En los tiempos del César Augusto, Roma alcanza el cenit de su esplendor y poder. Entonces, por medio de su consejero Mecenas, el emperador encarga a Publio Virgilio Marón la concepción de un texto laudatorio sobre la Ciudad Eterna. El resultado es La Eneída, la gran epopeya nacional de Roma, cuyos orígenes son glorificados y la dinastía reinante, divinizada.
Apenas cincuenta años después, en torno a mediados del siglo I d. C., el género épico entra en un periodo de decadencia. Lo cual no impide que destaque sobremanera el cordobés Lucano. Su Farsalia es una pomposa declamación acerca de la guerra civil entre Julio César y Pompeyo, y al mismo tiempo un canto antibelicista y un alegato contra César, al que tilda de tirano.
Lucano despliega en su magna obra el formidable aparato de la guerra. Las guerras civiles entre César y Pompeyo se extienden «hasta los últimos confines de la tierra», Hispania, después de haber fracasado el triunvirato compuesto por estos dos formidables hombres y Craso.
En el primero de los diez libros, Lucano trata de explicar las causas de la guerra, que a su juicio son de orden histórico y antropológico. Para el romano, de entrada, «ningún poder consentirá ser compartido». Y resulta que mientras aumentaban la ambición y el prestigio de César, lo hacían los recelos de Pompeyo hacia su compañero. Después, una concatenación de causas conduce finalmente a la ruptura. Las muertes del tercer triunviro y de Julia, esposa de Pompeyo e hija de César, sitúan frente a frente a los dos prohombres, siendo inevitable la contienda.
En circunstancias tan apremiantes toma la delantera el Senado, nombrando a Pompeyo cónsul único, al tiempo que intima a César, a la sazón procónsul de las Galias, a licenciar su ejército. Pero en contra de lo esperado, César cruza el Rubicón y se planta en Roma, donde se proclama dictador. Antes de eso, Pompeyo, que se ha visto sorprendido por la inesperada ofensiva de su rival, embarca para Grecia y reúne un ejército. La guerra dura cuatro años, y termina en la batalla de Farsalia, inclinándose la balanza hacia el bando cesariano. Finalmente, Pompeyo es asesinado en Egipto por orden del faraón helénico Ptolomeo XII, que con esa iniciativa pretende congraciarse con Julio César.
La obra de Lucano recoge la muerte y los funerales de Pompeyo, pero no la campaña gloriosa de César y su posterior asesinato. La epopeya parece interrumpirse abruptamente en el décimo libro, cuando se produce una sublevación contra César por su relación con Cleopatra.
Por otro lado, Lucano insiste en que hay otras causas, de índole moral, que explican esa desgraciada guerra entre hermanos. Con el sometimiento del mundo, a Roma llegan «riquezas excesivas y las costumbres se rindieron ante la prosperidad, y el botín y el pillaje sobre el enemigo nos ganaron para el lujo, ya no hubo límite para el oro y las edificaciones; desdeñó el hambre los platos de antaño; vestidos apenas decentes para llevarlos las muchachas jóvenes, se los pusieron sin pudor los hombres; se huye de la pobreza, fecunda en héroes, y se hace traer de todas las partes del mundo lo que lleva a la perdición a cada uno de esos pueblos; entonces se ponen a empalmar lindes de parcelas, alargándolas, y las campiñas otrora surcadas por la dura reja de Camilo y las sufridoras de los antiguos arados de los Curios, las convierten en dilatados latifundios con el trabajo de colonos forasteros». Para colmo, sigue Lucano, no era el romano «un pueblo al que hiciera feliz una paz tranquila, al que su propia libertad abasteciera, sin necesidad de empuñar las armas». Pues entonces la guerra era, igual que ocurre hogaño, «ventajosa para muchos».
Como se aprecia a simple vista, Lucano reprueba el abandono de la austeridad y del resto de las antiguas virtudes romanas.
Pero su gran lamento se debe a la sangre derramada entre romanos. Los combates descritos son encarnizados: mutilaciones, decapitaciones y lesiones brutales salpican las páginas de La Farsalia. Las divinidades apenas tienen cabida en esta narración realista de estilo barroco; se las considera crueles y se las invoca sobre todo para que cesen las luchas fratricidas: «convertidnos en enemigos para todos los pueblos: ¡la guerra civil, apartadla!».
A fin de cuentas, el propósito de esta reseña no es examinar la dimensión histórica o el legado de César y Pompeyo; tampoco hacer una investigación de las guerras civiles que precedieron al advenimiento del Imperio; ni un balance del reinado de Augusto o de la Pax Romana. El propósito es el de presentar y analizar una obra de arte. Ni más ni menos. Y La Farsalia, contrapunto en buena medida de La Eneída, es una notable aportación de la cultura latina a la humanidad, que además sirve para ilustrar un episodio de la historia de Roma en la que según Lucano, el pueblo romano se jugaba su libertad.
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