virgilio es por tanto quien en el canto inaugural revela al poeta dónde se encuentra y cuál será su itinerario. Esa enigmática invitación dará pie a una de las aventuras más fascinantes de la literatura mundial.
Antes de profundizar en esta primera parte del comentario a la Divina Comedia, en el escenario infernal, quiero detenerme en las alusiones escondidas en el resumen anterior. Pues toda la obra, como decía, está repleta de alegorías y símbolos que pretenden interpretaciones más profundas que las estrictamente narrativas o literales. Por ejemplo, Dante inicia su peregrinaje espiritual a mitad del camino de su vida y en una selva oscura, algo que tradicionalmente se ha interpretado como en un momento de confusión mental del poeta o bien sumido directamente en el pecado, que además al haber perdido la senda derecha, se entiende que ha abandonado cualquier ejercicio de la virtud y que no hace un uso recto de su razón. Los tres animales son también figuras simbólicas. El leopardo es símbolo de la lujuria, el león de la soberbia o la violencia, y la loba símbolo de la incontinencia y la codicia. Tres vicios que conducen a la perdición eterna y que por lo visto asediaron a Dante durante su envidiada existencia. Por último, nos podemos preguntar qué ha querido decir Virgilio con que fue rebelde a la doctrina de Dios y que por ello le está vetada la entrada al cielo. En primer lugar pone de manifiesto que no perteneció al pueblo de Dios y que para su desgracia vivió antes del nacimiento de Cristo. Por este motivo, la razón por sí sola, que es lo que representa el mundo clásico, al no estar iluminada por la fe, es incapaz de conocer la verdades teológicas, es decir, las realidades más altas e invisibles. Y por eso Dante reconoce en el canto siguiente que la fe senda de salvación es.
Vistos, pues, algunos recursos propios de la Divina Comedia, penetramos en la impresionante descripción de su primer libro: el del Infierno. La estructura del infierno dantesco se compone de nueve círculos que descienden como en forma de cono. Cuanto más abajo se penetra, mayores horrores se encuentran. La característica forma fue debida a la caída de Satanás desde el cielo, horadando la tierra hasta su centro. Allí reside el príncipe de las tinieblas, en un escenario espantoso y gélido. Pero Dante y Virgilio comienzan su andadura en la parte más alta del embudo, donde en el frontispicio por donde se va a la «ciudad doliente» se lee: «Perded toda esperanza al traspasarme». En la antesala del infierno, pues, se encuentran los no bautizados y las almas de los más grandes pensadores de la antigüedad: Homero, Sócrates, Platón, Ovidio, etc. Gentes todas ellas «que sin el bien del alma se han quedado» y que hacen decir a Dante que «jamás hubiese presumido que jamás tanta gente muerto había». Pero es en el siguiente círculo, el segundo, cuando comienzan propiamente los tormentos. Y está dedicado en exclusiva a los lujuriosos. Vemos en él por ejemplo a Tristán, Cleopatra, Helena, Paris, Aquiles, o la pareja Francesca y Paolo Malatesta. Más abajo los que pecaron por gula, enfangados y vigilados por Cerbero, castigados por una borrasca terrible: «Nieve, agua sucia y gruesa granizada caen por el aire tenebrosamente». En el cuarto círculo papas y cardenales «bajo el poder de la avaricia puestos». Los tormentos se incrementan progresivamente según descienden y las imágenes impresionan el ánimo de forma contundente y nítida. Cada vez hace más frío y los círculos son más estrechos.
A partir del séptimo círculo los giros se multiplican albergando mayor cantidad de pecados. Una de las escenas más terribles se describe en el octavo círculo, donde Dante encuentra al papa Nicolás III, colocado boca abajo en un agujero del que sólo asoman sus pies ardiendo. El pontífice cree estar hablando con otro papa, Bonifacio VIII, pues no puede ver con quién habla; y así entiende que éste ha llegado para empujarle más abajo en el hoyo y ocupar su espacio. Pero poco antes de llegar al centro de la tierra, donde se encuentra Lucifer, se detallan las más horribles escenas. Allí se hallan por ejemplo los grandes traidores, Casio, Bruto y Judas. Y por último Satanás (Dite), el más grande de los pecadores, congelado hasta la cintura, y triturando con su boca a los anteriores. Finalmente Dante consigue alcanzar el centro de la Tierra y salir por el otro lado, es decir, en la base de la montaña del Purgatorio.
Seguramente el infierno dantesco sea la parte de la Divina Comedia que más aceptación pueda tener hoy en día, tal vez porque lo feo y lo grotesco nos parece actualmente más real que lo sublime y elevado, tal vez —como se dice hoy— por puro morbo. Lo cierto es que en el Infierno se describen algunas escenas terribles y muy duras, y, por otro lado, que los pasajes más bellos se encuentran en las siguientes dos partes: Purgatorio y Paraíso.
Seguramente el infierno dantesco sea la parte de la Divina Comedia que más aceptación pueda tener hoy en día, tal vez porque lo feo y lo grotesco nos parece actualmente más real que lo sublime y elevado, tal vez —como se dice hoy— por puro morbo. Lo cierto es que en el Infierno se describen algunas escenas terribles y muy duras, y, por otro lado, que los pasajes más bellos se encuentran en las siguientes dos partes: Purgatorio y Paraíso.
DIVINA COMEDIA
1. Infierno
2. Purgatorio
3. Paraíso