sábado, 22 de febrero de 2014

El Principito de Antoine de Saint-Exupéry

Seguramente El Principito sea el cuento más leído de la era reciente. Y además con razón, pues un sinfín de méritos justifican la simpatía que millones de lectores han encontrado en él. Es tan bonito como profundo y rico en símbolos y valores perdurables. Está dedicado a los niños, escrito en el lenguaje de los niños, pero sólo pueden entenderlo mínimamente aquellos adultos que ven con los ojos de los niños, es decir, quienes interrogan la realidad con pureza de corazón. 


Estoy persuadido de que hay que ser muy burro para no apreciar el valor de esta pequeña y a la vez monumental obra. Antoine de Saint-Exupéry, que es en sí mismo un personaje con una vida fascinante, y que creó esta obra a partir de una repentina inspiración, dejó para la posteridad un legado literario cuyo valor es incalculable. Pues El Principito es una obra maestra de la literatura por su mensaje, al tratar de modo único asuntos como la amistad, el amor, el sentido de la vida o el afán de trascendencia. No me avergüenza decir que en mis primeros acercamientos a este clásico no entendí gran cosa. Con nuevas experiencias a mis espaldas, creo haber entendido algo más. 

Se impone sin embargo una advertencia previa antes de afrontar este bonito desafío. Para entender este pequeño cuento, créeme, se ha de partir de una verdad indudable. Los adultos no ven el mundo con los mismos ojos que los niños. Esta afirmación —que es en sí misma una alegoría, pues está claro que no quiero decir lo que literalmente digo sino algo más profundo—, resume en parte esta simbólica obra. El narrador, que es el propio autor, cuenta que teniendo apenas 6 años le sucedió una experiencia con algo que dibujó que determinó para siempre su relación con los adultos y el mundo que los rodea. Al parecer al pequeño le sorprendió conocer que las boas se comieran enteras a sus presas y después pasaran varios meses inmóviles para hacer la digestión. ¡A quién no llamaría la atención algo así! Y de aquella imagen el niño realizó un dibujo en el que representaba a una serpiente habiéndose comido un elefante. Sin embargo, cuando enseñaba su dibujo, con toda la ilusión del mundo, a alguna persona mayor, ésta afirmaba que sólo veía un sombrero. Así, determinó en pulir su dibujo y enseñar al elefante dentro del estómago de la boa. Sin mejor resultado. Desilusionado dejó pues sus pinitos artísticos, pero no pudo borrar de su memoria la falta de claridad que acusaban los mayores con los que trataba. 



En otra época de su vida, siendo ya todo un hombre, el narrador relata que sufrió una avería en su avión —pues era piloto, como Saint-Exupéry— y que tuvo que aterrizar forzosamente en el desierto del Sáhara. Entonces cuenta una experiencia insólita que le ocurrió en el desierto, cuando se topó con un hombrecillo que a la postre sería el mismísmo principito. Poco después se produce un cambio de narrador y es el principito el que relata en primera persona cómo ha sido su viaje hasta llegar a la Tierra, pues vive en un planeta muy pequeñín con el que viaja a todas partes, y que tiene una flor, tres volcanes (de los cuales solo dos están activos) y dañinas raíces que debe extirpar de la superficie de su planeta (los baobabs). Así, el niño va contando las escalas que ha hecho durante su odisea, y refiere que antes de llegar al hogar de los hombres se ha detenido en otros seis planetas, en cada uno de los cuales ha conocido a un personaje diferente (un rey, un vanidoso, un bebedor, un hombre de negocios, un farolero y un anciano). Las estaciones del viaje nos enseñan, entre otras cosas, las variadas formas de ceguera que nos son propias. Ceguera que es también tratada, de forma magnífica, en El país de los ciegos, el fantástico cuento de H. G. Wells.

En fin, ya en la tierra, el principito conversará con una serpiente, con miles de flores, con un mercader y con un zorro. De sus recuerdos el más importante es el diálogo que mantiene con el zorro. Éste introduce en la relación la expresión domesticar y asegura al niño que si éste trata de domesticarlo, se arriesga a sufrir por él, porque entonces se es responsable de lo que se ha «domesticado» (alegoría del sufrimiento que entraña amar a alguien o crear vínculos con otras personas). Esta es una de las corrientes telúricas que recorren el cuento, el amor, la amistad y el sentido que aportan ambos a una vida que, cuando se ve desde la edad adulta, deja de tener sentido. Otra de las principales ideas, que va de la mano de la anterior, es el afán de trascendencia que refleja este librito: «No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos» (XXI). Verdad que sólo las mentes más lúcidas y libres son capaces de mantener.


Mentes como las de los niños. Pues «sólo los niños saben lo que buscan». Y en este sentido, bien se puede decir: ¡Qué pena damos los adultos! Porque sólo miramos con los ojos, y lo que no nos interesa lo rechazamos cerrándolos. No como hacen los niños, o los hombres de verdad, que viven constantemente asombrados por las maravillas que nos ofrece el mundo y sienten curiosidad por todo lo que tiene que ver con la vida y sus misterios.




FICHA
Título: El Principito
Autor: Antoine de Saint-Exúpery
Editorial: Salamandra
Otros: 2008, 96 páginas
Precio: 5,95 €

2 comentarios:

  1. Por favor ¿me puede recomendar un libro sobre técnicas de lectura rápida?

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    1. Hola. Lo siento, pero no puedo ayudarte. No conozco ningún libro sobre la materia. De todos modos, esas técnicas —es una opinión— no deben ser aplicadas a la literatura que llamamos de ficción. Pueden servir para estudiar (carrera, oposiciones, etc.), pero la literatura entendida como arte no admite lecturas superficiales ni apresuradas. Es una opinión. Nada más.

      Por lo demás, siento no poder ayudarte. Un saludo.

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