1984 es uno de esos pocos libros que los hombres de nuestros días, y aun lo que habrán de venir, no se pueden permitir el lujo de no leer. George Orwell, seudónimo que adoptó Eric Arthur Blair cuando empezó a publicar, realizó una crítica feroz a cualquier forma de totalitarismo, reflejando con aterradora realidad una sociedad sometida a una espantosa dictadura de carácter utópico, después de desengañarse de las ideas socialistas tras su paso por Cataluña en los primeros años de la Guerra Civil española. Tanto es así que su impactante novela configuró, junto con otras obras anteriores —Nosotros de Yevgueni Zamiatin (1921) y Un mundo feliz de Aldoux Huxley (1932)—, un nuevo género literario conocido como distopía.
En la medida que utopía se refiere a un mundo feliz, de hecho el mejor de los posibles, donde los hombres tienen cubiertas sus necesidades y todos sus sueños se han hecho realidad, y donde un gobierno benévolo provee de todo lo necesario (o no existe por resultar innecesario), distopía, en cambio, hace referencia al peor de los mundos posibles, donde una sociedad cerrada y asfixiada —sin libertades individuales de ningún tipo— está sometida definitiva y absolutamente a un gobierno totalitario.
La novela 1984, que por cierto fue escrita por Orwell en 1949, describe una distopía en la que el mundo está dividido en tres grandes superpotencias enfrentadas constantemente en una guerra interminable: Oceanía, Asia Oriental y Eurasia. En la primera se desarrollan los acontecimientos de la novela, más concretamente en un ficticio Londres, y comprenden Reino Unido, América, el sur de África y Australia. Asia Oriental, por su parte, está formada por China, Indochina y Japón. La última superpotencia, Eurasia, es la unión de Europa y la Unión Soviética, después de que esta última se hiciera con el control de aquélla.
El pensamiento utópico es impuesto por la fuerza a través de una organización política encarnada en el Partido (el IngSoc, Socialismo Inglés) dando lugar a una dictadura terrorífica. Ésta está condenando a los hombres que somete bajo su bota a un estado de miseria e indignidad insufrible, pero descaradamente presenta su gestión como una utopía.
En la cúspide de la pirámide del Partido se encuentra el Gran Hermano, que no aparece físicamente en toda la novela, pero que, sin embargo, resulta una presencia asfixiante y opresiva para cualquier individuo. De ahí la realidad de la frase: El Gran Hermano te vigila. El Partido, por su parte, se estructura en cuatro ministerios: el Ministerio de la Verdad, encargado de manipular la mente de los hombres; el Ministerio del Amor, que se ocupa de ejercer la violencia física y mental sobre los individuos; el Ministerio de la Paz, cuya función es la guerra; y por último el Ministerio de la Abundancia, encargado de racionar los alimentos. Por otro lado, la sociedad se dividía en unas clases medias cada vez más despersonalizadas, y en los proles, la clase inferior, que vivía en la extrema pobreza y por la que no se preocupaba ni el propio Partido.
Dentro de la clase media se encuentra el protagonista de la historia de 1984, Winston Smith, un hombre que trabaja en el Departamento de Registros del Ministerio de la Verdad. Su trabajo consiste en convertir la mentira en verdad y deshacerse de las pruebas documentales. Sin embargo, Winston duda de las bondades de su gobierno (llegó a tener una prueba irrefutable en sus manos), pero no se puede permitir la estupidez de expresar esas dudas, pues lo más inteligente es manifestar un fanatismo sin fisuras hacia el Partido y amor incondicional al Gran Hermano. De lo contrario, con toda seguridad sería vaporizado (literalmente eliminado). No obstante, los individuos padecen un control tan inhumano, en el que no existe la intimidad, por medio de telepantallas que los vigilan hasta en sus propias casas a todas horas o de micrófonos ocultos en calles y bosques, que la sociedad se puede considerar esquizoide.
El principal medio para anular la voluntad de los individuos y su capacidad de pensar es la neolengua, un instrumento por el que se destruye el anterior lenguaje y se introducen en el diccionario otras nuevas palabras vaciadas de significado. Sorprende la vigencia de alguna de estas medidas, como el argot abreviado de la neolengua que encuentra su paralelismo en nuestros días con el lenguaje de los sms, degradado, y que nadie defendería como positivo para la educación o el desarrollo intelectual de los hombres. Para esta dictadura los peores crímenes eran el doblepensar y el crimental (crimen del pensamiento), y el mayor riesgo que un hombre podía correr era hablar en sueños. Para hacer efectivo un control tan depurado sobre los individuos se extendía por la sociedad una demencial red de espías, la Policía del pensamiento, que estaba compuesta por miembros del Partido e incluso hasta por los propios hijos pequeños de cada uno. Orwell, por doloroso que resulte, no fantaseó lo más mínimo, pues el relato que construyó se correspondía con circunstancias reales sucedidas en la Alemania nazi, la Rusia soviética o la Cataluña comunista de la Guerra Civil española.
1984 está dividido en tres partes. En la primera Winston duda de su gobierno y lo plasma en su diario. En la segunda conoce a Julia, una chica con la que comparte una arriesgada y furtiva relación, y que significa la rebelión definitiva de Winston contra el sistema. La tercera parte, sin embargo, es la victoria del sistema frente a Winston que lo tortura de forma espantosa, revelando de esta manera que los individuos no pueden derribar la perversa dictadura totalitaria del Gran Hermano. Esta tercera parte de hecho alcanza momentos espeluznantes y sobrecogedores, y nos da una idea de lo cruel e inhumano que puede llegar a ser un ser humano cuya mente está consagrada fervorosamente al más puro mal.
