1. EL NACIMIENTO DE LA FILOSOFÍA EN BÚSQUEDA DE LA VERDAD Y DE LO AUTÉNTICAMENE RELIGIOSO: PURIFICACIÓN DEL MITO
La
Filosofía es una creación propia del genio griego. Antes de que ésta naciera,
los poetas tuvieron una enorme importancia en la educación y en la formación
espiritual del pueblo heleno. Los poemas homéricos, rebosantes de imaginación,
muestran ya un sentido de la armonía y de la proporción, del límite y de la
medida. En ellos Homero no sólo narra una serie de hechos, sino que investiga
sus causas y razones, si bien todavía a un nivel mítico-fantástico. Pues bien,
este modo poético o mítico de contemplar las razones de las cosas, será el
germen de aquella mentalidad filosófica que se preguntará por el principio y el
sentido último de toda la realidad.
La
tradición afirma que fue Pitágoras el creador del término «filosofía», lo cual
resulta verosímil (explican Reale y Antiseri en el primer volumen de su Historia
del pensamiento filosófico y científico), aunque esto no haya sido confirmado
desde un punto de vista histórico. Sea como fuere, el término debió de ser
acuñado por un espíritu religioso, que presuponía que sólo a los dioses les
estaba reservada la sabiduría, es decir, una posesión cierta y total de la
verdad; mientras que a los hombres sólo les era posible una tendencia a la
sofía, una aproximación a la verdad, un amor al saber, jamás satisfecho del
todo. De ahí surgirá precisamente el nombre de filosofía, de ese amor a la sabiduría,
de esa necesidad primaria de la mente humana por conocer la verdad.
Este
nuevo saber occidental hace referencia, por tanto, a un contenido concreto, un método específico y
una finalidad propia. El contenido de la filosofía es la totalidad de las cosas, es
decir, toda la realidad; la metodología que usa para llevar a cabo la
investigación de toda la realidad es la razón, yendo más allá del hecho mismo y
las experiencias, para hallar los principios de todas las cosas; finalmente, la
finalidad de la filosofía reside en el puro deseo de conocer y contemplar la
verdad.
Este desconocido modo de conducirse será posible una vez las explicaciones míticas dejan de ser convincentes. Ahora se pretende hallar la verdad prescindiendo de aclaraciones o interpretaciones fantásticas, y por tanto obviando el mito (relato destinado a explicar la realidad a partir de un lenguaje simbólico e imaginativo, pero no exento de elaboración racional).
Para
completar lo dicho, es preciso entender que si el genio griego se planteó esta
investigación puramente intelectual de toda la realidad, es porque vislumbró en
ella un orden (cosmos), desechando la idea de que el mundo fuera fruto del
caos. Sólo entonces se aprecia en su justa medida la observación de Platón y
Aristóteles, que afirmaron que el hombre comenzó a filosofar debido a la admiración.
2. LOS
ESBOZOS FILOSÓFICOS DE LOS PRESOCRÁTICOS Y EL DESARROLLO DE LA ABSTRACCIÓN
Los
primeros esbozos de la investigación racional del cosmos son realizados por un
grupo de hombres que han sido denominados filósofos presocráticos, por ser
anteriores a Sócrates. De Mileto destacan Tales, Anaximandro y Anaxímenes.
Pitágoras, Parménides y Heráclito son otros destacados presocráticos, como
Empédocles, Demócrito y Anaxágoras.
La
preocupación principal de estos filósofos será la physis o naturaleza de las
cosas. Se preguntarán, por ejemplo, ¿cómo surge el cosmos?, o ¿qué fuerzas
intervinieron en su origen? Ellos afirmarán por vez primera que existe un
principio originario de todas las cosas. Este principio (arche) hace referencia
a aquello de lo cual provienen todas las cosas, aquello en lo que acaban, y
aquello por lo cual son y subsisten. Los presocráticos, sin embargo, no
coincidieron en señalar ese principio esencial de la realidad; unos lo
identificaron con el agua, otros con el fuego, el aire, lo indeterminado, etc.
También podrían distinguirse entre aquellos que defendieron un único principio
como explicación de todas las cosas (monistas), y los que apostaron, en cambio,
por una pluralidad de principios (pluralistas).
En
cualquier caso, esta empresa común sólo pudo llevarse a cabo mediante el desarrollo
de la abstracción, una operación intelectual a través de la cual se analiza
algo, separando sus propiedades, hasta llegar a su conocimiento elemental.
En
fin, este interés particular por la physis o naturaleza de las cosas definirá
el período presocrático como naturalista o cosmológico; para dar paso a otro
humanista y centrado en la esencia del hombre, abriéndose de esta manera a la
problemática moral, que arranca con los sofistas y Sócrates.
