Los libros de horas son manuscritos iluminados que contienen las oraciones con las que los laicos de la Baja Edad Media realizaban sus preces cotidianas. Los clérigos, por su parte, contaban desde antiguo con el misal, que contenía los textos necesarios para la celebración de la misa, y el breviario, que contenía el oficio divino, esto es, las oraciones que se rezaban durante las ocho horas canónicas (maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas).
El origen del libro de horas se encuentra relacionado con dos circunstancias esenciales. La primera era la creciente importancia de la sociedad civil, poseyendo los laicos cada vez más peso en el conjunto de la sociedad. La nobleza por supuesto, pero también la incipiente burguesía, fueron cada vez más conscientes de la necesidad de un libro de rezos propio, que por un lado les permitiera elevar sus plegarias en el ámbito privado, y, por otro, se ajustara a sus necesidades profesionales. Por esta razón, este libro debía ser más corto que los breviarios, ya que las ocupaciones de la vida ordinaria no dejaban tanto tiempo para el rezo como el que tenían los clérigos. Al fin, poco a poco los libros de horas, en virtud de su hermosa decoración, acabaron convirtiéndose en objetos que fueron señalando la posición social de sus propietarios.
La segunda circunstancia que motivó el nacimiento de los libros de horas fue la espectacular devoción que en aquellos siglos se rendía a la Virgen. El oficio divino de los clérigos se centraba en la pasión de Cristo, considerada como el hecho clave de la redención del género humano. Por el contrario, el libro de horas se articularía en torno al culto mariano, siendo María la figura central del misterio de la encarnación. No hay que pasar por alto que gracias a los escritos de San Bernardo de Claraval, la Virgen empieza a ser vista como una especial intercesora entre Dios y los hombres.
En concreto, la pieza que he podido contemplar de cerca en la egregia institución, el jueves 17 de octubre por la tarde, fue realizado en un taller parisino hacia 1500. Para mi regocijo, las treinta y dos hojas expuestas poseen una riqueza extraordinaria de imágenes, algunas de gran originalidad iconográfica. Al parecer el libro en su totalidad, que será reencuadernado tras la restauración, respetando la encuadernación de plata y terciopelo del original, plantea a partir de sus imágenes un discurso teológico que servía al fiel que lo utilizaba como guía de su vida cristiana.
Con todo y con eso, más allá del contenido religioso del libro, lo que maravilla es su hermosa iluminación, sus preciosistas imágenes, que hablan muy bien sin embargo de la profunda fe de aquellas gentes, y por supuesto de su pensamiento bien ordenado, con criterios muy claros y firmes acerca del bien, de la verdad y de la belleza.
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