Los creyentes sabemos que Dios no da puntada sin hilo. Tenemos la convicción de que la historia es dirigida como a él le place, y que no hay mal que por bien no venga. Por eso quizá no sea casualidad que esta locura del coronavirus haya caído en el corazón del cristianismo en plena cuaresma. De modo que por h o por b, el Señor de la Historia sacará provecho de esta humillación, de este encierro tiránico, de esta cuarentena impuesta con la excusa del miedo. En cualquier caso, este contratiempo ha vuelto a recordarnos que el hombre propone, y Dios dispone.
Con todo y con eso, el rencor de las almas no se va a extinguir, ni la envidia que las invade menguará. En todo caso en algunas el odio se redoblará y la maldad en general encontrará vías de escape, sobre todo con una Iglesia timorata y descreída, que ha sido dividida y dispersada por el lobo feroz, lobo del que, por cierto, ya nadie se cuida. Porque quien está detrás de todo esto es el mismísimo diablo. ¿O será el coronavirus un flagelo divino?
Al hilo de esto, reflexionaba yo estos días acerca del papel de Jesucristo si anduviera hoy entre nosotros. Acerca de su actitud hacia los enfermos lo sabemos todo. ¿Pero qué ocurriría si hoy Jesús viviera entre nosotros? A veces he escuchado en boca de algunos que si actualmente Jesús viviera entre nosotros volveríamos a matarlo, a él, ni más ni menos, que es la Salud del mundo. Sin embargo, creo que no sería necesario matarlo. Hoy le diríamos todos, los poderes públicos sin dudarlo y el timorato clero acto seguido: "¡Jesucristo, quédate en casa!"
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