3. SOCRATES,
SU INTELECTUALISMO Y LA SUPERACIÓN DEL RELATIVISMO
Sócrates dejó atrás las cuestiones que preocupaban a los filósofos de
la naturaleza para centrarse en el hombre mismo. Nacido en Atenas en el año 469
antes de Cristo, dominó con su pensamiento todo el siglo V, dedicándose de lleno a la
enseñanza y enfrentándose a los sofistas o sabios de su tiempo.
Los sofistas habían desplazado el foco de atención de la physis y el
cosmos hasta el hombre, la ética, la política, la religión, la educación y en
definitiva todo lo relacionado con lo que hoy llamamos genéricamente cultura. Gorgias
y Protágoras son los sofistas más conocidos. Su rechazo total de los viejos
dioses les condujo a la negación de lo divino, y por ende al nihilismo. También
afirmaron el carácter relativo de las cosas, negando incluso que existieran
verdades, valores y por tanto bienes objetivos. El bien y el mal, en
consecuencia, serían más bien lo útil y lo perjudicial para el hombre. Sócrates,
sin embargo, desmentirá a los sofistas su relativismo gnoseológico y moral,
afirmando la universalidad y objetividad de los valores humanos, incluidos
todos en la psyche (o alma).
Pues bien, el intelectualismo moral de Sócrates
parte de la creencia de que bien y mal son ideas universales. Para el gran
filósofo griego nadie obra el mal a sabiendas. Quien conoce el bien, actuará
correctamente; obrar mal, por el contrario, será síntoma de ignorancia. Por eso
el conocimiento hace al hombre virtuoso (siendo la virtud lo que perfecciona
cada cosa, contribuyendo a que sea aquello que debe ser). Ahora bien, para
conocer lo que es bueno y malo el hombre debe indagar dentro de sí, conocerse a
sí mismo, y hacer que aflore la verdad custodiada en su interior. Para
lograrlo, Sócrates planteará un método dialéctico, que por medio de la ironía y
la refutación, hará que su interlocutor consiga dar a luz esa verdad encerrada
dentro de sí (mayéutica), y descubriendo su propia ignorancia, se persuada de
que el conocimiento superior de la virtud es el propósito de todo hombre.
4. LOS DOS
GRANDES GÉNIOS DE LA ANTIGÜEDAD: PLATÓN Y ARISTÓTELES, SU POSTERIDAD FILOSÓFICA
Y RELACIÓN CON EL CRISTIANISMO
A pesar de la importancia de Sócrates, las dos grandes lumbreras del
pensamiento en la Antigüedad son Platón y Aristóteles. Siguiendo a su maestro
Sócrates, Platón contestará a los sofistas dando por sentado la existencia de
un mundo de formas o ideas, inmutables e invisibles, acerca de las cuales es
posible tener un conocimiento exacto y certero. La teoría del conocimiento de Platón recibe
por ello el nombre de idealismo.
¿En qué consiste el idealismo de Platón? Platón distingue dos mundos
(sensible e inteligible). Al mundo sensible pertenecen los objetos, las cosas
particulares, sometidas a cambio; el mundo inteligible, en cambio, es el mundo
de las ideas, el mundo de lo incorruptible. ¿Pero qué son las ideas? Los
modelos de las cosas particulares. De esta manera, los objetos del mundo
sensible serían copias de las ideas universales del mundo inteligible.
Por tanto, ¿qué es conocer para Platón? Platón afirma que el hombre
conoce por medio de los sentidos las cosas particulares, y por medio de la razón,
las ideas. Llegar al conocimiento de las ideas por medio de la abstracción es
para Platón reconocer, ya que el alma inmortal conocería todas las ideas antes
de introducirse en el cuerpo. Al nacer, el hombre olvidaría este conocimiento,
y tendría por tanto que recordarlo o reconocerlo (teoría de la reminiscencia).
Por eso en el mundo sensible el hombre alcanza el grado de la opinión (doxa), y
en el mundo inteligible el del conocimiento verdadero y seguro (episteme).
Naturalmente, la contemplación del mundo invisible de las ideas será para
Platón el fin más elevado del hombre.
Los puntos de contacto más importantes de la filosofía platónica con
el cristianismo son su absoluta fe en la trascendencia de la realidad, la
creencia en la inmortalidad del alma, su idea del bien supremo del hombre —que
el cristianismo identifica con Dios—, y su espiritualidad (preeminencia del
alma sobre el cuerpo).
