El
Séptimo Arte es uno de los grandes mitos realizados por el hombre del siglo XX,
y es ahora, en los albores del XXI, cuando la epopeya cinematográfica sigue
creciendo y haciendo historia. Según leemos en las crónicas especializadas, la
edad dorada del cine es agua pasada; y quizá así sea, pero por muy sórdida que
sea una época determinada siempre acaban brotando frutos llamados a perdurar en
el tiempo. Hoy el altavoz mediático permite una mayor difusión de cine en todo
el mundo, pues su alcance geográfico es casi planetario y es acogido por
cualquier clase de personas, sin discriminación de tipo económico o cultural.
No obstante, al igual que supone una oportunidad para dar a conocer gran
cantidad de obras, también supone que la mayoría de éstas sepulten, bajo el
peso de su mediocridad, las joyas que nos tienen reservados estos días.
Y en estos días hallamos, arrinconadas por el ruido
mediático, obras maestras que continúan forjando el mito del cine (historias
ficticias que condensan de modo admirable alguna realidad humana de
significación universal). Por eso, con la idea de elaborar un futuro libro sobre grandes y olvidadas películas, abro una nueva carpeta de cine en La Cueva con una obra maestra contemporánea que me dejó absolutamente
fascinado: Take Shelter (Jeff
Nichols, 2011).
Antes he de decir que yo creo en la magia del cine. Pero
para que su hechizo pueda hacer efecto, primero hay que ver las películas, y
después, si finalmente hemos sido encantados, leer algo sobre éstas que
enriquezca de alguna manera esa formidable experiencia. Por eso, esta columna
es una invitación a ver cine, y después a leer estos modestos panegíricos;
siempre en ese orden. Porque lo que viene a continuación no sustituye en ningún
caso el placer de ver buen cine. Así pues, luces, cámaras, ¡acción!
En un pueblecito de Ohio vive Curtis LaForche (Michael
Shannon), junto a su esposa Samantha (Jessica Chastain) y una hija sordomuda de
seis años llamada Hanna. Pertenecen a una comunidad rural, de valores
tradicionales y predominio de la raza blanca. Los tres forman una familia
humilde económicamente que tiene que sostener por otro lado la difícil
circunstancia de la incomunicación con su hija. Pero el drama familiar que
palpita en esta historia se anuncia ya en la primera imagen que nos muestra la
cámara: una tormenta se insinúa en el horizonte, y es la propia naturaleza —acompañada
por una inquietante y sobresaliente música— la que nos transmite la sensación
de inminente amenaza. Al poco Curtis empieza a tener extraños sueños (la
primera escena ya lo era), los cuales llegan a trastornarlo y volverlo
desconfiado y supersticioso. Empieza a convencerse de que algo maligno ha de
venir, y es a partir de entonces cuando se dedica vehementemente a intentar
proteger a su familia (decide reformar un viejo refugio subterráneo para
tornados), aunque sea a costa de los ahorros con los que podrían pagar una próxima
operación de la niña.
La institución familiar se tambalea a partir del cambio de
carácter del padre, y es esta tensión por resolver si lo que sufre Curtis son simples
pesadillas o algo más (premoniciones), lo
que nutre la cinta de un suspense delicioso y a la vez terrorífico. Pero además
esta ambigüedad se intensifica cuando sabemos que la madre de Curtis padece esquizofrenia
paranoide. Un pasado que el hijo no puede borrar porque sabe que quizá
genéticamente esté abocado a desarrollar el mismo trastorno que su progenitora;
avivado incluso por las presiones de un mundo hostil. La angustia por tanto se
manifiesta sin alternativa, encerrando al padre entre la inquietud por el
pasado y la ansiedad por un futuro del que no se espera nada bueno.
En este sentido, Curtis siente la necesidad de proteger a su
familia de sí mismo, por un lado, y de la amenaza exterior de la que está
convencido que se cumplirá, por otro. Así, la tormenta es la metáfora de la
aparente enfermedad de Curtis, y a la vez el signo de que algo oscuro ha
ensombrecido la tranquilidad familiar, que no es tal, pues se trata de una
familia humilde con carencias y sometida a diferentes presiones; señaladas
constantemente por el director, reflejando con los planos realidades como la
comida, el contador de un surtidor de gasolina, el sobre donde guardan los
ahorros para la playa, entre otros muchos planos más, tanto explícitos como
implícitos.
En relación con esto, lo que refleja tremendamente bien Take Shelter es el carácter destructivo
e imprevisible de una amenaza exterior —en este caso doble: sobrenatural y en
forma de enfermedad—, y la angustia que ejerce sobre las personas, impotentes
ante lo desconocido, desconcertadas ante lo que escapa a su control, aquello
que está muy por encima de ellas.
