Roy Cady es el personaje central a seguir en este thriller negro de Nic Pizzolatto. Un matón profesional al que, nada más comenzar esta odisea, diagnostican una enfermedad terminal. La noticia, por supuesto, supone un punto de inflexión para Roy, que tras zanjar algunas cuentas pendientes, se lanza a la carretera en busca de no se sabe muy bien qué, metáfora de la vida misma, un caminar hacia adelante sin ningún rumbo, abandonando cualquier pretensión de futuro. Roy es un desarraigado, uno de esos tipos a los que Dios parece no tener en cuenta. En el ínterin conocerá a una joven prostituta y a una niña. Roy no sabe, claro, que esta vida es el momento de la gracia, y que debido a eso, siempre nos sale al encuentro alguna esperanza.
Este antihéroe con sentimientos parte de Galveston (Texas) dirección Este, por lo que ha de recorrer el sur profundo de los Estados Unidos de América, llegando a Nueva Orleans (Luisiana). El entorno por tanto subraya el ambiente de ruina y desolación que acompaña la vida del protagonista: calor, ciénagas, borrascas, tornados, moteles de carretera, gasolineras solitarias y cutres, antros sórdidos y terribles, nostálgicas canciones country, preciosas y tristísimas, alcohol a raudales... Y violencia.
Un tipo de violencia contenida, latente, que se huele a través de las páginas pero que no se palpa, salvo en dos momentos contados de furia y arrebato. La violencia no puede faltar en este tipo de historias, es el alma de las mismas. Y como el hombre es el único animal en guerra consigo mismo, Roy Cady, y tantos otros como él, conocidos a raíz de literaturas de esta clase, es el maldito por excelencia. Un desecho, un paria. No obstante, algunos perversos creadores actuales tienden a aplicar un barniz poético a la violencia que recogen sus obras, para hacerla más soportable. En Galveston, Pizzolatto demuestra mucho gusto, suavizando la violencia latente con episodios eróticos tratados con mucha elegancia. Aun así, no me imagino a una mujer leyendo esto; bueno, a las que aún no se hayan convertido en machos, que deben quedar cuatro o cinco.
Los diálogos, sin ser nada del otro mundo, casan perfectamente con lo que el género exige. Aspereza. Con alguna genialidad de autor que merece citarse.
Dicho esto, Galveston deja un regusto amargo. Porque, a pesar de estar muy bien hecha, la desolación se impone sin remedio. Lo que parece una moda en cine, literatura e incluso pintura. La fealdad como protagonista en alguna de sus formas y los antihéroes que lo han perdido todo menos la dignidad. Pero, ¡Dios bendito!, ¿qué es la dignidad si a estas alturas cada uno entiende por esta palabra lo que quiere? Si todo se ha reducido a una cuestión nominal, y el relativismo campea por el mundo como la peste negra en la Edad Media. Empiezo a entrever que, por aquellas fechas, Guillermo de Ockham incubó el mal por el que los hombres venideros habríamos de extraviar nuestra brújula y andar errados entre verdades particulares que conducirían únicamente a callejones sin salida.
Así, un gran número de personas vive hoy pesadillas que no alcanzan ni comprenden, huyendo como Roy Cady hacia adelante, pensando que no hay más vida que la presente. Pero viviendo en el fondo una mentira. Su mundo interior se refleja en el diálogo más brillante de Nic Pizzolatto creado para esta novela:
—Entonces tu cabeza es como un nido de serpientes.
—Lo has entendido perfectamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario