Amiguete, ¿me
permites que te cuente una anécdota y así te hable de un libro con el que no
podrás parar de reírte? No hace mucho se reía, por cierto, un conocido,
compañero y a la vez profesor mío, de un comentario que le había hecho previamente
un amigo suyo acerca de un libro que había leído y que al parecer le había
hecho mucho bien. Mi compañero, como podrás imaginarte, esperaba que su amigo
le fuera a nombrar un gran clásico de la literatura universal, o un denso y
profundo trabajo de algún filósofo eminente. Sin embargo, aquel pobre hombre se
refería a un libro de contenido muy distinto. Un tebeo español de enorme éxito,
capaz de entretener al ser más aburrido de la tierra y con humor suficiente
para suspender durante horas las preocupaciones que a todos nos acechan. Pues
bien, este señor se refería a Mortadelo y
Filemón, un clásico nacido de la imaginación de Francisco Ibáñez allá por
el año de gracia de 1958. No es desde luego Mortadelo
y Filemón una obra que nos hable sobre los misterios de la vida, ¿pero qué
sería del hombre que no sonriera nunca?
Quizás, pequeño, no
te haya descubierto después de todo nada nuevo. Tal vez ya conocieses las
aventuras de Mortadelo y Filemón por
el cine. Los personajes de Ibáñez han protagonizado varias películas en los
últimos años, saltando así del cómic a la gran pantalla. Incluso se emitió hace
tiempo una serie de televisión de dibujos animados. Pero el televisor no son
las páginas de un tebeo. Una película dura dos horas. Los tebeos en cambio no
parecen acabarse nunca. Hay ya cientos de números publicados, y eso son muchas
aventuras, miles de risas y puñados de momentos inolvidables.
Pudiera ser sin
embargo, aunque no lo creo, que no conocieras a Mortadelo y Filemón. Te diré
entonces que son una pareja de agentes secretos, que en vez de cumplir sus
misiones de forma discreta y con puntual eficacia, son un desastre que no
acaban de salir de un lío para meterse en otro; poniendo de los nervios, como
te podrás imaginar, al jefe de la Agencia, que siempre acaba de una u otra
manera escarmentado por culpa de las torpezas de su simpáticos y antagónicos
agentes. Agentes que pertenecen a la TIA, una organización ficticia inspirada
en la Agencia Nacional de Inteligencia Norteamericana (CIA). Con el “Super” al
frente de la misma, Ofelia como secretaria, y el profesor Bacterio al mando de
los artilugios de la TIA, la Agencia tratará de detener a extraños
delincuentes, “velará” por la seguridad de objetos muy valiosos, participará en
acontecimientos políticos de gran envergadura, incluso intervendrá en
olimpiadas.
Por supuesto,
Mortadelo y Filemón no darán una a derechas. Meterán la pata en todo aquello
que se les confíe, provocarán conflictos diplomáticos, catástrofes y calamidades
que nos harán morirnos de la risa, pero su ingenuidad y esfuerzo por deshacer
entuertos —que es por cierto lo que el gran don Quijote se proponía— los
convierte en personajes entrañables y simpáticos de los que uno no querrá
separarse fácilmente. Por fortuna hay multitud de historias, aventuras que
nunca pasan de moda y que son infinitamente más inocentes y sanas que cuantos
programas pueden verse actualmente en la televisión.
Déjame para acabar,
amigo mío, que te confiese algo que me hace sentir bastante triste. Cuando yo
tenía tu edad, mis únicas lecturas eran tebeos de este tipo. Con ellos mi
imaginación bullía, y créeme si te digo que aguardaba con expectación la
aparición del siguiente número de mis tebeos favoritos, que o bien aparecían a
la semana, cada quince días, al mes o incluso con más tiempo de distancia. Pero
yo esperaba con unas ganas que no te puedes imaginar el nuevo número que habría
de llegar a las librerías, entonces quioscos o simples papelerías. El resto del
tiempo lo pasaba en la calle; soñando sin darme cuenta con esos mundos de
fantasía que veía en este tipo de libros. Y entonces la calle bullía también de
niños, y de vida. En cambio hoy, amiguete, no veo apenas niños corriendo por
las calles. Los coches han invadido todo en los pueblos y en las ciudades. Los
lugares de recreo están fijados y de ahí nadie puede salirse. De cada cinco
niños, cuatro están en sus casas con el ordenador, la consola o simplemente
viendo la tele. Nadie quiere saber ya nada de cuentos, ni de tebeos, ni de
libros, tengan o no dibujos con los que entretenerse. Y esto me pone muy
triste.
Porque si no quiero
pensar en qué se convierte el hombre que ha perdido la capacidad de reír,
tampoco quiero imaginar en qué se convertirá el niño al que le resulta
indiferente poder vibrar con una buena aventura.
*Texto publicado en un períodico escolar de Toledo.
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