Apenas tres siglos después, aproximadamente, surge un precioso relato de ficción que narra la fabulosa historia de la princesa Kaguya, denominado El cuento del cortador de bambú. Y poco después, datada en la segunda mitad del siglo X, aparece la obra maestra del Japón, La novela de Genji, cuya autora es Murasaki Shikibu, una dama de la corte Heian de distinguida educación.
Esta obra magna de las letras japonesas está considerada la primera novela propiamente dicha en la historia, pero hay que tener en cuenta algunos otros precedentes de la Antigüedad, como la Historia de Sinuhé, El asno de oro de Apuleyo e incluso La Odisea de Homero. Sea como fuere, La novela de Genji es uno de los clásicos más importantes de todos los tiempos.
A pesar de sus numerosos personajes, Genji es el eje en torno al cual gira esta delicada y hermosa historia, que va más allá del protagonista y se extiende a varias generaciones. Hijo del emperador y de Kiritsubo, una bella dama de origen plebeyo de la cual se enamora el soberano perdidamente, se le conoce como «el resplandeciente», por ser un modelo de virtudes y dominar, en pocos años, todas las ciencias a su alcance. A los doce años, y tras una espléndida ceremonia de iniciación que señala el paso a la edad adulta, el emperador le reserva a Genji un puesto como funcionario de alto rango. Pero a esas alturas ya ha perdido a su madre trágicamente y pronto empieza a ser desplazado de su derecho dinástico. Su padre, entretanto, se consuela con una dama de la corte, Fujitsubo, que más tarde es deseada por Genji y resulta, además, el vivo retrato de su madre.
La novela, en resumen, es el relato de los amores de Genji con diversas damas de la corte y del pueblo llano, que se suceden con el paso de las estaciones y se enriquecen con las meditaciones del protagonista. En este sentido, dicha obra supone un verdadero estudio de los sentimientos humanos y de la fuerza del deseo. Por otro lado, la narración está embebida de la religiosidad budista, cuya cosmovisión del mundo, de la condición humana y de la vida, es manifiestamente negativa y triste. Mezclada con el sintoísmo, la religión nativa, la religiosidad que infiltra esta novela se caracteriza por el profundo respeto a los muertos, las ceremonias religiosas, y el culto a la naturaleza. El mundo de los espíritus está muy presente, así como el cultivo de las bellas artes por parte de la clase aristocrática a la que pertenece Genji, y la creencia en el pecado personal, que influye en el karma y por tanto en las sucesivas existencias del individuo. «No permitas que los placeres y los éxitos de este mundo te distraigan del otro», leemos en la novela, revelando la elevación de los tipos humanos que pueblan la obra maestra de Murasaki.
Y si «el rango no coloca a nadie por encima de las tentaciones», tampoco los emperadores escapan al clima de desilusión reinante, y a la sensación de que les ha tocado vivir en una época especialmente confusa y corrupta, buscando el remedio en la vida religiosa. Las palabras del propio emperador Suzaku resultan elocuentes: «Mi corazón anhela la paz que sólo la vida contemplativa otorga».
Todo este magma de ideas, creencias y sentimientos, se refleja, en definitiva, en la actitud de los personajes, que, llegado un momento determinado, se retiran del mundo para llevar una vida piadosa de cara a su próxima reencarnación. Al considerar, como principio capital, que el sufrimiento define la existencia humana, se entregan a consideraciones nostálgicas y llegan a pensar que la realidad es engañosa, y sus placeres, vanos. Una de las ideas más reiteradas por Genji es la de la impermanencia del mundo y su carácter incierto. La fragilidad de las cosas y su finitud son preocupaciones que desvelan a menudo a nuestro protagonista. El sentimentalismo, por tanto, lo impregna todo. En consecuencia, los personajes son conscientes de que la plenitud no está en el amor romántico. Pero las relaciones amorosas, las bellezas de la naturaleza, y el cultivo de la música y las demás bellas artes, les ayudan a mitigar esa nostalgia y a sobrellevar esta existencia fugaz, incomprensible y dolorosa.
La tristeza de los personajes es una emoción que se refleja especialmente en las descripciones de la naturaleza, y en los numerosos poemas intercalados en el texto: «La noche de otoño es demasiado breve / para contener todas mis lágrimas / por más que el grillo cante hasta reventar». En concreto, la descripción del jardín de la madre de Kiritsubo, cuando ha muerto ésta, es enormemente conmovedora y significativa, pues la vieja «procuró siempre mantener su casa presentable para que su hija no tuviera que avergonzarse de los suyos. Pero después de su muerte la desolación se había adueñado del lugar y el jardín era una selva de raíces y malas hierbas donde los vientos de otoño amenazaban paredes y puertas. Sólo los rayos de la luna se abrían paso entre tanta ruina». Como es lógico, las noticias luctuosas son las que llenan de sentimientos amargos el alma de Genji. Pero de todos los duelos que tiene que afrontar el donjuán japonés, el más duro de todos, es el de la mujer que más ha amado, Murasaki, sin duda el personaje femenino más adorable y colmado de virtudes de toda la obra, y claramente la favorita de la autora. Tras el óbito de la dama, «por más que (Genji) se repitiera a sí mismo y dijese a los demás que esas cosas tienen que ocurrir, hay momentos en que cuesta mucho aceptar el orden natural de los acontecimientos. Bajo los efectos del dolor, el mundo le parecía una pesadilla crepuscular».
Al final, como nada es eterno, Genji también muere y continúa la escritora narrando las peripecias de sus descendientes, entre ellos Yugiri, y otros personajes más jóvenes, como Kashiwagi, Ochiba, Kaoru y la Tercera Princesa.
En cierto sentido, la narración de Murasaki Shikibu pretende mostrar la condición degradada de la mujer en el Japón del periodo Heian. Se queja la autora de que ese mundo solo vea en ellas «seres inútiles y carentes de sentimientos», que, como el príncipe mudo que aparece en numerosos cuentos búdicos, solo deben «sufrir y callar». Sin embargo, a la autora solo parecen preocuparle las damas de alta alcurnia, pues de las campesinas no hace ni una sola mención.
Sea como fuere, y aunque la novela resulta tediosa en algunos momentos —lo cual es comprensible en una obra que ronda las mil seiscientas páginas—, en ella se expone con exquisita delicadeza la naturaleza humana, sus sentimientos más definidores y sus anhelos más hondos, por lo que La novela de Genji puede ser considerada, en efecto, de primera línea, sumamente sugerente y particularmente primorosa.
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