La verdadera carrera literaria de Julio Verne, que no debería necesitar presentaciones, comienza en 1863 con el éxito inmediato de Cinco semanas en globo. Este éxito rotundo le llevó a contraer un vínculo indisoluble con su editor, el cual le exigió a Verne varias obras al año, convirtiendo al escritor francés en un profesional de las letras, que, para para bien o para mal, limitó su talento a la literatura infantil y juvenil, aunque fuera leído por personas de todas las edades. Dotado de una férrea voluntad y de una capacidad de trabajo prodigiosa, Verne no sólo cumplió hasta el último día de su vida sus obligaciones profesionales, sino que además fue siempre por delante de las mismas, con varias obras en reserva. El período que va de 1863 a 1876 es el de la máxima capacidad creadora de Verne, el de sus grandes obras maestras, conocidas por todos: Viaje al centro de la Tierra, Los hijos del capitán Grant, Veinte mil leguas de viaje submarino, La vuelta al mundo en ochenta días, La isla misteriosa, etc. Cinco semanas en globo, así pues, dio comienzo a un mito literario que por desgracia, dado nuestro trastornado mundo, va quedando obsoleto y será más pronto que tarde condenado, no sólo a un olvido humillante, sino a todo un proceso de mutilación y corrección política.
Cinco semanas en globo, como es sabido, es la aventura de tres intrépidos británicos que a fines del siglo XIX pretenden cruzar África de Este a Oeste en un globo aerostático. Ligando los trabajos de anteriores viajeros para completar así la serie de descubrimientos africanos, la Real Sociedad Geográfica de Londres encarga al intrépido doctor Samuel Fergusson la exploración del continente africano.
El doctor Fergusson es indiscutiblemente el arquetipo del aventurero que confía ciegamente en su destino y no tiene miedo a nada. Esa confianza en sí mismo, junto a su vehemente deseo de explorar el mundo, arrastra consigo a su joven y fiel criado (Joe) y al fuerte cazador y gran amigo Dick Kennedy. Este último, testarudo y menos convencido que el doctor Fergusson de lo adecuado de semejante empresa, trata hasta el último momento de hacer desistir de tan peligroso viaje a su amigo, pero el doctor le advierte que los obstáculos han sido inventados para ser vencidos, y que no importa cuán peligrosa pueda ser la misión si ésta puede llevarse a cabo. Por supuesto, los peligros a los que se enfrentan son como para temblar de miedo, pues los tres hombres han de exponerse a los elementos, al hambre, la sed y las fiebres, las bestias salvajes y a pueblos más salvajes todavía.
Pero en el globo aerostático, al que bautizan con el nombre «Victoria» antes de iniciar el viaje, todo es posible, pues con él esperan librarse de toda clase de amenazas y peligros temibles a pie pero menos temibles por el aire.
En esta novela de Julio Verne, publicada en plena era de los descubrimientos, se aprecia el valor que otorga el autor al auge de la ciencia y al progreso; se aprecia también, paradójicamente, un romanticismo geográfico; y una contagiosa pasión por el mar, la libertad y los viajes. En Cinco semanas en globo se pone de manifiesto asimismo cómo los europeos y la civilización occidental en general han encabezado los grandes descubrimientos y han estado a la cabeza de los más importantes hallazgos y desarrollos teóricos y técnicos. Además, Julio Verne, que carecía de los complejos que hoy nos asfixian, ofrece un contraste insultante entre los cristianos europeos de antaño y los salvajes de África, dominados por ignotas supersticiones y costumbres caníbales.
Aun así, y pese al entusiasmo de obras tan vitales y divertidas como Cinco semanas en globo, las últimas obras de Julio Verne reflejan el ensombrecimiento de su carácter, fruto de disgustos familiares y de un creciente desengaño acerca de las posibilidades de la ciencia. Y es que el autor enterrado en Amiens vislumbró en sus últimos años de vida terroríficas visiones relacionadas con el uso de la ciencia y de la técnica, como terribles instrumentos futuros de destrucción del hombre. No se equivocó el gran escritor francés, que tras su muerte ha continuado gozando del favor masivo del público, cuando vivimos ya inmersos en el siglo del cáncer, en el de la depresión y los psicofármacos, en el siglo del control mental efectivo, en el de las super-armas de destrucción masiva, nucleares, biológicas y químicas, en el siglo de los alimentos artificiales, en el siglo de la geoingeniería; en el siglo en que la ciencia y la técnica, en definitiva, están al servicio de un orden social inhumano y genocida que aspira a hacer efectiva y aun a superar la distopía terrible de George Orwell. Eugenesia que tratan de hacer efectivas unas élites perversas para las cuales la humanidad es la víctima perfecta para zaherir a Dios y replicar su obra.
Y ante este panorama desolador, que casi nadie aprecia, tal vez no sea suficiente consuelo la literatura de aventuras, ni la de evasión siquiera, ni aun el refugio de los libros que motivan el estudio y cultivan el pensamiento; antaño simples complementos, en los mejores momentos del humanismo, de la renascentia o renovatio, términos cristianos que originalmente significaron algo así como un renacer espiritual, que es precisamente lo que demanda el mundo: renacer, purgarse de tanto engaño y tanto mal, reverdecer, dando lugar a un mundo límpido, placentero y seguro, en el cual los hombres alienten verdadera dicha y verdadera paz. Y en el que no sea necesario subir al «Victoria» para alejarse de monstruosos peligros o aterradoras cárceles.
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