Tiempo atrás dije de la Divina
Comedia que era la gran odisea y
alegoría cristiana. Otra maravillosa aventura cristiana es El Señor de los Anillos.
Tolkien, el autor de este
relato épico fantástico, escondió de forma sublime en un cuento de hadas la
gran conflagración presente en los evangelios, que no es más que una apoteósica
guerra a nivel espiritual entre los hijos de la luz y los hijos de las
tinieblas. En los evangelios, concretamente, se cuenta que el Hijo de Dios vino
al mundo para deshacer las obras del enemigo y rescatar a los hombres, esclavos
suyos desde antiguo. Y lo hizo llevando sobre sí mismo los pecados de todos, y
derramando finalmente su sangre, que constituyó la fianza mediante la cual nos
liberó de nuestra condición miserable. El Señor de los Anillos, por su parte, presenta asimismo esa guerra perpetua
entre los nobles corazones y las fuerzas demoníacas que representan todos los
siervos del Señor Oscuro, a través de la difícil misión de Frodo y sus amigos:
atravesar la Tierra Media, internarse en las sombras del País Oscuro y destruir
el Anillo arrojándolo en las Grietas del Destino.