Existe una gran diferencia entre
musulmanes y cristianos. Algo evidente para todo el mundo pero que no muchos
serían capaces de explicar. Pues bien, la mejor explicación que a día de hoy he
hallado de esta realidad se encuentra en Encontré a Cristo en el Corán, un
libro inspirador e impresionante escrito por uno de los clérigos más jóvenes
del islam, que pasó de imán a predicador católico, siendo aborrecido por su
propia familia en el proceso y habiendo estado a punto de morir a manos de su
propio padre, y que realiza en este extraordinario trabajo un ejercicio
comparativo entre ambas religiones impecable y revelador.
Realmente estoy muy sorprendido
con este fantástico libro. Mario Joseph es el nombre actual de Sulaiman, autor del
libro, titulado originalmente En busca de ti, aunque su denominación española
defina con mayor brillantez y precisión el contenido del mismo.
A Mario Joseph, en origen un
jovencísimo experto del Corán, le resultaron pronto llamativas las numerosas
contradicciones y paradojas del libro sagrado de los musulmanes. Paradojas y
contradicciones que le desconcertaban y hacían sufrir. En realidad desde
pequeño ansiaba con frenesí hallar la verdad, y las figuras de Jesús y María,
que tantas veces son mencionadas en el Corán, le intrigaban poderosamente. Inevitablemente
se hacía miles de preguntas que luego le atormentaban. Preguntas llenas de
sentido que exigían ser contestadas satisfactoriamente. Los cristianos, por
ejemplo, decimos que Jesús murió y resucitó, los musulmanes dicen que naranjas
de la china. ¿En quién confiar entonces? ¿A quién creer? ¿A los judíos que
estaban con Cristo en ese momento o a los árabes que vivieron 600 años después
de los hechos? El sentido común tiene la palabra. ¿Pero hasta qué punto el
sentido común está al alcance de los musulmanes si su estrecho horizonte
intelectual se reduce al estudio de la Sharia y la recitación del Corán?
Llama también poderosamente la
atención que un musulmán contraponga las figuras de Cristo y de Alá, cuando la
cabeza de la Iglesia, papa Francisco al frente, se empeña en decir que el Dios
de los cristianos es el mismo que el de los musulmanes. ¿Cosa de locos? En
parte sí, pero al menos Sulaiman lo tiene tan claro como yo. Si un brillante
imán se preguntaba cuál era la verdad: Cristo o Alá, se entiende que uno y otro
no pueden ser verdad al mismo tiempo[1].
Así que conforme plantea sus
dudas respecto a su antigua religión, relatando entretanto su búsqueda personal
del verdadero Dios, Mario Jospeh realiza una disección implacable del islam
para posteriormente compararla con la religión de Cristo. En primer lugar opone
las figuras de Cristo y Alá:
«Alá en el Corán es
continuamente retratado como alguien a quien temer. Desde la niñez he aprendido
acerca de un Dios que reside en mares y cielos, y lleva cuentas de todas mis
faltas esperando para castigarme. "Cortadle la cabeza a aquellos que no rezan
cinco veces. Lapidad a los que cometen adulterio. Desmembrad a todos aquellos
que roban". He crecido aprendiendo esas temibles leyes. Por eso cada vez que me
volvía hacia Jesús, me preocupaba que Alá me reprendiera por hacerlo […] Tenía
miedo de Alá y por lo tanto no le podía amar. Amo a Jesús y no puedo temerle.
Si no pecaba por miedo a Alá, hoy no peco por amor a Jesús»[2].
De hecho, «quienquiera que
investigue sobre los atributos de Alá, encuentra una lista de sus 99 nombres
más hermosos. […] A veces se contradicen e incluso se anulan unos a otros. Como
resultado, el teólogo islámico al-Gazali escribió que Alá es todo y nada»[3].
