martes, 31 de marzo de 2020

El mundo de ayer de Stefan Zweig

Stefan Zweig, que fue un narrador reconocido y sufrió, como toda su generación, el peso del destino, plasmó en sus memorias una experiencia vital desoladora que acabó en suicidio, pues «antes de la guerra había conocido la forma y el grado más altos de la libertad individual y después, su nivel más bajo desde siglos». 

Como él mismo confesaba en las páginas de El mundo de ayer, «cada uno de nosotros, hasta el pequeño e insignificante, ha visto su más íntima existencia sacudida por unas convulsiones volcánicas —casi ininterrumpidas— que han hecho temblar nuestra tierra europea». Se refería, claro está, a las convulsiones de la Segunda Guerra Mundial, que se cobró la vida de millones de seres humanos, no sólo en el frente, sino también en poblaciones civiles sin relación directa o indirecta con la guerra. Paradigmático es el caso de Dresde, pero también de muchas otras ciudades salvajemente arrasadas.

Más allá de la descripción ambiental, del mosaico que dibuja Zweig de la civilización europea, en la que él y todos los demás seres del continente se creían seguros y al abrigo de la locura de un siglo que terminó siendo devastador; más allá, digo, de su visión particular de aquel tiempo, lo que de estas memorias permanece y cala es la profunda nostalgia del protagonista, que se lamenta por un mundo que se desintegra, haciendo jirones las vidas de miles y miles de almas.

Así cuenta él tan amarga experiencia: «Tres veces me han arrebatado la casa y la existencia, me han separado de una vida anterior y de mi pasado, y con dramática vehemencia me han arrojado al vacío, en ese "no sé adónde ir" que ya me resulta tan familiar».

Las palabras finales de Zweig en sus memorias saben a poco, siendo un pobre consuelo que además resultó premonitorio, al caer finalmente el autor, junto a su mujer, en la desesperanza. El escritor centroeuropeo nunca pudo superar que la tormenta arrasara el mundo que había conocido hasta entonces; y no tuvo fuerzas para aguardar el desenlace de la contienda y el correr de la historia. Y no lo juzgo. Lo habrá juzgado ya quien tiene autoridad para hacerlo. 

Sin embargo, y a pesar de todo, en esas últimas palabras también hay belleza, y un pequeño rayo de luz que al menos siempre es visible en lontananza.

«El sol brillaba con plenitud y fuerza. Mientras regresaba a casa, de pronto observé mi sombra ante mí, del mismo modo que veía la sombra de la otra guerra detrás de la actual. Durante todo ese tiempo, aquella sombra ya no se apartó de mí; se cernía sobre mis pensamientos noche y día; quizá su oscuro contorno se proyecta también sobre muchas páginas de este libro. Pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y sólo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, sólo éste ha vivido de verdad».


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