En 1898 aparece una historia de fantasmas aterradora para la época de la mano de un gigante que agrietó, todavía más, una ya de por sí resquebrajada sociedad victoriana. Henry James consiguió un escrito complejísimo y profundamente estudiado. En mi caso, después llevar dos lecturas de Otra vuelta de tuerca estoy convencido de ignorar gran parte de los símbolos de la historia. Sin embargo, a pesar de que es una obra imprescindible, no creo que hoy en día sea del gusto de la mayoría.
No sin cierto humor Henry James nos introduce en la historia a partir de una reunión de burgueses que disfrutan contándose relatos de miedo. Tan común en aquellos días cuando no se estilaba la televisión o Internet. Entonces aparece el realismo, y uno de los participantes nos da a conocer el sorprendente relato.
La historia puede presentarse de la siguiente manera: una joven institutriz —una especie de maestra o instructora personal con competencias también para velar y asistir a sus pupilos— es contratada para hacerse cargo de dos niños (Miles y Flora), pues el tutor de los mismos cede la responsabilidad de los niños a la profesora y se marcha. Para desarrollar su tarea, la institutriz se traslada a la mansión de Bly. Allí conoce a los chicos y a la señora Grose, el ama de llaves. Pero dos personajes más ocupan la casa, para preocupación y posterior angustia de la recién llegada, quien se ve alterada por la presencia de éstos, trastornando la psicología de la protagonista. Estos son el señor Quint, una especia de encargado del tutor, y la señorita Jessel, predecesora en el cargo de la nueva institutriz.
La inteligente postura de Henry James, que plantea la historia como un relato abierto a la interpretación del lector, es un rasgo característico de Otra vuelta de tuerca. En realidad, el título del escrito no es fruto del azar, sino que los giros en la historia son sorprendentes e inesperados. Desde luego, las cosas no son lo que parecen. Se puede ahondar en la perspectiva a partir de tres puntos de vista. En primer lugar el de la propia institutriz, que nos da una visión en todo caso deplorable de la pareja de amantes; en segundo lugar, la postura intermedia que a modo de personaje moderador, está la señora Grose; y, en tercer lugar, los niños, ajenos, por lo que parece, a las impresiones y visiones de su profesora.
Sin embargo, lo que James pone de manifiesto con el comportamiento de la institutriz es la puritana e hipócrita sociedad victoriana. Teniendo este aspecto en cuenta, la crítica a la figura de la institutriz (elemento central de sociedad decimonónica inglesa) revela la represión de los deseos individuales de una mujer de esa época. La profesora entonces parece que rechaza aquello que anhela. Esto nos llevaría a pensar que, por un lado, los fantasmas pueden existir, pero, por otro lado, los fantasmas más peligrosos son los que llevamos dentro. Los demonios del miedo y la cobardía.
La institutriz es, de hecho, una persona obsesiva y atormentada, y si a esto le añadimos una historia de fantasmas relacionada con niños (novedad absoluta por entonces) resulta un final con una lección desconcertante. Un cierre genial en forma de enseñanza que da su nombre, con toda justicia, a Otra vuelta de tuerca.
FICHA
Título: Otra vuelta de tuerca
Autor: Henry James
Editorial: Anaya
Otros: Madrid, 2000, 288 páginas
Precio: 8,30 €
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