jueves, 4 de octubre de 2018

La fuerza del silencio del cardenal Robert Sarah

Me ha costado Dios y ayuda decir unas palabras acerca de este libro, del que por cierto pretendía hablar desde hace mucho. En realidad lo que ocurre es que me parece difícil de reseñar. La fuerza del silencio, obra interesantísima del cardenal Robert Sarah, postula la necesidad del silencio interior como condición indispensable para alcanzar el bienestar personal y, por supuesto, notar en nuestro interior la presencia de Dios.


Para el cardenal, las fuerzas mundanas que pretenden forjar al hombre moderno eliminan metódicamente el silencio. Es un plan ejecutado a conciencia para silenciar esa presencia que está en nuestro corazón. Por eso es importante advertir que a pesar de que el hombre viaja, crea y hace grandes descubrimientos a través de sus experiencias vitales, a pesar, digo, de que atraviesa mares y recorre continentes enteros, se queda fuera de sí mismo, lejos de Dios, porque éste vive en silencio dentro de su alma. Y es que hay un ruido interno y un ruido externo que impiden detectar, sentir y escuchar esa presencia escondida en nuestra alma.

El cartujo Augustin Guilleraud, citado aquí por Sarah, describe de forma admirable lo que es el silencio: «La soledad y el silencio —escribe el monje—, son huéspedes del alma. El alma que los posee los lleva consigo a todas partes. Quien carece de ellos no los encuentra en ningún sitio. Para entrar en el silencio no basta con detener el movimiento de los labios y el movimiento de los pensamientos. No se trata de callar. Callar es una condición del silencio, pero no es el silencio. El silencio es una palabra y un pensamiento que reúnen todas las palabras y todos los pensamientos».

A fin de cuentas, el ruido genera el desconcierto del hombre. Por eso el autor de La fuerza del silencio desea hacer ver que el Padre aguarda a sus hijos en sus corazones. Y que «pese a la agitación, a los negocios, a los placeres fáciles, Dios continúa silenciosamente presente. Está dentro de nosotros como un pensamiento, una palabra y una presencia cuyas fuentes secretas se esconden en Él, inaccesibles a la mirada de los hombres». Pues sí, efectivamente, parece lógico que, de acuerdo con esto, hoy se desprecie y se tema tanto al silencio, que es precisamente la manifestación de la presencia más intensa que existe.

Y sobre esta presencia, en fin, qué diremos. En lo que a mí respecta Dios me sorprende cada día y cada día me parece más inmenso, más sabio y más bueno. Él enciende los corazones y guía a las personas hacia su término. Y cuando se le descubre manejando esos hilos rojos que unen distintos destinos, no hay más que rendirse y dejarse llevar, porque él nunca ha querido que el hombre y la mujer estén solos, sino que se amen de forma envidiable y ejemplar.

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