miércoles, 21 de agosto de 2013

Guerra y paz de León Tolstoi

Entre las obras egregias de la literatura universal, Guerra y paz ocupa un lugar especialmente destacado. De las mejores novelas jamás escritas, esta vastísima y apasionante narración abarca toda una vida, viniéndole su condición de obra de arte, entre otras cosas, por los infinitos detalles que pueblan sus más de mil páginas, salidos de la observación minuciosa del genio ruso que la compuso. León Tolstoi (1828-1910) realizó con ella un prodigio de las letras. Creación que renuncio a resumir por la dificultad que entraña semejante empresa y porque aquí pierde validez esa ley imperativa de la ficción actual que obliga al escritor a estirar una sucesión de intrigas hasta un final imprevisible y sorprendente que, una vez conocido, convierte a la dichosa historia, en el mejor de los casos, en un viejo recuerdo sobre el que no merece la pena volver. Y Guerra y paz no es eso. Es algo especial y mucho más grande: una experiencia literaria en sí misma, una novela extraordinaria.

Guerra y paz es la historia de una época, de todo un mundo, de un gran número de personajes cuyo corazón late vivísimo en cada una de sus mil páginas. Describe los acontecimientos de 1805, 1807 y 1812, es decir, las guerras que enfrentaron a las potencias de Francia y Rusia, a Napoleón Bonaparte y a la patria del zar Alejandro I, en batallas como Austerlitz o Borodino, y cómo estos eventos ejercen su peso en algunas familias de la aristocracia rusa, lejos en su mayoría del frente de batalla pero con al menos un ojo (también hijos y parientes) puesto en él.

Los personajes son una de las principales maravillas de esta magna obra de Tolstoi. Son tan reales que hasta se sorprenden de sí mismos en algunos momentos por las cosas que piensan, dicen o hacen. Por eso los más importantes se descubren poco a poco, entre otros tantos que van quedando con el transcurrir de las páginas en las cunetas de la historia. Ni más ni menos que como en nuestro acontecer diario: personas que conocemos desde siempre y permanecen a nuestro lado, o dejan de hacerlo, personas que entran a formar parte de nuestras vidas en adelante y que se vuelven más especiales que las que en su día fueron tales, etcétera. Pues bien, la complejidad para establecer esta urdimbre de relaciones, afectos, deseos, pensamientos y acciones —que se teje misteriosamente para nosotros en la vida real—, se plasma aquí como nunca se ha hecho. Y es que esta magnitud existencial que nos supera hace pensar a Tolstoi que en realidad los individuos somos como gotitas impotentes de un océano inmenso en el que nuestras fuerzas se diluyen y nada pueden. Por eso hasta los grandes hombres son insignificantes dentro del orden inabarcable de la Creación y sus decisiones son prácticamente intrascendentes. Por tanto, según esto, la Historia la regiría alguna especie de fuerza ciega que anularía de manera efectiva la libertad humana. Pero de la misma manera también su responsabilidad. Y esto es algo que no comparto. Y creo que Tolstoi al final de su vida tampoco. O no del todo. Pues él aquí, sospecho yo, intuyó la Divina Providencia, pero desde luego al no saber —ni él ni nadie— cómo actuaba ésta, pensó que esta extraña fuerza nos determinaba fatalmente y que nuestra libertad era una quimera. Tolstoi había llegado a la convicción de que las causas de los hechos históricos son inaccesibles a nuestro entendimiento. Y acertando en el diagnóstico, erró en las conclusiones.

De cualquier manera, como ya se ha ahondado mucho en estas ideas del escritor ruso, y como no deseo buscar en estas páginas lo que el maestro no quiso o no supo decir, dejo a un lado las especulaciones.

Sí dedicaré, en cambio, un espacio a algunas de las reflexiones del maestro que más me estimularon durante la lectura de esta obra. En las páginas de Guerra y paz hay pasajes resplandecientes y suculentos de asuntos tan variados como el amor, la convivencia matrimonial, el sentido de la vida, las enfermedades del alma, la justicia, la libertad, o la guerra misma.

