A petición de un lector de La Cueva diré unas palabras acerca del libro de Pío Moa España contra España: Claves y mitos de su Historia. Como le respondí en su momento, es un libro realmente bueno, que yo ya había leído, pero que no se me había ocurrido traer aquí porque se trata de una especie de síntesis de otra de sus obras: Nueva Historia de España, comentada —esta sí— en La cueva de los libros. Para darle gusto la comento ahora, entre otras cosas porque considero que realmente merece la pena y porque, entiendo, es muy necesaria para los tiempos que corren en este país. Mataré pues dos pájaros de un tiro —serán tres— al comentarla, ya que tengo la intención de relacionarla con otros dos estudios sobre historia de España de obligada difusión. Son España inteligible del gran filósofo Julián Marías y Defensa de la Hispanidad del colosal pensador español Ramiro de Maeztu.
De Pío Moa ya he hablado en otras ocasiones. Comparto en gran medida su visión de la Historia y he elogiado en este espacio las magníficas virtudes de su primera novela: Sonaron gritos y golpes a la puerta. España contra España es un estudio fundamental, donde el escritor gallego reúne los análisis desarrollados en Nueva Historia de España y los revisa a la luz de una de las notas características del alma española actual: la hispanofobia. Con la intención de dotar de sentido esta sinrazón, Moa viaja hasta los orígenes de la famosa Leyenda Negra para derribar los principales mitos de los que ésta se alimenta.
La exposición de los contenidos, y los contenidos mismos, no tiene desperdicio. Pío parte en la introducción del volumen del término hispanofobia, mostrando como esta palabra hace referencia a una realidad histórica de España y señalando por tanto el problema que trata de resolver: la división de los españoles, y en no pocos de ellos, su profunda aversión a España. Volveré después sobre esta cuestión que es el meollo del libro, y que evidentemente otorga sentido a su título.
En la primera parte del volumen Pío Moa examina el concepto de nación (¿A qué llamamos España?), y retrocede hasta el Desastre del 98 —y sus consecuencias— para explicar el nacimiento de los separatismos y la posterior respuesta regeneracionista de los intelectuales, lógicamente marcada por el sentir derrotista del Desastre del 98. En la segunda sección, Moa se detiene en el génesis de la democracia en España, hace un balance del franquismo, revista el alcance histórico de la Guerra Civil y recuerda las guerras civiles del siglo XIX, entre liberales, y que Moa califica de tres guerras sin buen fin. Poco después se centra en el siglo XVIII, concluyendo con la Ilustración, y su influjo dañino para España. Por último, en la tercera parte, comienza identificando la realidad de la decadencia, y desmonta ciertos mitos arraigados en nuestros días, poniendo en solfa las mentiras propagandistas de la Leyenda Negra en torno a la España musulmana, la España judía, la Inquisición, el esplendor cultural del Siglo de Oro, etc. En el epílogo simplemente reflexiona sobre la relación entre España y Europa, y entre España y los demás países de habla española; es decir, profundiza en el concepto de Hispanidad, propuesto en su día por el genial pensador español Ramiro de Maeztu.
Pues bien, a partir del término hispanofobia Pío Moa explica los asuntos más graves que lastran y fustigan España. Ese desprecio a la gloriosa historia española, esa aversión que sienten algunos incluso por la bandera o el himno nacional, y que tan sólo es la manifestación de un sentimiento hispanófobo arraigado, divide en mil frentes el alma española poniendo en compromiso diariamente el sentir y la unidad nacionales. ¿Tendrá algo que ver el mezquino sistema educativo español? ¿El nivel cultural ínfimo de los españoles, con las excepciones de rigor? Seguro que así es. En un país más maduro culturalmente hablando, menos miserable intelectualmente, menos arrabalero, carnavalesco, ingrato y desmemoriado, quizá la propaganda de la Leyenda Negra con la que nuestros enemigos entiznaron la brillante Historia de España hubiera resbalado en vez de asentarse en las molleras vacías de los españoles recientes.
Lo cierto y verdadero es que las animadversiones viscerales entre españoles existen. Seguramente sea el único país del mundo en el que un buen número de sus naturales desprecien su patria, donde nieguen la exhibición de su bandera, donde silben su propio himno, donde sientan vergüenza al nombrar el nombre de su casa y se resistan a hacerlo por si le llaman facha. Y ante este escenario, a mí al menos, no me sale de las narices sentirme unido a quienes —siendo españoles, a su pesar— viven repudiando España o tratando de hacerla pedazos. Tal vez España murió hace tiempo, como propone Dragó en Gárgoris y Habidis, y lo que quede sea simplemente un asco. Quién sabe. De lo que no hay duda es de que la patética y cursi «marca» España se la han cargado los españoles. Unos, que sin rubor la han ultrajado, y otros, que sin vergüenza han dejado que lo hicieran.
Se puede hablar entonces de España contra España. Por eso, como dice el señor Moa, y estamos hartos de verlo a diario, «la historia no es pasado, es actualidad». Así pues, quien desee conocer el presente tendrá que conocer las claves de su pasado y evitar caer en los mitos que sólo siembran confusión, fanatismo y atraso.
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