jueves, 15 de mayo de 2025

Noches blancas | Fiódor Dostoievski | Reseña y comentario crítico

Algunas personas, si son muchas o pocas es indiferente, sienten que no encajan en este mundo, principalmente porque experimentan un hambre ardiente que las cosas de este mundo no pueden satisfacer. Generalmente convivimos formando sociedades organizadas, en las que las personas que las constituyen comparten gustos, usos y costumbres, normas y hasta convicciones, ya sea políticas, religiosas o de cualquier otro orden. Sin embargo, cada persona posee un alma única, original e irrepetible. Además de libre. Es natural por tanto que cada cual afronte desde su propio plano subjetivo la realidad que le impone el mundo externo, buscando tanto en la realidad exterior como en su fuero interno la satisfacción de sus necesidades y anhelos más profundos. 

El protagonista sin nombre de Noches blancas, novela sentimental de Dostoievski escrita al inicio de su carrera profesional (1848), es una de esas personas ávidas de lo absoluto, un hombre solitario, melancólico y soñador, que al llegar el verano se siente solo en la gran urbe de San Petersburgo. El relato se desarrolla en un período en el que la ciudad se vacía de sus habitantes habituales, quienes se retiran a sus dachas para escapar del calor estival. Así, San Petersburgo parece caer en una especie de inactividad que refleja el vacío interior del propio protagonista.

A pesar de la gran belleza de la ciudad, con sus eternas noches blancas, en las que el sol nunca se oculta completamente, la vida del protagonista parece vacía y carente de sentido. Sin embargo, inesperadamente, en uno de sus bellos e interminables atardeceres, conoce a otra chica soñadora, Nástienka, a la que confesará que hay una hora del día en la que ama extraordinariamente; y que sueña con todo, pero que sueña sobre todo con «su propio rincón junto a un ser amado, que en las noches de invierno le escuche, como me escucha usted ahora, mi pequeño ángel, con la boquita y los ojos abiertos». Así pues, San Petersburgo, en su quietud, se convierte en el escenario perfecto para que el protagonista se entregue a sus sueños, donde imagina un amor puro y perfecto, un amor que, en su mente, es trascendente, casi divino.

La novela transcurre en tan sólo cuatro noches. A través de las conversaciones entre el protagonista y Nástienka, Dostoievski pone en evidencia una de las grandes tensiones que atraviesan esta obra: la diferencia entre los sueños y la realidad. Mientras el protagonista busca un amor ideal y puro, Nástienka se ve atraída por otro hombre, un ser más cercano a la realidad y menos idealista que el protagonista. Esta contradicción se manifiesta cuando ella le confiesa que, aunque lo ama, no puede dejar de amar al otro, alguien más real, pero menos noble que él. En este punto, la novela muestra las complejidades del amor humano, con sus contradicciones y dificultades para adaptarse a las expectativas idealizadas.

A pesar de que el protagonista le ofrece a Nástienka una visión de amor sublime y absoluto, ella elige finalmente a otro hombre. Este giro trágico en la historia lleva al protagonista a una reflexión amarga. A lo largo de la novela, él ha idealizado el amor de tal forma que no logra ver la posibilidad de una relación más terrenal y humana. El amor que él busca, un amor divino y perfecto, es, al final, inalcanzable, y esta distancia entre el sueño y la realidad deja al protagonista con una sensación de desencanto y vacío.

Al final de la historia, tras la partida de Nástienka, el protagonista se consuela con la idea de que, aunque su amor no haya sido correspondido, ha experimentado algo muy profundo: un momento fugaz de felicidad que se encuentra en los sueños y en la conexión espiritual que compartió con ella. Esta felicidad es breve y efímera, pero para él, tiene un valor inmenso, ya que le permite vivir por un instante esa visión idealizada del amor que tanto anhelaba. «¡Dios mío! Un minuto de bienaventuranza, aunque sea el único para toda una vida, ¿acaso es poco?»

La novela, así pues, a través de este protagonista solitario y su amor no correspondido, invita al lector a reflexionar sobre la naturaleza del amor, la belleza y los sueños. Dostoievski muestra que, aunque la vida cotidiana y las relaciones humanas no siempre cumplen nuestras expectativas más altas, hay momentos fugaces en los que podemos encontrar una cierta forma de felicidad. La obra también plantea preguntas sobre la distancia que siempre existe entre lo que soñamos y lo que realmente podemos alcanzar, entre la fantasía y la realidad, y cómo, a veces, los sueños pueden ofrecer una forma de consuelo y belleza que no se encuentra en el mundo tangible.

Asimismo, en Noches blancas, Dostoievski no solo presenta una historia de amor, sino que explora la psicología de sus personajes, mostrando sus miedos, deseos y contradicciones. El protagonista, atrapado entre sus sueños y la realidad de su vida solitaria, encarna la lucha interna de todo ser humano que busca algo más allá de lo mundano. Su viaje, aunque corto y lleno de tristeza, es una búsqueda profunda por un amor que no se puede encontrar en este mundo, pero que, en su idealización, lo transforma en una experiencia única, aunque dolorosa. Por eso mismo la novela es un hermoso y melancólico retrato de la distancia entre el deseo humano y la realidad de la vida.

Finalmente, ese sufrimiento, fruto de la desilusión y el desengaño, revela el profundo sentido de lo trágico que albergaba Dostoievski, desvelando un misterio que sólo se entiende a través del sacrificio del hombre-Dios en la cruz. Y es que el sufrimiento, que todo mortal experimenta de manera personal de un modo u otro, siendo un enigma, es provechoso, ya que «cuando somos desgraciados, sentimos con más intensidad la desdicha ajena». Por tanto, queda claro que Dios sabe transformar todo mal en bien, y todo bien en un bien aún más grande.



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