Entre las grandes diferencias –un
abismo en realidad– que separan a los cristianos de los musulmanes, es que Alá
llama a los hombres esclavos, mientras que Cristo dice explícitamente que ya no
nos llama esclavos sino amigos, y que por medio de Él somos hijos del Padre
Eterno. Lo cierto es que el Islam es una religión en la que no existe
separación entre religión y política. «El estado islámico sigue siendo la meta
inquebrantable de esta sociedad religiosa»[4].
Sociedad que se somete al Dios tiránico como esclavos:
«Según la fe islámica,
Alá es soberano y déspota indiscutido que reina arbitrariamente. Nadie sabe por
qué conduce a algunos al paraíso o por qué es el infierno el destino de otros.
Un musulmán se postra en el suelo ante Alá como un esclavo ante su Amo que no
sabe si le tocará la vida o la muerte, la gracia o la condenación. Ansía la
misericordia y sus intentos sinceros de adorar al único dios verdadero, no le
aseguran la vida eterna» [5]. Por
increíble que parezca el impersonal Dios musulmán «castiga a quien quiere y
salva a quien quiere». «Es terrible caer en manos de Alá»[6].
En fin, el capítulo 14 (Islam y
Cristianismo), es luz pura que traspasa la inteligencia del lector y anida
rápido en su pecho. Al describir Sulaiman lo que supone que los musulmanes no
conciban la realidad trinitaria de Dios, ni su naturaleza paternal, entiende
que resulta una religión cómoda para los hombres pero que lleva directamente a
la perdición[7]. «Como el Islam rechaza la paternidad de Dios, se sitúa en el camino que conduce
a la destrucción»[8].
Es más: «Quien esté familiarizado con el Islam por el ministerio práctico o por
el conocimiento de la ley y la teología islámicas, está forzado a reconocer que
esta religión es una potencia anti bíblica y anti cristiana»[9].
Ni más ni menos.
Con todo, los pasajes más
contundentes del libro, y también los más decisivos, son aquellos en los que
Sulaiman presenta a Mahoma y lo compara con Jesús. Al hablar del profeta, se
pregunta irremediablemente quién le inspiró y de dónde procedían esos mensajes.
La exposición que desarrolla a continuación el autor de Encontré a Cristo en el
Corán es sobresaliente, y su conclusión totalmente lógica: «Si Mahoma recibió
realmente revelaciones, no procedieron de Dios. Si escuchó voces, eran de
espíritus. Si Mahoma fue falsamente instruido por sus coetáneos, se volvió
víctima de sectas cristianas o judíos anticristianos. Esto quiere decir que el
espíritu que habla hasta hoy en el Corán no es un espíritu santo divino sino
más bien un poder impío que mantiene cautivos a 900 millones de musulmanes»[10].
Ahí es nada.
Desde luego este libro es mucho
más de lo que promete. Un libro, como decía al principio, inspirador e
impresionante, que me ha sorprendido enormemente y del que debo dar gracias a
Dios por permitir que personas con verdadero afán de buscar la verdad puedan, por
un lado, encontrarle, y por otro, contar al mundo experiencias como ésta.
Finalmente, Mario Joseph resume y explica por qué siguió a Cristo a costa
incluso de su propia familia, y enumera brillantemente una serie de razones
extraídas de la Escritura que lo llevan a concluir lo siguiente: «En todas las
religiones que estudié y los dioses que conocí, no pude encontrar nadie
parecido a Cristo»[11].
Así pues, quiera Dios que tanto
musulmanes como ateos reconozcan pronto al verdadero Dios, y reconociéndole, lo
sigan y le amen. Preciso será entonces que cada hombre se ponga en camino de
quien lo llama insistentemente y le promete la verdadera vida. ¿Pero cuántos
están dispuestos hoy a asumir los riesgos que la búsqueda de la verdad exige,
renunciando a su aparente seguridad? ¿Y cuántos lo harían si el riesgo se
tradujese en un cuchillo sobre su cuello? Testimonios como el de este joven indio,
inevitablemente, me producen sensaciones encontradas, porque mientras el mundo desconoce
a los verdaderos héroes, idealiza y adora a payasos que juegan al fútbol.
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