Hace años que tengo pendiente este libro. Desde que terminé el máster he venido recordando asiduamente este estudio con sobrenombre tan interesante. De hecho ya lo traté en los estudios de posgrado, pero no le había hincado el diente hasta esta semana. Lo cierto es que mis inquietudes, y también mis lecturas actuales, nada tienen que ver con mis estudios superiores, y por eso no creo que vuelva a traer libros a La Cueva sobre actualidad tecnológica o el mundo de Internet, salvo que verdaderamente me parezcan relevantes. Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes, además, me ha decepcionado bastante. No he encontrado un estudio brillante sobre la materia, y las conclusiones del mismo las podría haber firmado tranquilamente Perogrullo. O, siendo un poco más amable con Nicholas Carr, lo que tenía que decir en este trabajo lo podría haber solventado, con espacio de sobra, en un artículo.
También yo trataré de ser breve en cuanto al contenido del libro y esquematizar su contenido. Veamos: Lo que Nicholas Carr afirma en este trabajo es que la aparición de Internet ha supuesto el nacimiento de una nueva forma de comunicación y que cada nuevo medio de comunicación cambia la manera de relacionarnos con éste. Así, a cada nuevo medio de comunicación le sucede una nueva forma de pensar; es decir, el pensamiento cambia, se transforma.
Lo curioso de esta conclusión, en la que está basado el libro, es que es de otro. Carr reconoce que quien primero advirtió sobre esto fue un tal Marshall McLuhan en un famoso estudio titulado Comprender los medios de comunicación. Ahora bien, tener un punto de partida es importante, pero después hay que ofrecer algo de cosecha propia, algo por lo menos con cierta sustancia. Y estos son los puntos centrales de Superficiales:
En mi opinión, las tres observaciones son ciertas, y me valgo ante todo de mi propia experiencia, sin entrar en test científicos y demás historias. Esta última observación a mí me interesa especialmente, porque me invita a pensar en si es bueno para el hombre disponer de cantidades ingentes de información, pero este debate se orilla demasiado hacia el problema de los contenidos, y aquí abajo lo trataré muy por encima. Sobre las otras observaciones quería hacer una recomendación, la de un libro. La Tercera Fase, de Raffaele Simone. Este es un estudio muy superior al presente trabajo, y que explica muy bien cuáles son los diferentes estadios por los que ha pasado el pensamiento humano y en qué consisten. Además, advierte sobre las formas de saber que estamos perdiendo. Este libro sí lo estudié en su día en el máster y puede resultar muy sugestivo para los que estén interesados en estos temas.
Por lo demás, me gustaría hablar muy brevemente sobre el valor moral de la tecnología y el problema de los contenidos. Incluso enseñaré algunas nociones de lógica.
En un momento del libro, Nicholas Carr arremete contra unas palabras pronunciadas por un magnate de la televisión y la radio de los Estados Unidos con las que estoy absolutamente de acuerdo. La oración es esta: «Los productos de la ciencia moderna no son en sí mismos buenos o malos; es el modo en que se usan el que determina su valor». Pues bien, Carr, recurriendo al señor McLuhan, descalifica lo anterior porque cada nuevo medio nos cambia, y porque creer que lo que cuenta de los medios es cómo se los usa «es la postura adormecida del idiota tecnológico». De acuerdo, ¿dónde está la refutación? ¿Alguien se ha fijado? Se puede leer el discurso completo en la página 16. Aquí no hay refutación alguna porque mientras uno afirma que hace buen tiempo, el otro le replica que son las tres de la tarde. Esto en lógica se llama la falacia del hombre de paja. Evidentemente esta gente no da el nivel. Es solo estupidez. No hay mala fe.
Ahora bien, la frase anterior, como se puede ver con atención, no niega en ningún caso que los nuevos medios tecnológicos cambien los hábitos mentales, y por supuesto tampoco dice nada de qué es lo que cuenta o deja de contar de estos medios. Lo que afirma es que la tecnología no es buena en sí misma, ni mala en sí misma. Ni más ni menos.
Muy, muy pobre el nivel intelectual de este trabajo. Con brindis al sol como el sobrenombre de un capítulo titulado «La Igleisa de Google», y cosas por el estilo que no se sabe muy bien qué fin persiguen. Después de todo, el libro es paupérrimo. Pero es solo mi opinión. Tampoco hay que darle más importancia de la que tiene. En cambio, el acento que pone sobre los cambios en las formas de escribir, pensar y leer, son también necesarios, por mucho que Perogrullo esté indignado porque le hayan levantado su idea. A mí, de hecho, me parece que Internet (y otros medios tecnológicos de nuevo cuño) nos está abduciendo, y nos arrastra a relaciones impersonales. Aun así lo siento, superficiales me han parecido tanto el trabajo comentado como el propio autor. Tampoco voy a decir una cosa por otra.