Pero al terror que el hombre ha sentido desde antiguo ante
los caprichos del entorno, de la naturaleza, o de una enfermedad puntual, se
suman los peligros de cada época. Y es que no se puede olvidar que el 11 de
Septiembre es un acontecimiento que cierra una era y abre otra. La mentalidad
occidental, y sobre todo la estadounidense, sufre un profundo vértigo tras esa
fecha maldita. La desconfianza se extiende, y la identidad nacional, antaño
confiada, se vuelve insegura y se resquebraja. A partir de entonces ya no hay
una seguridad ciega en el futuro, sino miedo a las desgracias que pueden
acompañar a éste. Y la preocupación como es natural se acentúa en familias con
pocos recursos. Los medios de comunicación son al mismo tiempo vehículos de ese
miedo, que, además de aterir a la ciudadanía —y propiciar cada vez más
trastornos mentales con su clima apocalíptico—, supone la confirmación del fin
del sueño americano. Una realidad que ya ha sido recogida por cineastas como
Clint Eastwood (Gran Torino) o David Fincher (Seven, Zodiac, La Red Social), a
mi modo de ver estos últimos los mejores cronistas cinematográficos del fin del American way of life.
Curtis LaForce, hipocondríaco y obsesivo, pero muy
concienciado de su deber familiar, ha de luchar pues contra lo inevitable,
penetrando en su mente como hace en su trabajo con la tierra, porque sea lo que
sea lo que le pasa, “necesito saber qué debo hacer para controlarlo”. Y esa
responsabilidad que asume ante el ser amado lo eleva a héroe moderno, como una
especie de Noé coetáneo. Una figura que renace del refugio (cueva platónica)
cuando en el preludio del final —acompañado por una música grandiosa— afronta
sus miedos y abre el zulo en el que se había encerrado con su mujer y su hija. Por
otro lado, durante toda la cinta el rumor que traspasa la historia es el de la
incomunicación: La de los padres y Hanna, la impotencia de Curtis por no ser tomado
en serio (liberada de forma violenta durante una comida con conocidos a los que
reprende por estar anestesiados) y la voluntad de Samantha por comprender a su
marido pero la impotencia de no conseguirlo. Todo ello no deja de ser la
metáfora de la incomunicación occidental, de una nación (USA) paralizada por el
miedo. Esto revela un drama vastísimo, pero además de ser un relato intimista
escalofriante, también es una extraordinaria historia de amor.
Si la enfermedad de Curtis parece ser el hoyo por el que se
vaciará la familia y su matrimonio, también es lo que lo une. El cariño y la
entrega de una mujer comprensiva hasta la extenuación con su marido, y su
valentía de afrontar juntos la enfermedad (o la tormenta que lo arrasará todo)
es conmovedora, por ser significativa (afrontaremos unidos la catástrofe que
venga) y bellísima. Matices que consiguen transmitir asombrosamente bien sus
dos principales actores. Michael Shannon está soberbio, y transmite en todo
momento la complejidad psicológica del personaje; y Jessica Chastain es, a mi
juicio, la mejor actriz del momento. Una chica con un don para interpretar con
naturalidad cada uno de sus papeles (El
árbol de la vida, Terrence Malick, 2011).
Apenas es decente hablar de las referencias de Take Shelter, fundamentalmente porque en
esencia esta historia es algo nuevo. No hemos hablado de una película
entroncada con el cine del fin del mundo, como tampoco lo es El árbol de la vida. En ésta lo que se
pone de manifiesto es que el vació existencial (uno de los problemas más graves
de nuestro tiempo) que sufre el protagonista al que interpreta Sean Penn, tiene
su origen en la ruptura con Dios, en darle la espalda, y ese es el motivo
principal —apunta Malick— de nuestro desconsuelo. En cuanto a Take Shelter, estamos ante un drama
psicológico que aprovecha elementos sobrenaturales. Estas dos películas se
pueden parecer en la forma, pero no en el fondo. En cambio, en el caso de la
espléndida Melancolía (Lars von Trier,
2011) sí vemos un marco apocalíptico; sin embargo el director realiza un
estudio excelente de los comportamientos humanos cuando a los personajes ya se
les ha revelado un final previsible que después se confirma como irrevocable. Lo
interesante aquí es reflexionar sobre la pregunta que nos sugiere el ejercicio
de Lars von Trier: ¿Quiénes somos en situaciones límite? Pero este film queda
emplazado para otra ocasión.
Por lo demás, tenemos a Jeff Nichols, director y guionista
principal de Take Shelter. Genial en
todo. Con un estilo propio como demostró en su estreno con Shotgun Stories (2007). Aquí, en Take Shelter, es elegante en la dirección, con planos elocuentes y
sutiles. Artesano de una obra superior, con uno de los finales más fascinantes
que he visto en mi vida. En suma: una pieza de relojería, de múltiples lecturas
(con alusiones a la situación económica nacional, al sistema sanitario
—denuncia del mal funcionamiento de lo público: “no más terapeutas gratis,
quiero uno bueno”—, al sistema laboral, a la hipocresía social o a la fingida
religiosidad), llamada a perdurar en el tiempo. Porque el cine contemporáneo —a
pesar de la tendencia— también es capaz de crear poesías inolvidables.
Esta película es realmente buena.
ResponderEliminarMe alegra que le hayas dedicado un comentario tan bueno y que sea la primera película que subes, porque lo merece.
Grandísimos actores y un excelente argumento. Muy pocas películas consiguen mantener la tensión en el espectador como lo hace Take Shelter. Es difícil de explicar pero sentí sensaciones a la vez agradables y angustiosas. Hay que verla y entenderla.
Se la recomiendo a todo el mundo.
Sí, gran película. Lástima de ese final, parece ir contra la propia película. Un saludo!
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