Por su parte Aristóteles, volviendo a los orígenes, definirá la
filosofía como la ciencia de las primeras causas. El principal discípulo de
Platón, sin embargo, criticó la división entre mundo sensible y mundo
inteligible que había planteado su maestro. A Aristóteles le parecía que las
cosas no pueden estar separadas de su substancia (o esencia). Siendo la
substancia la materia y la forma de las cosas. Es decir, aquello de lo que la
cosa está hecha y aquello que la determina. Pero para entender totalmente qué
son las substancias, hay que atender también a sus accidentes, y a los
conceptos de potencia (la materia dinámica) y acto (forma consumada). Así, un
árbol sería un árbol en acto, pero una silla en potencia.
Esta teoría aristotélica se denomina realista. El realismo afirma que las
cosas tienen existencia propia, al margen del acto de conocimiento del hombre.
El conocimiento humano por tanto arranca de la experiencia sensible.
Las semejanzas del pensamiento aristotélico con el cristianismo son también
notables. Resulta evidente que el primer motor inmóvil al que se refiere
Aristóteles es el mismo Dios. La teoría de la causalidad explicará el
movimiento del acto a la potencia y de la potencia al acto como un paso o
consecuencia fruto de una causa. Aristóteles distinguirá solo 4 causas (causa
eficiente, material, formal y final). Y de ellas partirá Santo Tomás para
desarrollar por ejemplo las famosas pruebas de la existencia de Dios.
5. EL
ENCUENTRO DEL CRISTIANISMO CON LA FILOSOFÍA: CRISTIANIZACIÓN Y HELENIZACIÓN,
PRIMEROS PASOS
El encuentro del cristianismo con la filosofía helenista al principio
derivó en choque, pero después de ese choque inicial, los primeros cristianos
trabajaron activamente para construir una síntesis de las dos mentalidades.
Pronto el pensamiento griego, a pesar de su enorme riqueza, fue superado en sus
puntos fundamentales. En palabras del teólogo Charles Moeller, un error de
fondo de los griegos reside en el hecho de que «buscaron en el hombre lo que
sólo podían hallar en Dios».
La filosofía medieval cristiana arrancará de este
hecho. Los primeros pasos tendrán que ver por tanto con esa resistencia del
pensamiento griego a usar fuentes que no sean las propias de la razón. Sin embargo,
el cristianismo se favorece de una luz o fuente sobrenatural. De ahí que las
primeras cabezas de la filosofía cristiana medieval debatan en torno a la disputa
entre la fe y la razón.
San Agustín y Santo Tomás son los grandes genios
cristianos del pensamiento medieval. Uno y otro pertenecen a dos períodos
claramente diferenciados: período patrístico (hasta el s. VIII) y período
escolástico (hasta el siglo XV). La inquietud principal del período patrístico
es elaborar una síntesis entre fe y razón. En la segunda etapa de la filosofía
medieval, la escolástica, preocupó más comprender la naturaleza de la
Revelación, pero siempre en relación a la disputa anterior. En fin, estos dos
grandes genios se esforzaron por conciliar estos dos conceptos aparentemente
opuestos.
6. GRANDES
CRISTIANOS QUE FILOSOFAN: SAN AGUSTÍN Y SANTO TOMÁS
San Agustín distinguía dos grados de realidad. Afirmaba que
por un lado estaba Dios (eterno, inmutable, incorruptible), y por otro la realidad
creada (cambiante, finita). ¿Cómo se relacionan estos dos grados de realidad? O
mejor, ¿cómo conoce el hombre a Dios? Primero de forma natural. El hombre
conoce a Dios por la luz natural de la razón, ya que en la mente del hombre se
hallan verdades universales y eternas. Se distingue de Platón, sin embargo, en
que no es el hombre el que recuerda las verdades, sino que es Dios quien las
ilumina. El otro modo de conocer a Dios es mediante la revelación sobrenatural.
La posición de San Agustín respecto a la disputa entre fe y razón se
puede resumir en una frase: «Creo para entender y entiendo para creer mejor». La
razón tiene entonces la finalidad de ayudar al hombre a entender las verdades
sobrenaturales, por lo que queda de esta manera subordinada a la fe.
Por otro lado, en la antropología de San Agustín se aprecia un cierto dualismo
platónico alma-cuerpo. Concede ciertamente mayor valor al alma que al cuerpo,
pero rechazará la idea de la preexistencia del alma, y que el cuerpo —del cual
ésta se sirve— sea despreciable o consecuencia de un pecado anterior.
San Agustín, además, plantea el problema del mal en tres planos:
metafísico u ontológico, moral y físico. Desde el punto de vista metafísico, en
el cosmos no existe el mal. Desde un punto de vista moral, el mal es el pecado.
Y desde un punto de vista físico (muerte, enfermedades, desgracias), el mal es
consecuencia del pecado. Para librarse de este mal moral, San Agustín plantea
el auxilio de la voluntad, la libertad y la gracia.
Finalmente, la esencia del hombre es el amor. Es bueno el hombre que
ama lo que debe amar. Mi peso reside en mi amor (pondus meum, amor meus), dirá en última instancia el eminente filósofo africano.
