De hecho, semejante nivel de exigencia ha provocado en las primeras décadas del siglo XXI la eclosión de una serie de enfermedades neuronales que caracterizan nuestro tiempo, y que tienen que ver muy especialmente con esa autoexplotación con la cual el hombre hiperactivo de esta época se mortifica: ansiedad, depresión, trastorno por déficit de atención con hiperactividad, trastorno límite de personalidad, síndrome de desgaste ocupacional, síndrome del trabajador quemado, etc.
La raíz de estos trastornos actuales, según Han, se debe a un exceso de vida activa y de positividad, que se manifiesta en una superabundancia de informaciones, impulsos y estímulos. Para Han la sociedad actual es una sociedad dopada, que sigue únicamente criterios de rendimiento y utilidad, y que ha dispersado su atención. Estas consecuencias evidencian, para el filósofo oriental, una regresión de la civilización, y motivan "que la sociedad humana se acerque cada vez más al salvajismo".
Lo cual es totalmente lógico, pues como observa el propio autor de La sociedad del cansancio, "los logros culturales de la humanidad, a los que pertenece la filosofía, se deben a una atención profunda y contemplativa. La cultura requiere un entorno en el que sea posible una atención profunda".
A este déficit letal de la atención hay que añadir una escasa tolerancia al hastío o aburrimiento, y a los fracasos, y una incapacidad insólita para el asombro. También señala el filósofo surcoreano una consecuencia fatal para la civilización presente: la pérdida de creencias, que no afecta exclusivamente a Dios o al más allá, sino también a la realidad misma, y que convierte la realidad en algo efímero que suscita intranquilidad y nerviosismo.
En definitiva, la vida acelerada es "pura agitación que no genera nada nuevo", y que en palabras de Nietzsche, "desemboca en una nueva barbarie". En consecuencia, el hombre siente un agotamiento y un cansancio excesivos, que además ha de sobrellevar en solitario, y que en numerosas ocasiones conducen al infarto de su propia alma.
Después de todo, sólo discrepo en un punto, que no es menor, con lo expuesto por el profesor surcoreano en su gran análisis. Sin duda, las personas del siglo XXI se explotan a sí mismas y ejercen sobre sí una presión exagerada, insana. Pero también existen influjos externos que incitan a los hombres del presente siglo a obrar como lo hacen. Me refiero a las tendencias que rigen, y a los ritmos de vida que nos marcan.
Finalmente, para superar ese estado de histeria y estrés que nos imponemos, y al que nos arrastra la corriente, Han propone un "desarme del yo". La pregunta decisiva por tanto sería la siguiente: ¿cómo superar semejante tensión sin desembarazarnos antes de la vorágine que nos envuelve?
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