miércoles, 16 de octubre de 2013

Reflexiones en torno a la pintura: La patrulla de Augusto Ferrer-Dalmau


Ferrer-Dalmau es el mayor talento de la pintura contemporánea. Cada una de sus pinturas transpira belleza, realismo, emoción, gracia, lirismo y grandeza. Pero lo sorprendente es que éstas son, en su gran mayoría, trabajos de contenido militar. Cómo la guerra y sus allegados pueden evocar a través de las bellas artes la fascinación de los hombres es un misterio que sólo está al alcance de verdaderos maestros. Y a Ferrer-Dalmau lo acompañan evidentes dones y cualidades. Uno de sus últimos trabajos, La patrulla, es un cuadro que me atrajo poderosamente, a pesar de que por las mismas fechas el pintor presentaba otro de mayor riqueza pictórica, de exuberante puesta en escena, de preciosismo colorista, La batalla de San Marcial. Quizá lo inusual de La patrulla, su genialidad en la organización técnica, su aparente sencillez, su radical realismo, su homenaje al viejo oficio de soldado, me terminó de camelar. Dentro de poco veré La patrulla en persona, mientras, observo una y otra vez una reproducción a todo color en tamaño A4 de la misma; no necesito más para saber que ésta, otra más, es la obra maestra de un pintor descomunal.


       En La patrulla se ve a un grupo de soldados caminando hacia delante, como acercándose al espectador, con una aldea mísera a sus espaldas y unas montañas al fondo desoladas y baldías. El paisaje desértico permite una asociación inmediata con Afganistán... Si los hombres aparecieran en la imagen caminando en dirección contraria, la interpretación hubiera sido bien distinta. Pero no es así. Vienen seguramente de reconocer el pueblucho, que, disimulado con el paisaje, se encuentra en medio de la nada absoluta. No están tensos pero tampoco relajados; las armas a punto, algunos con el dedo metido en el gatillo de su fusil. La sensación de amenaza es permanente, y les exige observar con precaución cada centímetro de ese páramo abrasador donde no hay nada en que posar los ojos. Detrás de ellos, un par de lugareños se adivinan al fondo, tal vez aliviados por la marcha de los soldados, tal vez preocupados porque quienes los protegían de sus enemigos han partido. 

      Ahí la vida es un maldito infierno. No hay nada. Salvo la muerte. Hasta el polvo que se intuye descansando en el magnífico cuadro, aguarda, como la calma que precede toda tempestad. El escenario es hostil. La luz agresiva. El cielo conspira lechoso y sin alma. Y esto es novedad en Dalmau. Pues si algo destaca por encima de todo en sus bellísimos cuadros, es el esplendor de sus cielos. Y aquí apenas hay espacio para ellos. Sin embargo, hay una razón para que no llamen la atención en este marco cauterizado y yermo. El maestro ha querido que en La patrulla la tierra tenga su protagonismo. Una tierra sin esperanza, castigada por el clima, su especial geografía y, en las últimas décadas, la guerra. Aparentemente los soldados pasan a segundo plano, confundidos con el monótono y pobre paisaje; tanto que son sus alargadas sombras las que rezan de su presencia. En cambio, la tierra de Afganistán, cauterizada, desértica, agrietada, ocupa más de la mitad de la composición. Y no es casual. Aunque sí extraño. 

    Como tampoco es casual la genial organización estructural de las figuras dentro del cuadro. ¿Dónde está lo insólito en este caso? En que los soldados abren un inusual pasillo central en la escena. No copan la atención ni el espacio de la pintura. Son hombres con un oficio duro que nadie reconoce. Que viven guerras que ya no se libran en frentes. Jamás se hablará ya de hazañas y gestas. Como mucho de caídos en acciones de guerra, en sabotajes miserables, en ataques relámpago de terroristas que pican y se escurren, deslizándose en sus tierras montañosas como escorpiones, bajo la negra noche de Afganistán. Tres cuartos de cuya superficie son montañas. No hay más honor que el oficio honrado y el cumplimiento del deber, pero para los medios de «comunicación» son «bajas en misiones de», para Ferrer-Dalmau, soldados. Hombres comunes que sirven en la milicia. Una empresa de carácter misterioso y sagrado. Lejos de sus casas, de sus raíces, de sus seres amados. Y entonces se entiende que el verdadero protagonista del cuadro sigue siendo el hombre. El paisaje es una excusa para reflejar la desolación en la que se mueven estos héroes.

      Sin ellos, sin los soldados, La patrulla es una composición de acusada horizontalidad: las montañas chatas en el horizonte, las sombras estilizadas en el piso cauterizado, la covacha incómoda del villorrio afgano... Sólo un cuadro realista de un hábil paisajista. En cambio, con los soldados, el cuadro cobra otra dimensión. Ellos equilibran la pintura, sedienta de verticalidad. Ellos rompen el tono acostado de la obra, su acento alargado. Casi nadie los tiene en cuenta, a casi nadie le importa lo que sufran o padezcan, pero sólo ellos son capaces de andar erguidos en el infierno. 

Luis Segura



La patrulla

Batalla de San Marcial

2 comentarios:

  1. Impresionante comentario!

    Me estás metiendo el gusanillo por la pintura de Dalmau. Veo con otros ojos los cuadros, exprimiendo su jugo. Da gusto leerte la verdad.

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  2. Es impresionante ver las obras de Dalmau en vivo. Me quedo con la patrulla, parece una fotografía a tamaño gigante. Que pena que este pintor no sea tan conocido. Luis, ¡has hecho muy bien en hablar de él!

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