Así por ejemplo Anna Pávlovna se queja con tristeza al príncipe Andrei, en una conversación íntima, de los caprichos de la fortuna: «Pienso muchas veces con cuánta injusticia se reparten los bienes de la vida». Las conversaciones, junto con las bellas descripciones de Tolstoi, son la parte más jugosa de esta colosal obra. En ellas encontramos diálogos como el que el príncipe Andrei mantiene con su gran amigo Pierre acerca del matrimonio: «No te cases nunca, nunca, amigo mío; te lo aconsejo. No te cases antes de que puedas decirte a ti mismo que has hecho todo lo posible por dejar de amar a la mujer escogida, antes de verla tal como es; de otro modo, te equivocarás cruelmente, sin remedio. Cásate sólo cuando seas un viejo inútil… De lo contrario, morirá cuanto en ti haya de bueno y de noble; todo se dispersará en menudeces sin importancia». Pues para el príncipe, hastiado de una vida sin aliciente, «en cuanto te atas a una mujer, entonces pierdes toda libertad, como un preso atado a sus cadenas». Es más, preguntado por su amigo Pierre, el príncipe muestra en su respuesta el vacío que domina el alma incluso de las personas de la nación más espiritual de Europa, y al cuestionarse sobre las razones que lo llevan a marcharse a la guerra, responde: «¡Voy porque esta vida que llevo no me gusta!». Tampoco es feliz el amigo, todo hay que decirlo. Ni nadie, durante la mayor parte de nuestra vida. No de modo pleno. Por eso Pierre flirtea con diferentes ideas y movimientos, se mueve entre ocio, es invitado a entrar a la masonería (que por cierto no queda bien parada)… hasta que ha de reconocer su profunda angustia vital: «Sí, no soy feliz. Pero ¿qué puedo hacer?». Una y otra vez las preguntas más urgentes de la vida se abren paso en las palabras de los seres que pueblan Guerra y paz.

En el inicio de la segunda parte de la obra, uno de los personajes entra en cuestiones más profundas e hilvana preguntas que todos nos hacemos alguna vez en la vida: «¿Qué es lo que está mal? ¿Qué es lo que está bien? ¿Qué es lo que se debe amar u odiar? ¿Para qué hay que vivir? ¿Qué soy yo? ¿Qué es la vida o la muerte?».

Por otra parte, el contraste entre el carácter de hombres y mujeres es magníficamente tratado por Tolstoi. En la reflexión de una gran mujer de la obra encontramos esta joya: «No puedo comprender por qué los hombres son incapaces de vivir sin guerra. ¿Y por qué nosotras, las mujeres, no la queremos ni la necesitamos?» Palabras que también demuestran un grado de ingenuidad entrañable que acompaña a las mujeres rusas de este relato. Pues parece que la guerra sólo es una cuestión masculina. Sea como fuere, el impacto que genera la guerra en los espíritus de hombres y mujeres siempre es manifiesto. Su realidad estremece y nadie deja de preguntarse por el sentido de la vida ante la destrucción humana. Por eso para mí, lo mejor de Guerra y paz son las descripciones bélicas y las heridas que deja en el alma de los afectados en forma de reflexiones melancólicas y amargas, pues es toda una escuela de vida. Entre los pasajes más bellos y duros de toda la obra se encuentra el siguiente: 

«En esa misma estrecha presa, ahora, entre furgones y cañones, bajo los caballos y entre las ruedas, se apretujaba una multitud enloquecida por el miedo a la muerte; se aplastaban unos a otros, morían, pasaban sobre los moribundos y se mataban nada más que para, unos pasos más allá, morir igualmente».

Quizá, como se lee en una carta femenina, esta vida que tan hermosa y dura nos parece, no tendría el más mínimo sentido sin una realidad trascendente que la sustentara, y por tanto sería un infierno vivir en este mundo sin ese fundamento. El alma femenina es la que sienta en este sentido una de las frases más redondas de la novela: «¡Si no tuviésemos el consuelo de la religión, la vida sería tan triste!».

Finalmente, y aunque hay espacio para miles de observaciones más sobre multitud de detalles, glosarlos restaría magia a este relato con el que la sola lectura reposada ya es un placer mayúsculo. Cómo envuelven sus páginas al adentrarnos en ellas es verdadero arte, cómo se pierde uno siguiendo los pasos de los personajes, sus pensamientos y reflexiones, sus desgracias y alegrías, descritos con absoluto equilibrio, precisión y belleza, es una experiencia literaria única. Pues las palabras se aparean con naturalidad yendo de las cuestiones políticas a las íntimas, en los magníficos salones de San Petersburgo o en casas, calles o campos menos vistosos pero igual de mundanos. Y entre todo ello, «personas» inolvidables. Como la adorable Natasha Rostova, verdadero faro de Guerra y paz. Aunque en Pierre resida parte del alma del propio Tolstoi, y sea el gran protagonista masculino junto con el príncipe Andrei Bolkonski.



FICHA
Título: Guerra y paz
Autor: León Tolstoi
Editorial: Backlist 
Otros: Barcelona, 2010, 1380 páginas

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