También yo trataré de ser breve en cuanto al contenido del libro y esquematizar su contenido. Veamos: Lo que Nicholas Carr afirma en este trabajo es que la aparición de Internet ha supuesto el nacimiento de una nueva forma de comunicación y que cada nuevo medio de comunicación cambia la manera de relacionarnos con éste. Así, a cada nuevo medio de comunicación le sucede una nueva forma de pensar; es decir, el pensamiento cambia, se transforma.
Lo curioso de esta conclusión, en la que está basado el libro, es que es de otro. Carr reconoce que quien primero advirtió sobre esto fue un tal Marshall McLuhan en un famoso estudio titulado Comprender los medios de comunicación. Ahora bien, tener un punto de partida es importante, pero después hay que ofrecer algo de cosecha propia, algo por lo menos con cierta sustancia. Y estos son los puntos centrales de Superficiales:
- Primero. Las nuevas tecnologías de la comunicación (Internet) están cambiando nuestra forma de pensamiento, y en consecuencia se está disolviendo la tradicional forma de pensamiento lineal.
- Dos. La Web debilita considerablemente la capacidad de concentración y contemplación (p. 19).
- Y tres. El exceso de información digital produce ansiedad.
En mi opinión, las tres observaciones son ciertas, y me valgo ante todo de mi propia experiencia, sin entrar en test científicos y demás historias. Esta última observación a mí me interesa especialmente, porque me invita a pensar en si es bueno para el hombre disponer de cantidades ingentes de información, pero este debate se orilla demasiado hacia el problema de los contenidos, y aquí abajo lo trataré muy por encima. Sobre las otras observaciones quería hacer una recomendación, la de un libro. La Tercera Fase, de Raffaele Simone. Este es un estudio muy superior al presente trabajo, y que explica muy bien cuáles son los diferentes estadios por los que ha pasado el pensamiento humano y en qué consisten. Además, advierte sobre las formas de saber que estamos perdiendo. Este libro sí lo estudié en su día en el máster y puede resultar muy sugestivo para los que estén interesados en estos temas.
Por lo demás, me gustaría hablar muy brevemente sobre el valor moral de la tecnología y el problema de los contenidos. Incluso enseñaré algunas nociones de lógica.
En un momento del libro, Nicholas Carr arremete contra unas palabras pronunciadas por un magnate de la televisión y la radio de los Estados Unidos con las que estoy absolutamente de acuerdo. La oración es esta: «Los productos de la ciencia moderna no son en sí mismos buenos o malos; es el modo en que se usan el que determina su valor». Pues bien, Carr, recurriendo al señor McLuhan, descalifica lo anterior porque cada nuevo medio nos cambia, y porque creer que lo que cuenta de los medios es cómo se los usa «es la postura adormecida del idiota tecnológico». De acuerdo, ¿dónde está la refutación? ¿Alguien se ha fijado? Se puede leer el discurso completo en la página 16. Aquí no hay refutación alguna porque mientras uno afirma que hace buen tiempo, el otro le replica que son las tres de la tarde. Esto en lógica se llama la falacia del hombre de paja. Evidentemente esta gente no da el nivel. Es solo estupidez. No hay mala fe.
Ahora bien, la frase anterior, como se puede ver con atención, no niega en ningún caso que los nuevos medios tecnológicos cambien los hábitos mentales, y por supuesto tampoco dice nada de qué es lo que cuenta o deja de contar de estos medios. Lo que afirma es que la tecnología no es buena en sí misma, ni mala en sí misma. Ni más ni menos.
Muy, muy pobre el nivel intelectual de este trabajo. Con brindis al sol como el sobrenombre de un capítulo titulado «La Igleisa de Google», y cosas por el estilo que no se sabe muy bien qué fin persiguen. Después de todo, el libro es paupérrimo. Pero es solo mi opinión. Tampoco hay que darle más importancia de la que tiene. En cambio, el acento que pone sobre los cambios en las formas de escribir, pensar y leer, son también necesarios, por mucho que Perogrullo esté indignado porque le hayan levantado su idea. A mí, de hecho, me parece que Internet (y otros medios tecnológicos de nuevo cuño) nos está abduciendo, y nos arrastra a relaciones impersonales. Aun así lo siento, superficiales me han parecido tanto el trabajo comentado como el propio autor. Tampoco voy a decir una cosa por otra.
FICHA
Título: Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestra mente?
Autores: Nicholas Carr
Editorial: Editorial Taurus
Otros: 2011, 344 páginas
Precio: 19,50 €
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