Entre las obras egregias de la literatura universal, Guerra y paz ocupa un lugar especialmente destacado. De las mejores novelas jamás escritas, esta vastísima y
apasionante narración abarca toda una vida, viniéndole su condición de obra de
arte, entre otras cosas, por los infinitos detalles que pueblan sus
más de mil páginas, salidos de la observación minuciosa del genio ruso que la
compuso. León
Tolstoi (1828-1910)
realizó con ella un prodigio de las letras. Creación que renuncio a resumir por
la dificultad que entraña semejante empresa y porque aquí pierde validez esa
ley imperativa de la ficción actual que obliga al escritor a estirar una
sucesión de intrigas hasta un final imprevisible y sorprendente que, una vez
conocido, convierte a la dichosa historia, en el mejor de los casos, en un
viejo recuerdo sobre el que no merece la pena volver. Y Guerra y paz no es eso. Es algo
especial y mucho más grande: una experiencia literaria en sí misma, una novela
extraordinaria.
Guerra
y paz es la historia de una
época, de todo un mundo, de un gran número de personajes cuyo corazón late
vivísimo en cada una de sus mil páginas. Describe los acontecimientos de 1805,
1807 y 1812, es decir, las guerras que enfrentaron a las potencias de Francia y Rusia,
a Napoleón Bonaparte y a la patria del zar Alejandro I, en batallas como Austerlitz o Borodino, y cómo estos
eventos ejercen su peso en algunas familias de la aristocracia rusa, lejos en
su mayoría del frente de batalla pero con al menos un ojo (también hijos y
parientes) puesto en él.
Los
personajes son una de las principales maravillas de esta magna obra de Tolstoi. Son tan reales que
hasta se sorprenden de sí mismos en algunos momentos por las cosas
que piensan, dicen o hacen. Por eso los más importantes se descubren poco a
poco, entre otros tantos que van quedando con el transcurrir de las páginas en
las cunetas de la historia. Ni más ni menos que como en nuestro acontecer
diario: personas que conocemos desde siempre y permanecen a nuestro lado, o
dejan de hacerlo, personas que entran a formar parte de nuestras vidas en
adelante y que se vuelven más especiales que las que en su día fueron tales,
etcétera. Pues bien, la complejidad para establecer esta urdimbre de
relaciones, afectos, deseos, pensamientos y acciones —que se teje
misteriosamente para nosotros en la vida real—, se plasma aquí como nunca se ha
hecho. Y es que esta magnitud existencial que nos supera hace pensar a Tolstoi que en realidad los individuos somos como
gotitas impotentes de un océano inmenso en el que nuestras fuerzas se diluyen y
nada pueden. Por eso hasta los grandes hombres son insignificantes dentro del
orden inabarcable de la Creación y sus decisiones son prácticamente
intrascendentes. Por tanto, según esto, la Historia la regiría alguna especie
de fuerza ciega que anularía de manera efectiva la libertad humana. Pero de la
misma manera también su responsabilidad. Y esto es algo que no comparto. Y creo
que Tolstoi al final de su vida tampoco. O no del
todo. Pues él aquí, sospecho yo, intuyó la Divina Providencia, pero desde luego
al no saber —ni él ni nadie— cómo actuaba ésta, pensó que esta extraña fuerza
nos determinaba fatalmente y que nuestra libertad era una quimera. Tolstoi había llegado a la convicción de que las
causas de los hechos históricos son inaccesibles a nuestro entendimiento. Y
acertando en el diagnóstico, erró en las conclusiones.
De
cualquier manera, como ya se ha ahondado mucho en estas ideas del escritor
ruso, y como no deseo buscar en estas páginas lo que el maestro no quiso o no
supo decir, dejo a un lado las especulaciones.
Sí
dedicaré, en cambio, un espacio a algunas de las reflexiones del maestro que
más me estimularon durante la lectura de esta obra. En las páginas de Guerra y paz hay pasajes resplandecientes y suculentos de
asuntos tan variados como el amor, la convivencia matrimonial, el sentido de la
vida, las enfermedades del alma, la justicia, la libertad, o la guerra misma.
