viernes, 6 de septiembre de 2013

Áyax de Sófocles

Áyax, un personaje legendario que acabó dándose muerte a sí mismo, debe gran parte de su memoria al genial dramaturgo Sófocles y a la impresionante tragedia que lleva su nombre. De entre sus siete obras, ésta es una de las que mejor ilustra lo trágico, la incapacidad del héroe para conciliar sus actos con una vida digna a los ojos de los dioses y de los hombres.

     En primer lugar empezaré con una breve síntesis de la tragedia, y a continuación, como es habitual, haré algunas observaciones a la misma. La acción en Áyax comienza en el campamento de los griegos, con Odiseo examinando unas huellas en la arena frente a la tienda del héroe. Y en ese momento se le aparece la diosa Atenea:

«Siempre te veo, hijo de Laertes, a la caza de alguna treta para apoderarte de tus enemigos». 

     Este, entonces, explica a la olímpica que han descubierto destrozadas y muertas las reses del botín por obra humana y que sospechan de Áyax. Atenea se lo confirma y le revela que el objeto de la furia de Áyax no eran precisamente los rebaños abatidos, sino sus compañeros del ejército, y que fue ella quien confundió sus ojos para evitar la desgracia; así, Áyax creía estar acabando con la vida de hombres en vez de animales. Como es sabido, la ira de Áyax es provocada por las armas de Aquiles, que legítimamente le correspondían a él pero terminan en manos del astuto Odiseo

     Sin embargo, cuando poco después 
Áyax vuelve en sí, y su locura ha cesado, se hunde en un fatal abatimiento. Su esposa, Tecmesa, interviene desesperada para evitar un final que intuye infeliz. Pero no puede evitarlo. Áyax se lanza sobre su espada y muere, pues comprende que su vida, después de lo que ha hecho, ya no reviste honor, y solo puede ser aborrecible por violar las leyes divinas. Naturalmente, la fatalidad se presenta cuando se pone en cuestión una ley griega no escrita: «El noble debe vivir con honor o con honor morir». Su esposa expresa abiertamente el mal que aqueja a los hombres de ese mundo marcado por la fatalidad: «ningún mal hay mayor para los hombres que el destino que se nos ha impuesto». Al no poder cambiar los acontecimientos a través de las obras, para los griegos su existencia es muy pesada y sólo pueden intentar alcanzar la gloria para dejar un gran recuerdo y no ser olvidados. Por tanto, como el destino es inflexible, y tampoco hay figuras que los rediman de sus actos, para el protagonista no hay vuelta atrás. Después de la matanza que perpetra con intenciones homicidas, Áyax sabe que su vida ha perdido todo sentido. Al menos asume su crimen, y cuando su locura ha pasado, se arrepiente de ello, que es mucho más de lo que se puede esperar de los criminales actuales. 

     A continuación, 
Sófocles añade una peripecia y, al enredar la trama, alarga la historia y la agonía de los personajes. Cuando Teucro, hermano de Áyax, se dispone a enterrarlo, aparece primero Menelao, y después Agamenón, para impedir que se celebre el entierro: 

«¡Te ordeno (dice Menelao Teucro) que no entierres ese cadáver con tus manos, sino que lo dejes como está! (...) Que, habiendo creído traernos de la patria con él a un aliado y amigo de los Aqueos, nos hemos encontrado, tras una prueba, a alguien peor que los frigios, un hombre que, tras maquinar la destrucción para todo el ejército, salió por la noche a sembrar la muerte con su espada. Y, si uno de los dioses no hubiera amortiguado este intento, seríamos nosotros los que yaceríamos muertos de la peor de las muertes (...) y te mando que no des sepultura a éste para que no caigas tú mismo en la tumba, si lo haces».


     Teucro, como es normal, le replica que no tiene autoridad para darle órdenes y que no piensa deshonrar a un hermano dejándolo insepulto. Finalmente, después de varios pasajes de tensión y discusiones, Odiseo interviene y Agamenón acepta sus prudentes palabras, pues aquél recuerda que en primer lugar hay que respetar las leyes de los dioses por encima de las rivalidades terrenales. De esta manera, se procede, al final de la tragedia, y según toda justicia, a enterrar al mítico Áyax

Notas hechas a la tragedia de Áyax.

      En primer lugar, la caída de 
Áyax es fruto de su soberbia. Por supuesto, es un personaje belicoso y admirado (el mejor guerrero griego después de Aquiles), pero también impío. Y el motivo de su caída en la obra no deja lugar a dudas. Siendo esto así, y no de otra manera, se puede observar cómo en Sófocles reina un orden superior; del que evidentemente son conscientes las criaturas. Este hecho, entre otros pequeños detalles, hace que a mí este autor griego me parezca admirable. A partir de esta armonía que se aprecia en sus tragedias, con esa jerarquía de valores impuesta por los dioses, he extraído dos consecuencias, que son a la vez conclusiones: 

       1. Atenea recuerda a Odiseo, bajo este orden, cómo deben ser los hombres, y rápidamente me viene a la memoria el libro de Job. Estas son las palabras de la diosa: «Nunca digas tú mismo una palabra arrogante contra los dioses, ni te vanaglories si estás por encima de alguien o por la fuerza de tu brazo o por la importancia de tus riquezas (...) Los dioses aman a los prudentes y aborrecen a los malvados.

     2. Por el orden imperante, por la presencia viva de la ley natural, la tragedia sofoclea no conduce al pesimismo, pues los hombres viven aliviados al existir bajo reglas justas.

      No es necesario decir mucho más, salvo que cualquier obra clásica debe ser leída directamente, pues nunca puede ser sustituida por ningún resumen. Personalmente adoro a este autor griego por muchas razones, entre ellas su clarividencia respecto a la ley natural, y por las enseñanzas morales que destilan todas sus obras... Pero estas son tan sólo dos razones más de las muchas que otorgan carácter inmortal a esta bella tragedia griega.

FICHA
Título: Áyax
Autor: Sófocles
Editorial: Gredos
Otros: 2010, 128 páginas
Precio: 12 €

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