La literatura sirve
las más de las veces para confundir. Para llenar la cabeza de pájaros, para
engañarse a uno mismo, para mentir al vecino, para perder el tiempo, para
extraviar un destino, para desanimar o mover a la ira, para corromper y ser
corrompidos. Pero también sirve para capturar instantes preciosos, como toda forma de mística. Pues la literatura es un arte con el que el hombre espera trascender, aunque no repare en los peligros, atraído irrefrenablemente por el poder de los libros.
¿Pero no fueron acusados san Pablo y Don Quijote de haber perdido el seso con sus lecturas? ¿No se viene contando desde antiguo que existen libros con poder, libros malditos? Y al mismo tiempo ¿no se admiran los judíos de que Jesús sepa de letras sin haber estudiado? ¿No se lamentaba Oseas de que su pueblo se hubiera destruido por falta de conocimiento? Desde luego algún misterio, y no pequeño, debe encerrar este terrible y mágico mundo de las letras.
Más aún: la literatura es inseparable del hombre y, por ello, también algo bueno habría de aportarle a éste. Del mismo modo que los niños lo preguntan todo y todo quieren conocerlo, el hombre adulto no pierde ese afán de conocimiento (inclúyase aquí también toda forma de curiosidad); y la literatura es una de las mayores fuentes que tiene el hombre de hacerse con él. La fuga de la realidad es otra característica que distingue a la literatura, en este caso de ficción. Esa desconexión que el hombre necesita, bien porque desea olvidar en lo posible la realidad, bien porque goza imaginando fantasías, bien porque anhela el poder catártico de la literatura, es una razón poderosa que el hombre encuentra para leer, no siempre cultivándose, como se ha comentado antes. Por último, el hombre lee también por placer estético, facultad que lo distingue cualitativamente de los animales, como cada una de las razones anteriores. Por tanto, y aunque haya más, afán de conocimiento, deseo de fuga, búsqueda de curiosidades y placer estético son los motivos cardinales de toda lectura.
Más aún: la literatura es inseparable del hombre y, por ello, también algo bueno habría de aportarle a éste. Del mismo modo que los niños lo preguntan todo y todo quieren conocerlo, el hombre adulto no pierde ese afán de conocimiento (inclúyase aquí también toda forma de curiosidad); y la literatura es una de las mayores fuentes que tiene el hombre de hacerse con él. La fuga de la realidad es otra característica que distingue a la literatura, en este caso de ficción. Esa desconexión que el hombre necesita, bien porque desea olvidar en lo posible la realidad, bien porque goza imaginando fantasías, bien porque anhela el poder catártico de la literatura, es una razón poderosa que el hombre encuentra para leer, no siempre cultivándose, como se ha comentado antes. Por último, el hombre lee también por placer estético, facultad que lo distingue cualitativamente de los animales, como cada una de las razones anteriores. Por tanto, y aunque haya más, afán de conocimiento, deseo de fuga, búsqueda de curiosidades y placer estético son los motivos cardinales de toda lectura.
En el fondo, al
examinar los rasgos de la literatura o los motivos por los que el hombre lee,
nos damos cuenta enseguida de que el hombre pretende con la lectura trascender
su circunstancia y su estado mismo. Al leer, el hombre mira hacia lo alto con la
intención de superar sus límites, su precariedad, su conciencia de ser temporal
y quebradizo. Pero al mismo tiempo que la lectura puede conectar de modo misterioso
al hombre con realidades que forman parte de lo mejor de sí mismo y le llevan a
tener esperanza, también la literatura puede hundirlo en espejismos y confusión
hasta su muerte.
Así pues, de este
antagonismo misterioso al que apunta la motivación del hombre por leer libros sin
cuidado o medida, se desprende que la literatura es efectivamente una vía para
descubrir el misterio que encierra la vida; un misterio que son las cosas de Dios y cuantas
fuerzas se oponen desde el origen a Éste. Un misterio que da lugar entonces a los sueños y pasiones de los hombres, pero también a sus fracasos y pesadumbres. Por eso la literatura tiene poder
para acercarnos a la luz y, también, para corrompernos y anclarnos en las
tinieblas. Por eso leer nunca ha sido inocente.
¿Conclusiones?
En definitiva, el hombre lee porque ha sido pensado para ir más allá, porque sospecha, aunque no se fije, que en lo invisible se esconde la verdad de su vida.
Sin duda leer es peligroso. Hay muchas indigestiones de lectura, sobre todo con los best-sellers. Pero también hay que saber que no leer es más peligroso todavía: quien renuncia a leer, acaba haciendo un hábito de ello, y entonces las únicas fuentes de conocimiento que le quedan son la tele y el bar. Se condena a ser toda su vida un merluzo. En mi opinión, y así se lo digo a mis hijos, leer es necesario para vivir una vida auténticamente humana. En caso de indigestión, la forma de curarla es leer más, y orientarse uno acerca de lo que debe leer. Yo leo todas las semanas un buen libro, y en realidad me parece poco.
ResponderEliminarUn saludo, don Luis. Estoy esperando la continuación de "Mercenarios de un dios oscuro" como agua de mayo.
Estimado Jotape:
EliminarEstá en lo cierto. Como digo en las líneas anteriores, leer entraña cierto riesgo, pero no hacerlo también. Yo, en cambio, no sabría inclinarme por si es más peligroso leer mucho, poco o nada. La lectura en cualquier caso es consustancial al hombre y éste por tanto no puede prescindir de ella, de una u otra manera. Sin embargo hay personas con muchos títulos y lecturas que viven amargados, aburridos, llenos de odio y de malicia, o que no entienden qué mundo es éste. Y otras, en cambio, sencillas y sin apenas lecturas, que entienden el mundo mejor que los falsos sabios y viven auténticamente la vida. Por eso mismo no sé si es mejor animar a la lectura o desaconsejarla, lo digo muy en serio. Y he reflexionado bastante sobre esto. Lo que sí tengo muy claro es que toda lectura, como cualquier ejercicio de libertad, nos hace responsables de lo que leemos. Prefiero, claro está, personas responsables que lean a que no lean. Ahora bien, uno de los remedios al peligro de la lectura, remedio al que usted por cierto se refería, sería leer con orden, es decir, orientado por uno o varios maestros. Orientación que cada uno también es responsable de buscarse. Yo aquí, en La cueva de los libros, trato de ser un buen maestro. Creo que no me perdonaría a mí mismo que alguien me echara mañana en cara que escribo para decir a la gente lo que quiere escuchar, si no es eso lo que pienso. Pero, como le decía, mejor hombres y mujeres responsables y leídas que no su reverso.
En cuanto a la continuación de «Mercenarios», créame que le tengo presente y que he dado pasos importantes en el desarrollo de la novela. Este fin de semana urdí unos cuantos hilos con los que poder encarar sin interrupciones la misma... Mi intención es que en este año 2015 esté disponible.
Pues yo prefiero a los clásicos. Me emocionan y mi favorita es La Divina Comedia de Dante Alighieri
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