Cuando Junichiro Tanizaki publicó su ensayo El elogio de la sombra, allá por 1933, Japón todavía no se había precipitado irremediablemente en la vorágine del progreso occidental. Pero el novelista nipón ya se había percatado de la distancia sideral entre los gustos de Occidente y los de su país natal. En esta deliciosa obra Tanizaki opone ambas estéticas, las enfrenta; no para demostrar la superioridad de una sobre la otra, sino para reclamar el derecho de que la suya sobreviva frente a la homogeneización cultural de las naciones de poniente, resaltando sus valores, desvelando su especial belleza. Pues los antiguos japoneses, que lo poetizaban todo, descubrieron un buen día lo bello en el seno de la sombra, y, naturalmente, no tardaron en utilizar la sombra para obtener fines estéticos. Y, como es sabido, la sola visión de sus resultados reconforta, apacigua y refresca el corazón.
sábado, 21 de mayo de 2016
lunes, 9 de mayo de 2016
El mensaje cristiano de El Bosco y El Jardín de las Delicias
A veces se me olvida que muchos lectores de La cueva de los libros no usan Facebook y que por tanto no pueden estar al tanto de algunas novedades relacionadas con mis actividades. Recientemente di una conferencia sobre El Bosco y su obra más famosa, El Jardín de las Delicias. La razón es conocida: Se cumplen 500 años del fallecimiento del genial pintor holandés. Con motivo de esta importante efeméride cultural el Museo del Prado inaugurará una exposición que se supone magnífica, el 31 de mayo. Yo creía que tenía algo que decir al respecto de la obra de El Bosco, y el resultado fue esta exposición que ahora comento.
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Yo Claudio de Robert Graves
¿De qué sirve luchar contra el destino? Esta es la gran pregunta que se hace el Claudio de Robert Graves al final de su obra de mayor enjundia. Y yo me pregunto lo mismo. Él no quiso ser emperador, y le tocó serlo. Mis creencias no me permiten creer en el destino, ciertamente, pero algo debe de haber detrás de cada signo, de cada niño venido al mundo, pues los hay a los que Fortuna parece sonreír de forma caprichosa, y otros a los que pareciera haberlos mirado un tuerto. Los romanos de antaño no son diferentes a los hombres y mujeres de ahora. Soñamos, amamos, deseamos y nos inquieta lo mismo. Y de la misma manera que las generaciones se suceden, con mayor o menor ventura en el examen de la vida, las civilizaciones nacen, crecen, se envalentonan, y sobre todo sucumben. ¿Quién puede, entonces, hacer justicia contando su historia?
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