Si los libros no son herramientas de perfección, sino barricadas contra el tedio, las novelas de Julio Verne constituyen un poderoso baluarte frente a la monotonía y el aburrimiento. Además, son novelas de aventuras en las que el conflicto moral se presenta a través de héroes y antihéroes claramente delimitados y definidos. En el caso de Miguel Strogoff nos encontramos con un hombre íntegro y valiente que ha de acometer una empresa arriesgada rebosante de peligros.
Miguel Strogoff es un hombre de treinta años, con cuerpo de hierro y corazón de oro, «alto, vigoroso, ancho de espaldas y de complexión recia». Ocupa el puesto de capitán del cuerpo de correos del zar Alejandro II y es llamado por el zar en persona para realizar una delicada tarea. Los tártaros, guerreros musulmanes descendientes del terrible Gengis Khan, han invadido el país por el este y amenazan con desintegrarlo. Las comunicaciones por cable han sido cortadas en los Urales, frontera natural entre Asia y Europa, y un peligroso excoronel ruso, Iván Ogaref, recién indultado y en paradero desconocido tras su cautiverio en Siberia, azuza la invasión y planea dirigirla. Por tanto Miguel tiene que darse prisa y cruzar gran parte de Rusia, desde Moscú hasta Irkutsk, la capital oriental de Siberia, a fin de transmitir un mensaje al duque, hermano del rey y responsable de la condena de Ogaref, pues se cierne contra él una traición que, unida a las hordas tártaras, puede llegar a descomponer el Imperio ruso. De modo que el protagonista inicia de incógnito, bajo la apariencia de un simple comerciante llamado Nicolás Korpanoff, una larga y peligrosa travesía en tren, en barco de vapor, a caballo, a pie... para lograr su objetivo.