Así
por ejemplo Anna
Pávlovna se queja con tristeza al
príncipe Andrei, en una conversación íntima, de los
caprichos de la fortuna: «Pienso muchas veces con cuánta injusticia se reparten
los bienes de la vida». Las conversaciones, junto con las bellas descripciones
de Tolstoi, son la parte más jugosa de esta colosal obra. En
ellas encontramos diálogos como el que el príncipe Andrei mantiene
con su gran amigo Pierre acerca del matrimonio: «No te cases
nunca, nunca, amigo mío; te lo aconsejo. No te cases antes de que puedas
decirte a ti mismo que has hecho todo lo posible por dejar de amar a la mujer
escogida, antes de verla tal como es; de otro modo, te equivocarás cruelmente,
sin remedio. Cásate sólo cuando seas un viejo inútil… De lo contrario, morirá
cuanto en ti haya de bueno y de noble; todo se dispersará en menudeces sin
importancia». Pues para el príncipe, hastiado de una vida sin aliciente, «en
cuanto te atas a una mujer, entonces pierdes toda libertad, como un preso atado
a sus cadenas». Es más, preguntado por su amigo Pierre,
el príncipe muestra en su respuesta el vacío que domina el alma incluso de las
personas de la nación más espiritual de Europa, y al cuestionarse sobre las
razones que lo llevan a marcharse a la guerra, responde: «¡Voy porque esta vida
que llevo no me gusta!». Tampoco es feliz el amigo, todo hay que decirlo. Ni
nadie, durante la mayor parte de nuestra vida. No de modo pleno. Por eso Pierre flirtea
con diferentes ideas y movimientos, se mueve entre ocio, es invitado a entrar a
la masonería (que por cierto no queda bien parada)… hasta que ha de reconocer
su profunda angustia vital: «Sí, no soy feliz. Pero ¿qué puedo hacer?». Una y
otra vez las preguntas más urgentes de la vida se abren paso en las palabras de
los seres que pueblan Guerra
y paz.
En
el inicio de la segunda parte de la obra, uno de los personajes entra en
cuestiones más profundas e hilvana preguntas que todos nos hacemos alguna vez
en la vida: «¿Qué es lo que está mal? ¿Qué es lo que está bien? ¿Qué es lo que
se debe amar u odiar? ¿Para qué hay que vivir? ¿Qué soy yo? ¿Qué es la vida o
la muerte?».
Por
otra parte, el contraste entre el carácter de hombres y mujeres es
magníficamente tratado por Tolstoi. En la reflexión de una gran mujer de la
obra encontramos esta joya: «No puedo comprender por qué los hombres son
incapaces de vivir sin guerra. ¿Y por qué nosotras, las mujeres, no la queremos
ni la necesitamos?» Palabras que también demuestran un grado de ingenuidad
entrañable que acompaña a las mujeres rusas de este relato. Pues parece que la
guerra sólo es una cuestión masculina. Sea como fuere, el impacto que genera la
guerra en los espíritus de hombres y mujeres siempre es manifiesto. Su realidad
estremece y nadie deja de preguntarse por el sentido de la vida ante la
destrucción humana. Por eso para mí, lo mejor de Guerra y paz son las descripciones bélicas y las
heridas que deja en el alma de los afectados en forma de reflexiones
melancólicas y amargas, pues es toda una escuela de vida. Entre los pasajes más
bellos y duros de toda la obra se encuentra el siguiente:
«En esa misma estrecha presa, ahora, entre furgones y cañones, bajo los caballos y entre las ruedas, se apretujaba una multitud enloquecida por el miedo a la muerte; se aplastaban unos a otros, morían, pasaban sobre los moribundos y se mataban nada más que para, unos pasos más allá, morir igualmente».
Quizá,
como se lee en una carta femenina, esta vida que tan hermosa y dura nos parece,
no tendría el más mínimo sentido sin una realidad trascendente que la
sustentara, y por tanto sería un infierno vivir en este mundo sin ese
fundamento. El alma femenina es la que sienta en este sentido una de las frases
más redondas de la novela: «¡Si no tuviésemos el consuelo de la religión, la
vida sería tan triste!».
Finalmente,
y aunque hay espacio para miles de observaciones más sobre multitud de
detalles, glosarlos restaría magia a este relato con el que la sola lectura
reposada ya es un placer mayúsculo. Cómo envuelven sus páginas al adentrarnos
en ellas es verdadero arte, cómo se pierde uno siguiendo los pasos de los
personajes, sus pensamientos y reflexiones, sus desgracias y alegrías,
descritos con absoluto equilibrio, precisión y belleza, es una experiencia
literaria única. Pues las palabras se aparean con naturalidad yendo de las
cuestiones políticas a las íntimas, en los magníficos salones de San
Petersburgo o en casas, calles o campos menos vistosos pero igual de mundanos.
Y entre todo ello, «personas» inolvidables. Como la adorable Natasha Rostova, verdadero faro de Guerra y paz. Aunque en Pierre resida
parte del alma del propio Tolstoi, y sea el gran protagonista masculino
junto con el príncipe Andrei
Bolkonski.
FICHA
Título: Guerra y paz
Autor: León Tolstoi
Editorial: Backlist
Otros: Barcelona, 2010, 1380 páginas
Uno de mis favoritos y probablemente de las pocas novelas que volveria a leer
ResponderEliminarCelebro su buen gusto, Mauricio.
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