Da muestra de esto un pasaje terrorífico en el que un hombre ha sido detenido por la Policía del pensamiento y está siendo sometido a un proceso de lavado de cerebro mediante torturas. El preso, una vez le anuncian cuál será su destino, aúlla fuera de sí:
«¡Haz algo por mí! —chilló—. Me has estado matando de hambre durante varias semanas. Acaba conmigo de una vez. Dispara contra mí. Ahórcame. Condéname a veinticinco años. ¿Queréis que denuncie a alguien más? Decidme de quién se trata y yo diré todo lo que os convenga. No me importa quién sea ni lo que vayáis a hacerle. Tengo mujer y tres hijos. El mayor de ellos no tiene todavía seis años. Podéis coger a los cuatro y cortarles el cuerpo delante de mí y yo lo contemplaré sin rechistar. Pero no me llevéis a la habitación 101». (p. 294)
Y es que Winston y Julia creían que podían burlar al Gran Hermano, y un día acudieron a O'Brien dispuestos a presentar batalla, un hombre en el que Winston confiaba porque había apreciado en su mirada que también dudada del gobierno, que era en última instancia uno de ellos. ¿Por qué no podía ser uno de ellos? De hecho, el Partido centraba sus odios en Goldstein, un personaje que era considerado el traidor supremo de la patria, y al parecer este Goldstein había creado una Hermandad en la que sus miembros estaban todos contra el Gran Hermano. Sin embargo, O'Brien resulata ser un espía doble y acaba con las esperanzas de la pareja. Al parecer, Goldstein, aunque Orwell no lo expresa claramente, no sería más que una invención del Partido, el enemigo que todo poder necesita para unir a sus adeptos, para delatar a aquellos insubordinados que no creen en las verdades del Partido y que están dispuestos a unirse al traidor universal, real o imaginario.
Antes de conocer la brutalidad del Estado policial en el que vivía, «a Winston le sorprendía que lo más característico del la vida moderna no fuera la crueldad ni su inseguridad, sino sencillamente su vaciedad, su absoluta falta de contenido». (p. 138) Y era cierto. Sin embargo, no podía imaginar que el ser humano llegara a tanto por conservar el poder, y aprender esa lección lo cambió para siempre:
«Jamás, por ninguna razón del mundo, puede uno desear un aumento de dolor. Del dolor físico sólo se puede desear una cosa: que cese». (p. 296)
Si no encogen el corazón estas palabras es que no somos humanos. Pero no es de extrañar que una sociedad basada en el odio fuera capaz de esas cosas, puesto que el odio era el alimento de unos individuos entregados a una causa a la que habían sido forzados por medio de la violencia, y por la que no se podían permitir no creer ciegamente. George Orwell creó con 1984 un libro para despertar las conciencias del género humano, un género humano que si no defiende los derechos individuales y su libertad para desarrollarlos puede volver a vivir en atrocidades como la de la comunista Unión Soviética, o la totalitaria dictadura que padeció Winston, cuya vida oscilaba entre la sumisión total o la muerte. Odiar al Gran Hermano no era una elección posible; había que amarlo.
Tras lo dicho, Orwell en 1984 ofrece un análisis del poder magistral, y nos presenta en forma de novela las terribles consecuencias que derivan de los intentos utópicos o los experimentos igualitarios. Estas aventuras totalitarias siempre conducen al sufrimiento de los hombres. Y esto nos debe llevar a defender, por encima de todo, los derechos individuales del ser humano y su libertad para ejercerlos, pues esta es de hecho la única manera que tienen los hombres de desarrollar sus vidas conforme a sus intereses y la única para relacionarse de forma voluntaria y no impuesta mediante la violencia.
FICHA
Título: 1984
Autor: George Orwell
Editorial: Destino
Otros: Barcelona, 2010, 368 páginas
Precio: 7,95 €
extraordinario libro, uno de los mejores que lei, ademas de que es muy bueno a mi me dejo ver lo que nos dicen los politicos ahora sin estar en una dictadura ominosa como esta, por ejemplo obama recibiendo el premio nobel de la paz y defendiendo la guerra, es un ejercicio de doblepensar me parece. el libro es una historia politica de amor y policial en el mismo movimiento. lei q en una carta orwell dice q penso en el comunismo sovietico y en el nazismo para hacer al gran hermano, a diferencia de rebelion en la granja q es mas sobre stalin y rusia solamente. Nosotros no me gusto tanto dicen que 1984 es plagio y es bastante parecido, pero 1984 es muy superior para mi. me gustaria si ya no lo hiciste que hagas criticas de el nombre de la rosa y los miserables otros libros que me gustaron bastante, saludos.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo. Orwell intuyó cuál podía ser la deriva estatalista. El poder también se transforma, y se adapta para no dejar de ser poder. Además, la realidad que describe éste en 1984 se da ya en algunos países, aunque no ha llegado a un grado tan alto de perversión como el vivido en la novela.
ResponderEliminarEn cuanto a los libros que me sugieres, tomo nota. Traeré los dos a La Cueva. De Víctor Hugo no es el momento, pero El nombre de la rosa lo tengo en mente desde hace tiempo y quizá no tarde mucho en comentarlo.