lunes, 17 de febrero de 2020

Los griegos y nosotros (o de cómo el desprecio por la Antigüedad destruye la educación) de Ricardo Moreno Castillo

Ricardo Moreno Castillo, un profesor de matemáticas que se ha ganado la vida educando a sucesivas generaciones de jóvenes en las aulas españolas, se ha dado a conocer a través de sus breves ensayos, en los que se revuelve contra lo que él denomina la secta pedagógica, obsesionada con las nuevas tecnologías y enemiga del esfuerzo en el proceso de aprendizaje y la tradición grecolatina. El gusto por las letras, y sobre todo su preocupación por el modelo educativo vigente, son objeto de atención especial en todas sus obras. En su último libro, Los griegos y nosotros, el profesor Moreno Castillo sostiene que el desprecio por la Antigüedad destruye la educación. Y siendo ésta una tesis interesante y además verdadera, siento decir que no me parece que el autor haya cuajado una buena defensa de los saberes clásicos; y además, la obrita en cuestión tiene algunas luces y no pocas sombras. 


Sea como fuere, no pienso señalar aquí las imperfecciones de la misma, sino los aciertos.

Sí comenzaré diciendo que el profesor presupone buena fe en las autoridades en las que recaen periódicamente las reformas educativas, y no hay razón para ello. Él cree que si estas personas hubieran sido «más cultas y estudiadas, más conocedoras de nuestra historia y hubieran leído más a los clásicos griegos y latinos, nuestro sistema escolar sería mucho mejor». Desde luego, las autoridades que tenemos en España, en todos los campos relacionados con el poder político, producen una repugnancia tan profunda como vasta es su ignorancia y su malicia. Los legisladores son la encarnación de la incultura, es cierto, pero también de la vileza, y por eso sus leyes solo pueden ser perversas y deplorables. El fracaso educativo es fruto, por tanto, de unos legisladores infames e indoctos, pero no sólo indoctos, y de un ambiente corrompido que se refleja en una sociedad cada vez más desvergonzada y lerda. 

En primer lugar, el profesor observa que la educación es un valor en sí mismo, independiente de los criterios del mercado. Cuestionar el valor del saber en ámbitos académicos, dice Moreno Castillo, «es algo así como si entre médicos se cuestionara el valor de la salud». Además, la formación, el saber, precisa de contenidos. A partir de una frase atribuida a Plutarco (la mente no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender), el profesor usa una imagen preciosa para mostrar la estrecha relación entre formación, contenidos, inteligencia y memoria: «la llama de la lámpara no puede arder si no se le proporciona combustible, que ha de ser suministrado desde fuera, porque el fuego no genera su propio carburante. Y para que el cerebro se encienda, para que pueda funcionar como tal, necesita los contenidos del conocimiento, porque de lo contrario no tiene nada sobre lo que reflexionar, y esos contenidos se guardan en la memoria. Digamos que si el cerebro es una lámpara que ha de ser encendida, la memoria es el depósito de combustible sin el cual la lámpara no puede arder».

En segundo lugar, Moreno Castillo señala que para revertir la situación de amnesia planificada es necesario devolver la autoridad al maestro y defender una escuela autoritaria y no democrática; cosa cierta. «Una escuela no puede ser democrática —dice— porque la democracia funciona mejor cuanto más cultos y razonables son los ciudadanos, y la misión de la escuela consiste precisamente en transformar a los niños en ciudadanos cultos y razonables. No se puede exigir a quienes comienzan su educación que tengan ya lo que la educación les ha de proporcionar». 

En fin, a mi juicio la obra no consigue lo que se propone: no muestra la belleza del saber griego ni su necesidad de estudio en el presente. Tampoco se ve claramente la relación entre fracaso educativo y desprecio de los saberes clásicos; y es que para mostrar los desvaríos de la moderna pedagogía, ya publicó Moreno Castillo su Panfleto Antipedagógico. Hubiera sido preferible, ya puestos, detenerse en esas raíces griegas de las que en parte procedemos, en su ideal estético, en la profundidad de sus mitos y en sus aportes a los distintos campos del conocimiento, desde el metafísico al de la función pública. Pero antes que eso, mejor leer a Homero directamente.  



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