H. P. Lovecraft fue un individuo tremendamente raro. Padeció angustia y terrores desde bien pequeño, aflicciones nocturnas que más tarde serían el sustrato de sus cuentos. No puede decirse por tanto que sus sueños fuesen guardados por ángeles. En consecuencia, Lovecraft aplicó su alucinada imaginación a materializar esos sueños, a llevarlos al extremo, pues no otro es el papel de los sueños alucinados que el de representar la angustia existencial que padecen algunas personas. La conjunción de sus pesadillas nocturnas, su carácter en exceso introvertido, y las lecturas de Poe, Arthur Machen y otros maestros del cuento moderno de terror, dio lugar a una obra repleta de relatos angustiosos y enfermizos.
Lovecraft cultivó una notable variedad de temas, aunque éstos giraban en torno al mundo de los sueños y los terrores del alma, las perversiones de la mente, los oscuros rincones del inconsciente, la dimensión demoníaca de la especie. Pero este tipo de literatura imaginativa, como él la llamó, de ficción sobrenatural, como diríamos hoy, o terror cósmico, supone sobre todo una nueva forma de entender el miedo. El miedo será a partir de entonces una experiencia emocional. Y una experiencia que se mide por la presencia de fuerzas incontrolables para el hombre y que el hombre guarda dentro de sí o forman parte de la naturaleza externa, y que se concretan en el caso de Lovecraft en multitud de criaturas semihumanas, «nauseabundas e impías». Cobran forma por tanto los terrores de la mente. Esos otros seres que amenazan al ser humano y que surgen del abismo, símbolo de fuerzas antiquísimas e incomprensibles, de un mundo irreal que nos hostiga.
Y aquí la intuición de Lovecraft resulta acertada, aunque él considerase estos monstruos únicamente residuos de la mente, porque esas fuerzas elementales y antiguas de las que habla el escritor de Providence influyen de modo misterioso en la conducta humana. Al llamar a este mundo de los abismos irreal, Lovecraft entiende que no son seres reales los que atormentan al hombre en sus cuentos, sino símbolos de los desequilibrios internos que padece. Por eso el terror que hay en su obra responde al materialismo ateo. Sin embargo, Lovecraft reconoce la existencia de esas fuerzas, pero no puede explicarse su origen. Y esto le perturba enormemente. Pues de la misma manera que esas fuerzas no tienen existencia objetiva y por eso las llama irreales, no todo lo que existe se somete a la evidencia sensible. Lovecraft, no obstante, encierra toda la realidad en el cerebro humano, y la hace dependiente de éste. Empero en sus escritos hay una prueba de que no todo se reduce a la psique: en ellos hallamos también el influjo de sorprendentes fuerzas del pasado, vestigios inquietantes del remoto mundo pagano, razas desconocidas que surgen para amenazar a los humanos, siniestros cultos precristianos resucitados o nunca desaparecidos del todo.
En fin, Lovecraft creyó en «una conciencia maligna que produce horror y causa daño». Se sintió atraído por ella. Se dejó envolver por ella y vivió bajo su sombra. Pero sólo extrajo de lo oculto amargura. No en vano sus personajes son su persona.
Así, dirá en La llamada de Cthulhu: «Lo más piadoso del mundo, creo, es la incapacidad de la mente humana para relacionar todos sus contenidos. Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de negros mares de infinitud, y no estamos hechos para emprender largos viajes. Las ciencias, esforzándose cada una en su propia dirección, nos han causado hasta ahora poco daño; pero algún día el ensamblaje de todos los conocimientos disociados abrirá terribles perspectivas de la realidad y de nuestra espantosa situación en ella, que o bien enloqueceremos ante tal revelación, o bien huiremos de esa luz mortal y buscaremos la paz y la seguridad en una nueva edad de tinieblas».
Estas palabras lo dicen todo de H. P. Lovecraft. Daba por hecho que no había ninguna esperanza para el hombre. Y al no ver ninguna luz en el horizonte, como sí vieron esos Magos de Oriente al escrutar los cielos hace dos mil años, se sumergió con sus escritos en la más oscura noche.
Exquisita ¡en estas fechas!la referencia a los Magos de oriente, y chapeau por el artículo.
ResponderEliminarAcabo de descubrir su blog, y como católico, apasionado por los libros y amante de los vinos (aunque esto último es tema aparte)le aseguro que ha conquistado un nuevo y fiel seguidor de su blog.
Haddock.
Agradezco mucho sus palabras, Haddock. Me alegra saber además que compartimos el gusto por los vinos, y sobre todo, la pasión por los libros.
EliminarY como la palabra dada ha de cumplirse, espero que en adelante siga con entusiasmo los progresos de LA CUEVA DE LOS LIBROS.
Reciba un cordial abrazo.