Sto. Tomás de Aquino, por su parte, asumirá elementos aristotélicos
para desarrollar su filosofía, y considerará que la Teología es la ciencia más
elevada. Su principal preocupación, como ya dijimos, es la disputa entre fe y
razón. Santo Tomás concede a la razón gran autonomía. Y mantiene que el hombre
pude conocer la realidad por dos vías: los sentidos y el intelecto. Gracias al intelecto el
hombre puede abstraer de las cosas sensibles su esencia, llegando así al mundo
espiritual. Si bien el conocimiento de Dios es natural en el ser humano. Aunque
solo las criaturas racionales pueden poseer a Dios, por medio del conocimiento
y del amor.
Respecto a la polémica entre fe y razón, afirmará Santo Tomás que la razón
no puede llegar a conclusiones contrarias a la fe, porque razón y fe proceden
de Dios, así que sólo existe una verdad. De esta manera, Santo Tomás se opondrá a la teoría de la doble verdad de Averroes, según la cual puede una verdad ser verdadera
para la razón y falsa para la fe, y al contrario, verdadera para la fe y falsa
para la razón.
¿A qué verdad, pues, deberían llegar ambas? Para Santo Tomás Dios es el
único ser necesario. Y todo lo bueno, bello y verdadero ha salido de sus manos.
Por eso el fin del hombre, en última instancia, se identifica con su bien. ¿Y cuál
es este bien? Su felicidad, esto es, la unión eterna del alma con Dios.
7. LA ESCUELA
FRANCISCANA Y EL SURGIR DE LA MODERNIDAD
Para concluir este tema, hay
que hacer referencia a los rasgos fundamentales
del movimiento franciscano, insinuando al final el nacimiento de la modernidad
y el problema de los universales. En primer lugar, entre los grandes valores
franciscanos habría que destacar al menos dos:
·
Su gran
respeto y admiración por la naturaleza. El movimiento reconoce la dignidad del
hombre y su señorío sobre el orden creado, sin ignorar la deficiencia original
de la naturaleza, subrayando además, y en tonos a veces dramáticos, la necesidad
de la gracia sanante para vivir en armonía con ella.
·
Insistencia
en la superación de la inteligencia por la voluntad y el amor, lo que confiere
al franciscanismo ese tono amable y atrayente, de carácter voluntarista y
místico.
En
fin, San Buenaventura es el creador de la primera escuela franciscana.
Efectivamente, su insistencia en que el alma es una sustancia pronta a
desprenderse del cuerpo, el hecho de crear la filosofía del ejemplarísimo y el
de señalar la preferencia de la voluntad y el amor sobre la inteligencia, marcó
decididamente el tono espiritual de dicha escuela.
Representativo
también de este movimiento fue Duns Scoto (mantenía que la razón depende de la
voluntad). Y sobre todo Guillermo de Ockham, que abrirá de par en par la puerta
a la modernidad con su teoría nominalista.
Según
la teoría nominalista de Ockham, los conceptos universales no son realidades
anteriores a las cosas o realidades de las propias cosas, sino simplemente nombres
(términos para designar a las cosas). Esta teoría nominalista, opuesta al
realismo (defendido por San Anselmo y Santo Tomás), afirma que sólo hay entes o
cosas individuales. No hay por tanto esencias, sólo nombres.
Hay
que recordar que para Platón las ideas universales eran ajenas al mundo sensible;
en cambio para Aristóteles estaban en el seno de la substancia, formando la
unidad de materia y forma. A finales de la Edad Media, la filosofía escolástica
se preguntará si los universales tienen existencia propia, o si son únicamente
nombres. De esta manera, el realismo aristotélico se enfrentará al nominalismo
de Ockham. Para Aristóteles una silla poseía en su seno el universal de silla y
por eso era una silla. Para Guillermo de Ockham, en cambio, lo único que
comparten dos sillas es el nombre. Las sillas podrán poseer características
similares, pero cada una es un objeto individual.
En
el fondo, el nominalismo es la negación de la realidad de lo universal y lo
común a muchos individuos. Para Ockham no existe pues una esencia humana universal compartida por todos los
hombres, sino que solamente existen semejanzas entre unos y otros.
De esta manera,
para el nominalismo no existe más realidad que la que se ve y se toca, la
experimental. Que como tal también es una palabra. Lo que existe, entonces, es
mi realidad, la tuya, la de aquél y la del otro, pero la realidad, así, como
tal y objetiva, no existe. Así como tampoco existen el bien y el mal objetivos…
¡Hete aquí, en definitiva, el origen de la mentalidad disolvente de todo el
pensamiento metafísico medieval! ¡El germen del relativismo y el escepticismo modernos!
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