Jorge Luis Borges, que siempre imaginó que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca, y que se quedó ciego de tanto leer, discurrió en su Nueva antología personal sobre los clásicos, esos libros singulares que tanto amó y que tanto nos encantan a quienes gustamos las emociones que la gran literatura suscita. Y Borges, por supuesto, llegó a una tesis feliz y simplicísima: «Clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término».
A veces, quienes hemos catado los clásicos, deliberado acerca de ellos e interrogado sobre las virtudes de los grandes éxitos literarios, hemos tratado de descifrar el supuesto secreto que convierte sus páginas en modelos dignos de imitación. Pero nada sabemos. En primer lugar porque las grandes obras de la literatura, esas que llamamos clásicos, son obras del espíritu, creaciones por tanto del alma humana (potencia que no está al alcance de los animales): sustancia capaz de verdad, bien y belleza. Y en segundo lugar porque la belleza, el bien y la verdad, común a todos los autores, no son cualidades expresadas por éstos ni en la misma medida ni con la misma habilidad.
En cualquier caso, Borges negó que un clásico fuera un libro que se definiera por tales o cuales méritos. Para el escritor argentino, la gloria de un poeta depende, en suma, «de la excitación o de la apatía de las generaciones de hombres anónimos que la ponen a prueba, en la soledad de sus bibliotecas». Razón por la que sostuvo que los clásicos son lecturas que reclaman un acto de fe. Con todo, Borges no se atrevió a disipar el halo de gloria que cubre a los libros de mayor fama y prestigio. Más aún: selló su hechizo, encanto o atractivo, con una definición de los mismos que los hizo aún más dignos de admiración y respeto:
Clásico —dijo al fin el maestro— «es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad».
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