La última obra de cierta envergadura de Benedicto XVI es su trilogía sobre Jesús de Nazaret, cuyo primer volumen apareció en 2007. El tercer y último volumen, publicado en 2012, es sin embargo la antesala de los dos anteriores, dedicados a la figura y el mensaje de Jesús de Nazaret. Este tercer volumen, La infancia de Jesús, es el más reducido en extensión de los tres, y en él se ocupa el gran teólogo de responder al origen de Jesús y al misterio de su identidad.
El autor alemán desarrolla su tesis en cuatro capítulos, complementados por un epílogo. En el primero, se interroga acerca de la procedencia de Cristo, examinando sobre todo las genealogías que de Jesús transmiten los evangelistas Mateo y Lucas. En el segundo se detiene en los anuncios del nacimiento de Juan el Bautista y del nacimiento de Jesús. En tercer lugar, analiza el nacimiento de Jesús en Belén. En el cuarto capítulo repara en los Magos de Oriente y en la huida a Egipto de la Sagrada Familia, y en el epílogo, medita sobre el significado de Jesús en el templo a los doce años.
La idea principal que defiende el Papa emérito alemán es que los episodios de la infancia de Jesús narrados en los Evangelios son historia verdadera, acaecida ciertamente. Y que Jesús, el protagonista de los mismos, es el Mesías prometido a la humanidad.
Lo demuestra el insigne teólogo a través de una lúcida exégesis teológica, partiendo de las preguntas que consignamos al principio: ¿De dónde procede Jesús? ¿Quién es? «El origen de Jesús es al mismo tiempo notorio y desconocido», pues «el misterio del «de dónde», del doble origen, se nos presenta de manera muy concreta: su origen se puede contrastar y, sin embargo, es un misterio».
Con todo, al analizar los textos mismos de la infancia de Jesús, se descubre la verdad sobre su origen y su misteriosa identidad. Solo Dios es su Padre en sentido propio. Jesucristo viene de Dios y es Dios.
Y esta gran verdad, como dice Benedicto XVI, es siempre más grande que nuestra razón y supera en mucho nuestra inteligencia. Precisamente, «creer es someterse a esa grandeza».
Pero para llegar a ese reconocimiento hace falta una actitud humilde, que es incompatible con el espíritu prometeico actual y con el deseo, inconsciente o no, de vivir en tinieblas.
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