La cuestión principal de esta hermosa y pulcra obra de literatura espiritual es, como su nombre indica, la paz interior. Lo cierto es que vivimos en tiempos de grandes incertidumbres, de falacias más y más sofisticadas, de maldades sin término y de aparentes bienestares. Y en el fondo lo que las gentes reclaman, simplemente, es una paz interior que no encuentran en ninguna parte. Para Jacques Philippe, autor de esta fértil y preciosa obra, es de la mayor importancia que nos esforcemos por adquirir y conservar la paz del corazón, esa paz del Evangelio que Cristo da pero que no es como la que el mundo ofrece.
Sin duda alguna, todo aquel que pretenda la paz del mundo se engaña a sí mismo pensando que la paz que el mundo nos brinda es verdaderamente valiosa, pues las seguridades mundanas son siempre frágiles y de corta duración. El autor, por tanto, propone un camino concreto, espiritual, para todos aquellos que desean realmente vivir sosegados, en armonía y conciliados consigo mismos y con las personas que más quieren. Naturalmente, en tanto obra de espiritualidad cristiana, el autor advierte que el problema fundamental de la vida espiritual es cómo dejar actuar a Jesús en las almas. Es decir, la pregunta fundamental es cómo se ha de vivir para permitir que la gracia de Dios obre libremente en nuestros corazones y nos colme de tranquilidad.
Jacques Philippe observa que para responder adecuadamente a esta pregunta es necesario escribir un tratado de vida cristiana que trate de la plegaria, de los sacramentos, de la purificación del corazón, de la docilidad del Espíritu Santo y de todos los medios por los que la gracia de Dios penetra más profundamente en nuestros corazones. Pero prefiere fijarse en un sólo aspecto, vital en los tiempos renegridos, inseguros e inciertos que corren, y éste es la paz interior, absolutamente necesaria para que Dios actúe en nosotros y nos beneficie, nos sane, y nos mueva a producir obras realmente apreciables.
A fin de cuentas, la importancia de la paz en nuestros corazones es tal que prácticamente nadie la niega y todos la quieren. Y para convencernos de su importancia, el autor propone una bellísima imagen: la superficie de un lago sobre la que brilla el sol. Si la superficie de ese lago es serena y tranquila, el sol se refleja casi perfectamente en sus aguas, y tanto más perfectamente cuanto más tranquilas son; por el contrario, si la superficie del lago está agitada, removida, la imagen del sol no podrá reflejarse en ella. Así pues, cuanto más serena y tranquila es un alma, más se refleja Dios en ella, más se imprime su imagen y mayor es la actuación de su gracia.
Y sin embargo todo lo anterior es una reflexión que se alcanza, además de por medio de la fe, haciendo uso del sentido común. Virtud extemporánea, parva y en fuga. Con todo, las indicaciones que Philippe propone para lograr esa paz tan ansiada por todos y conservarla el mayor tiempo posible merecen algún desarrollo por nuestra parte.
El silencio, como base y punto de partida de esa paz interior, resulta indispensable, pues nadie oye nada si no se calla y guarda sigilo. No agitarse ni precipitarse a la hora de actuar, ni angustiarse cuando las cosas salen mal o nos equivocamos; entristecerse en exceso tampoco facilita la paz del espíritu, puesto que el objetivo no es conseguir siempre la victoria sino, más bien, conservar la paz del corazón a toda cosa. Por último, destacaría, también, la referencia del autor al obligado combate espiritual, pues todo combate ha de verse como una purificación, entendiendo que lo que está en juego en toda lucha es, precisamente, la paz interior. No en vano, la gran victoria del enemigo, del Padre de la Mentira, es "¡conseguir poner en el corazón de un hijo de Dios la desconfianza hacia su Padre!, puesto que de Dios sólo se pueden esperar cosas buenas y puesto que "Dios nos da en la medida que esperamos de Él". Él, de hecho, hace que todo coopere para nuestro bien, incluso el mal.
Al fin, lo que se obtiene alcanzando la paz interior y conservándola es un bien de primer orden para nosotros mismos, pero un bien del que no sólo nos beneficiamos nosotros: también aquellos que nos rodean aprovechan los efectos de tratar con quienes están en calma. Como hace notar el autor, "adquiere la paz interior y una multitud encontrará la salvación a tu lado". Y es que sólo el que goza de la paz del corazón puede ayudar eficazmente a su hermano, contribuyendo a la paz de su familia y aun a la de su propia nación.
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