jueves, 2 de octubre de 2014

Comentarios de cine: La isla mínima de Alberto Rodríguez

De entrada, no creo en las casualidades. Para mí el azar es una deidad enterrada en el fondo de un precipicio. Digo esto porque no sé hasta qué punto Alberto Rodríguez se habrá inspirado en True Detective para crear La isla mínima, pues en realidad las dos obras son un "calco". Creo, por tanto, que la reflexión que hago es legítima. ¿Existe en ambas producciones un mensaje implícito que desean transmitirnos, o las claves ocultas que una y otra encierran son únicamente para unos pocos que han de recibirlas? ¿Tal vez ambas cosas? ¡Quién puede saberlo! Desde luego, cinematográficamente hablando, esta película es una maravilla. Un alarde de talento. Después, gustará más o menos al público. Por lo que a mí respecta me ha deleitado y seducido. ¿Pero a qué se debe la presencia de esos extraños símbolos a los que hacía referencia?


Yo ya he hecho mis propias cábalas, pero no las voy a comentar en este espacio; lo cierto sin embargo es que esas claves ahí están: La pirámide masónica en la mano de Quini, el suelo ajedrezado en una de las estancias de la casa del coto, el ojo de Lucifer en la pegatina del Citroën blanco, las cornamentas de uno de los dormitorios, en todo iguales a la serie de culto True Detective, etc. Pero las similitudes entre película y serie, como decía, son abundantes y no acaban aquí.

Nos encontramos en ambos casos dentro del género negro, con rasgos del cine simbolista del propio David Lynch. La paternidad estética de estas dos obras podría remitir sin problemas a la emblemática serie Twin Peaks. Pero si bien esto no dice demasiado en cuanto a semejanzas se refiere, no ocurre lo mismo con el argumento, pues son exactos. La acción gira en torno a una serie de asesinatos encadenados con una perversa trama sexual como fondo y motivo de los mismos, que extiende sus ramificaciones por toda una comunidad. El espacio elegido también encaja. Sendas creaciones eligen para sus dramas marcos rurales, aislados, sofocantes y empobrecidos, del sur de sus respectivos países. Y precisan aún más si cabe: las dos historias se desarrollan en terrenos pantanosos, marjales y marismas. Cuyo significado simbólico negativo es turbador: Expresan lo escondido y misterioso, por su relación con el mundo subterráneo, representando así lo inferior, lo destructivo, lo mortuorio; en definitiva, el abismo. Quizá las marismas sean una de las imágenes más eficaces para transmitir la idea de secretos oscuros en un determinado lugar. ¿No es la isla además símbolo de aislamiento, muerte y soledad? Que se lo pregunten si no a las niñas de la ficción de ese pueblo perdido de Andalucía. O a la hermosa diosa Calipso. ¿La música? Más de lo mismo. Inquietante, efectista y elegante, según los momentos. Punteos contenidos de guitarra y sonidos ambientales son lo mejor del repertorio. Aunque la banda sonora de La isla mínima no alcanza la genialidad de la que posee la serie americana. Por no hablar de que los protagonistas son dos agentes con una riqueza de contrastes impresionante, con patrones similares en el engranaje de la ficción.

La fotografía, por su parte, luce espléndida y maravillosa. Siendo de nuevo muy similares en ambos casos. No obstante, dejaré de lado las semejanzas entre una y otra obra, y me centraré en lo que considero la excelencia de estas fórmulas. Al margen, por supuesto, de sus perfectos guiones. Con la redondez de una esfera y la profundidad de un mito antiguo.

Así pues, me resulta curioso cómo hasta los lugares naturales más sórdidos pueden encerrar tanta belleza. Las localizaciones de La isla mínima son terriblemente hermosas, pero saturadas por atmósferas crepusculares y asfixiantes. Eso sí, todo lo hermoso que pueden ser los espacios pobres, donde la naturaleza no reúne tantos encantos como para mostrarse orgullosa. Hace falta por esto mismo una especie de varita mágica para poder lograr estos efectos en la gran pantalla. En este caso, como en True Detective, el secreto está en el tratamiento lírico del marco espacial y como éste se relaciona con el drama humano. Por tanto, la grandeza de ambas creaciones, a mi parecer, es la ambientación, conseguida a partir de una estética expresionista de la que es complicado no enamorarse.

En definitiva, La isla mínima es cine con mayúsculas —aunque sórdido y violento, para no perder la costumbre, y evitar además que el hombre moderno vuelva a ser un animal con sentimientos— y talento a raudales. Yo me quedo con la atmósfera enrarecida enmarcada en escenarios de terrible belleza natural, y los planos cenitales subrayando las ideas que flotan tras cada secuencia; el análisis político de la cinta que lo hagan otros. También la interpretación simbólica de la misma, que luego me llaman conspiranoico. He aprendido hace poco que no es prudente echar perlas a los cerdos.







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